lunes, 30 de junio de 2014

Los cuerpos del silencio

 Los cuerpos del silencio -
 MIGUEL ANGEL Toledano 30/06/2014
El lenguaje abre las puertas a la razón y a la vida. Y el mar es un lenguaje interior que se activa rítmicamente a la orilla siempre de nuestros sueños. Y ocurre cada año con el nuevo solsticio cuando llega y observamos el firmamento cuajado de estrellas, que brillan sobre nosotros alentado la desnudez y el fuego. Cuando se abre el verano entonces "lo mejor es el agua", dijo el poeta griego. Observad cómo se abren las palabras. Mirad cómo se abren los cuerpos en silencio... El dios del tiempo nos ha regalado un nuevo verano. El verano. La infancia. A veces echamos dolorosamente en falta los veranos de la infancia. Ahora ya no es lo mismo. Hace años que ya no es lo mismo, pero no nos pongamos tristes por ello. Donna, vacui, dame, váciame. Acojamos el tiempo tal como él nos quiere.
Hay un escritor joven y buenísimo, Diego Pita, que siente una irremisible sensación de pérdida de los primeros veranos. El cree que, aunque nadie lo diga, aunque ninguno se atreva a decirlo, los veranos ya nunca serán los mismos, todos nuestros esfuerzos son vanos. Hay señales claras de que hemos perdido ya ese tren. En la calle comienza a hacer un calor asfixiante. Pero por qué no pueden repetirse infinitamente los veranos de la infancia, guardados en una centelleante película fotográfica. Poder verlos cuando uno quiera. Una y otra vez, hasta deslizarnos saliendo de la agobiante realidad y perdernos en ellos. No volver jamás, vivir enlatados, a salvo. Vivir en una burbuja llena de cálida nieve --como suelen hacer los niños sin proponérselo, ni apenas ser conscientes de ello-- y observar con una sonrisa perpetua al resto del mundo, jugar y reír sin parar, llorar, estar vivos y muertos a la vez, ser eternos.
Los jóvenes no quieren los veranos de la infancia, quieren los de ahora, los de su adolescencia, los de su pubertad, el verano de hoy aquí ahora ya que se abre para librar hondas batallas de amor. Por eso lo ansían, lo idolatran y ya han encendido todas las hogueras de la noche para saltar y brincar, para bailar, sudar y aprender a penetrar en los iniciáticos territorios del tacto. Y para bañar en las aguas del mar tanta ansiedad, tanto deseo contenido, para aprender a nadar y empaparse del salitre que todo lo cura, como explica tan bien mi amiga Luisa Martín. Y ella lo sabe profundamente de manera vital y natural, lo siente desde dentro y desde siempre. Y no le falta razón. Cuentan que, cuando los tiempos primeros de la primera batalla, el mar dejó a la tierra heridas de las que ya no se recuperaría jamás... Después se compadeció y fue lamiendo con su espuma y, sobre todo, con salitre, caricias y tiempo todas las heridas hasta dejarlas limpias de blancas arenas o inmensos acantilados. Diego lo sabe y quisiera, y yo con él, brillar como una estrella y que todos lo observen atónitos mientras palidece y se eleva, sonriendo hacia el infinito. Ser amados y adorados como un recién nacido.
* Profesor de Literatura