domingo, 30 de octubre de 2016

Qué significa Halloween y de dónde viene la tradición

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En la noche del lunes algunos pequeños y mayores celebran Halloween, una de las fiestas más divertidas del año y que más sustos garantiza. Pequeños y mayores se disfrazan de los monstruos más aterradores para disfrutar de 'La noche de brujas'. Pero, ¿sabes de dónde proviene esta tradición?
El término 'Halloween' proviene de 'All Hallows' Eve' que, traducido a nuestro idioma, significa 'Víspera de todos los Santos'. Otras formas de referirse a esta festividad son 'Samhain' o 'Noche de Brujas'.
Estados Unidos es, sin duda, el país más desmesurado y curioso a la hora de celebrar Halloween pero los orígenes de esta festividad no se encuentran al otro lado del charco, sino que se quedan en nuestro continente, gracias a los celtas.
Los orígenes de Halloween se relacionan con la festividad celta de Samhain, que marcaba el final de verano, la recogida de las cosechas y el comienzo del Año nuevo celta.
Los celtas creían que en la festividad de Samhain las líneas que separaban el mundo de los vivos y el mundo de los muertos se estrechaban hasta el punto de que ambos podían converger, permitiendo que los espíritus pudieran llegar al plano terrenal. De hecho, los celtas invitaban a los familiares ya fallecidos e intentaban ahuyentar a los espíritus malignos, usando trajes y máscaras para asustarles.
Esta festividad meramente pagana comenzó a transformase cuando el cristianismo intentó asumirla en su calendario. Concretamente, los papas Gregorio III (731-741) y Gregorio IV (827-844) intentaron suplantar Samhain por el Día de Todos los Santos, que anteriormente se celebraba el 13 de mayo.
No obstante, el auge de Halloween llegaría en los siglos venideros. A mediados del siglo XIX, desembarca en el continente americano gracias a los numerosos inmigrantes irlandeses que llegaron a Estados Unidos y Canadá.
Allí es donde 'nace' el Halloween que todos conocemos a día de hoy. Los irlandeses difunden al otro lado del Atlántico costumbres como el conocido 'truco o trato', en la que los celtas creían que un espíritu maligno iba de casa en casa durante esta noche pidiendo 'truco o trato', si el trato no se cerraba, el espíritu realizaría un truco maldiciendo a los habitantes de esa casa.
Otra de las costumbres que viajaron con los irlandeses fue la de tallar calabazas e introducirles velas dentro, consiguiendo iluminar las casas y alejar así a estos espíritus malignos y evitar el terrorífico 'truco o trato'.
No sería hasta 1921 cuando se realizaría el primer desfile de Halloween en Minnesota. A partir de ahí, la expansión de esta fiesta no ha parado, hasta el punto de volver a Europa y convertirse en una de las fiestas más importantes en numerosos países como España o Italia, en parte gracias a la industria cinematográfica estadounidense y sagas como la de 'Halloween'.
Durante esa noche, donde confluyen la magia y el terror, los niños (y los no tan niños) pasean disfrazados de todo tipo de monstruos por las calles de puerta en puerta pidiendo golosinas, en una versión más 'dulce' y renovada del 'truco o trato'.
HALLOWEEN EN ESPAÑA
En nuestro país, la celebración de Halloween es algo relativamente reciente. No obstante, esta fiesta va cogiendo fuerza año tras año hasta el punto de convertirse en un acontecimiento que llega a ser portada de informativos.
La gente sale disfrazada durante esta mágica noche luciendo sus galas más terroríficas. Muchas discotecas celebran fiestas especiales donde es imprescindible ir disfrazados y los más pequeños de la casa llaman a sus vecinos para pedir chucherías y chocolate.

Pero no se queda ahí. Los cines ofrecen ciclos de películas de miedo, los parques de atracciones se engalanan con telarañas y zombies y los hoteles ofrecen packs especiales con noches que jamás olvidarás.

LUGARES DE CÓRDOBA DONDE NO PASARÍAS LA NOCHE (2)




   Como cada tarde de jueves después de dejar a mi hija en el conservatorio de danza, dirijo mis pasos hacia la Biblioteca pública Provincial de Córdoba. No es que sea un tipo estudioso, ávido de lectura. Es más simple: en invierno hace mucho frío como para estar dos horas vagando por las calles sin rumbo fijo mientras espero a que termine mi hija sus clases. La biblioteca, a escasos metros del conservatorio, me ofrece un cómodo sillón donde sentarme, una agradable temperatura, tranquilidad, agua fresca y conexión Wi-Fi para mi iPad. Y todo completamente gratis. ¿Qué más se puede pedir? Esa es mi rutina semanal. Una rutina rota cuando hace unos días, en vez de seguir mi habitual camino hasta la biblioteca, cambié de rumbo y me encaminé hacía uno de los edificios más simbólicos de Córdoba.


   Dicen que los espectros, las apariciones, viven en una realidad sin espacio ni tiempo. Muchas veces es porque no saben salir de ahí, porque no se han dado cuenta de que están muertos. Vagan por los lugares donde fallecieron sin saber que han abandonado el mundo de los vivos, arrastrando sus antiguos traumas a una realidad que no les pertenece. Los antiguos hospitales son lugares propensos a albergar estos peculiares inquilinos debido, dicen los expertos en la materia, al sufrimiento acumulado durante décadas entre sus paredes y al golpe fatídico que produce en las almas un repentino salto de la vida a la muerte.


   En pleno Barrio de la Judería, muy cerca de la Mezquita-Catedral y del Conservatorio Profesional de Danza Luis del Río, encontramos uno de los edificios más emblemáticos de Córdoba; un buen ejemplo de cómo era la arquitectura civil de nuestra ciudad en el siglo XVIII. Proyectado como Colegio en 1701 por el arquitecto Francisco Hurtado Izquierdo a instancias del Cardenal fray Pedro de Salazar y Toledo, es la “Muerte Negra”, una espantosa epidemia de peste sufrida en la ciudad en el año 1704 que lleva a la tumba a miles de cordobeses, unida a la deficiente situación sanitaria de la ciudad, la que provoca que el primitivo proyecto, casi acabado, abandone su concepción inicial como colegio para convertirse en un moderno hospital. El proyecto original sufre diversas modificaciones con el solo objetivo de adecuar el edificio a sus nuevas funciones hospitalarias, inaugurándose finalmente el 11 de noviembre de 1724.


   Durante más de cien años, el Hospital del Cardenal Salazar acoge en sus salas, enfermos pobres, presos, dementes e incluso durante la Guerra de la Independencia se usa como hospital militar. Es en 1837 cuando se le da una nueva utilidad, convirtiendo el viejo Hospital del Cardenal en sanatorio de enfermos crónicos, pasándose a llamar Hospital de Agudos hasta que en 1969 cierra definitivamente sus puertas que no su vida útil pues, al cesar sus funciones sanitarias, en 1971 pasa a ser Colegio Universitario, dependiendo directamente de la Universidad de Sevilla, integrándose dos años después en la recién creada Universidad de Córdoba. Hoy esta espléndida construcción funciona como facultad de Filosofía y Letras pero tras de sí arrastra un historial de casi de doscientos cincuenta años de enfermedad y sufrimiento, lugar de cultivo, como decía al principio, de sucesos extraños, espectros y apariciones.


   Bien abrigado pero con algo de frío, me muevo por las callejuelas de La Judería hasta llegar a la Plaza de Cardenal Salazar donde se encuentra la Facultad de Filosofía y Letras, lugar donde tantas y tantas veces esperé a mi novia al terminar su horario de clases. Entro por sus puertas, las mismas que protegían sus entrañas cuando se inauguró allá por el año 1724 y me adentro en el corazón del edificio. Dentro de sus muros, desde siempre, se ha tenido la creencia de la existencia de almas en pena que vagan por los pasillos del centro, de espectros de otras épocas o apariciones fantasmales que dejaron sus vidas siendo víctimas de las epidemias que asolaron a la ciudad en siglos pasados. Hay personas que sienten desasosiego al circular por sus pasillos, en el interior de determinadas aulas, o al usar las antiguas escaleras que dividen los dos patios interiores, sin embargo a mí esta vetusta edificación me produce la misma sensación de paz y tranquilidad que hace veinte años, cuando esperaba a mi novia sentado en uno de los bancos del patio principal, leyendo un libro o una revista.


   Hay testimonios de guardias de seguridad que en sus rondas nocturnas han oído fuertes ruidos en la segunda planta. Han visto la figura de un niño pequeño de unos seis años, vestido con ropas de otra época, corriendo por sus pasillos y la imagen de una persona con muy mal aspecto, con pinta de enfermo de hospital que tose repetidamente. Empleados de mantenimiento han sentido presencias a su lado, han oído que los llaman por su nombre, se han vuelto y no han visto a nadie. Empleadas de la limpieza han visto la sombra de una monja pasearse por la segunda planta… Los hechos inexplicables acompañan a este tipo de fenómenos: luces que se encienden y apagan solas, súbitas bajadas de temperatura, mobiliario que se mueve solo sin motivo aparente, contraventanas de la planta superior que se cierran y abren solas… Los múltiples testimonios de asustados testigos se han acumulado a lo largo de estos años sin que ellos mismos hayan sabido dar una explicación razonable a este tipo de sucesos que han vivido en primera persona. Al igual que en el edificio de la facultad de Derecho, se han realizado investigaciones en el interior de este recinto académico sin llegar a ninguna conclusión coherente.


   Más allá de todos estos hechos, este edificio llega a impresionar porque en él todavía se pueden observar las huellas de un pasado de siglos de uso sanitario. En las contraventanas del segundo cuerpo del patio principal aún pueden verse nombres y fechas de pacientes que allí estuvieron ingresados. Nombres grabados en la madera con un objeto punzante, usando grafía de otra época, posiblemente de puño y letra de los mismos enfermos. La mayoría de estas inscripciones se remontan a los siglos XVIII y XIX y reconozco que un escalofrío me corre la espalda al ver los nombres tallados en la madera. “Menéndez 1773”, “Pedro Alcántara de Leon, año 1798”, “Mariano Arroio, año 1800”… Nombres casi velados por capas y capas de pintura acumuladas en la madera a lo largo de los siglos. Caminando por algunas de las aulas más antiguas podemos contemplar como aún perviven los raíles por donde el personal llevaba las camillas con destino a la morgue. Señales aquí y allá de un pasado centenario, como las antiguas Capillas Alta y Baja, convertidas en la actualidad en aulas.


   Después de un largo rato de deambular por sus antiguos pasillos, prácticamente vacíos pues es víspera de exámenes y las clases se han suspendido, de sacar algunas fotos con mi móvil y de comparar mentalmente el estado actual del edificio con unas antiguas fotos del siglo pasado; fotos de cuando el edificio era aún el Hospital de Agudos, sacadas de la página web de la Universidad de Córdoba y que algunas de ellas acompaño a estas líneas, salgo a las calles de la Judería y al frío enero cordobés, imaginando todavía en mi mente al desconocido Pedro Alcántara de León, con su afilada navaja en la mano, grabando su nombre en una de las contraventanas de la planta superior del patio principal, para dejar constancia de que en el año 1798 él estuvo allí y curó de su enfermedad. O tal vez murió más tarde a causa de ella. El tiempo lo borra casi todo. Resultaría interesante pasar allí una noche. ¿Alguno de vosotros sería capaz de acompañarme? 

LUGARES DE CÓRDOBA DONDE NO PASARÍAS LA NOCHE (1)




   En un antiguo edificio cordobés del S. XVI que en sus comienzos fue un convento de Carmelitas Descalzos, una limpiadora anónima se afana en su trabajo en la última planta del edificio durante una calurosa noche. El edificio es enorme y dada su antigüedad, a lo largo de su vida útil el hombre le ha dado diversas utilidades desde su primitivo origen como convento. En 1804 abrió sus puertas para que su impresionante claustro barroco del S. XVII sirviera de lazareto y hospital de convalecientes de la fiebre amarilla, pero el hecho que empieza a marcar la historia de este viejo edificio hay que buscarlo un 7 de junio de 1808, en plena guerra de la Independencia contra las tropas invasoras francesas de Napoleón. Ese día, el general Dupont, famoso por cagarla un mes después en la batalla de Bailén contra las tropas del general Castaños, en lo que supuso la primera derrota campal en la historia del ejército napoleónico, ordena tomar Córdoba a cualquier precio. Los franceses apostados en la Cuesta de la Pólvora, fríen a cañonazos la ciudad amurallada para después, con el empuje que caracteriza a los gabachos, tomar la ciudad a sangre y fuego. 

La población civil se refugia en iglesias y conventos en un intento a la desesperada de sobrevivir a la brutalidad del ejército invasor pero el suelo sagrado no calma la sed de botín y sangre de los franceses y los templos son asaltados, saqueados, destruidos y quemados, las mujeres ultrajadas y los hombres pasados por el hierro. Nuestro convento del Carmen, por su cercanía con la Cuesta de la Pólvora y la Puerta Nueva, fue uno de estos templos mancillados que más sufrió.

   Tras la derrota y posterior expulsión de los franceses, el edificio protagonista de esta historia, usado por los gabachos como cuartel y cuadras, es reconstruido y acondicionado, convirtiéndose después de la Desamortización en sanatorio de tuberculosos, hospital materno-infantil, psiquiátrico, hospicio y, posteriormente, hospital militar durante la Guerra Civil. La tragedia y el sufrimiento han marcado la vida de este vetusto edificio desde aquella fatídica mañana de 1808 hasta que en 1980, la Universidad de Córdoba decide emplearlo como facultad de Derecho y Ciencias Económicas y Empresariales.

   Nuestra anónima limpiadora sigue avanzando con el mocho a lo largo del pasillo de la última planta del viejo edificio de la facultad de Derecho, ajena a toda esta espantosa historia de calamidades escondida para siempre entre sus gruesos muros. Tiene otras cosas mejores en las que pensar. La primaveral noche cordobesa es cálida pero la despreocupada limpiadora percibe que la temperatura está bajando, lo que agradece con una ligera sonrisa. Deja aparcada la fregona junto al cubo y encamina sus pasos hacia zona de la Cátedra de Derecho Penal. Con sus ligeras zapatillas deportivas, camina casi sin hacer ruido por el pasillo con un paño y un bote limpiador multiusos en las manos. En sus brazos desnudos y en sus mejillas percibe que la temperatura ambiente sigue bajando hasta convertir ese agradable frescor en un frío inquietante. Achaca la súbita bajada de temperatura a algún tipo de corriente de aire que viene desde el claustro hasta el interior del viejo edificio. Piensa en su fina rebeca de punto olvidada en el maletero de su coche y no le da más importancia al asunto, llevando de nuevo su mente a ese lugar donde la imaginación de las personas que desempeñan un trabajo solitario y monótono, acude para evadirse de la rutinaria realidad diaria.

   Una especie de susurro o lamento la devuelve a la realidad. No, no. No ha sido nada. Es esa dichosa corriente de aire que viene del claustro, piensa. El sonido ahora es más audible y se convierte con claridad en un llanto de pena desgarrador. La limpiadora mira al fondo, hacia la tenue claridad del largo pasillo pero no observa nada fuera de lo común. Es al volver la vista atrás cuando queda paralizada por el terror. A veinte pasos de ella, la luminosa figura descalza de una mujer de rostro ceniciento y largos cabellos negros, llora desconsoladamente. Va vestida con un antiguo camisón blanco sacado de otra época y una vela encendida en su mano derecha pero lo que realmente hiela la sangre de la limpiadora, más allá de las oscuras manchas sanguinolentas que salpican el largo camisón, son sus desgarradores sollozos desconsolados, lamentándose por la prematura muerte de su pequeño recién nacido.

   Son famosas las historias de sucesos paranormales en el viejo edificio de la Facultad de Derecho y Ciencias Económicas de la Universidad de Córdoba. Leyendas e historias sobre fenómenos, fantasmas y espíritus como la que acabo de relatar que por cierto, aunque he novelado la historia, ocurrió en realidad, se han sucedido desde que en 1980 se inauguró su uso docente. Se dice que la facultad está habitada mínimo por un fantasma, aunque se cuenta que puede haber hasta tres entes vagando por sus pasillos: la desconsolada mujer del camisón, el espíritu de un viejo profesor que encontró la muerte impartiendo clase a causa de un repentino infarto y por último, un soldado. Hay testigos directos de la presencia del viejo profesor. Los testimonios coinciden en que es un hombre de baja estura, de cierta edad, con una poblada barba gris y un rostro distante y pensativo.  Ha sido visto tanto en la cafetería como en los servicios. El soldado también ha manifestado su presencia en los alrededores de la iglesia del Carmen Descalzo, dentro del recinto de la facultad. Este es más agresivo que los otros dos. Rompe cristales mientras grita “te voy a matar” y otras lindezas, aunque el más activo de los tres es el profesor.

   Las apariciones de estos entes son la punta del iceberg de unos fenómenos paranormales que se han sucedido a lo largo de todos estos años. Muchos vigilantes de seguridad se niegan a prestar sus servicios nocturnos en este lugar. Dicen que en sus turnos han oído ruidos de pasos inexplicables y han sentido a su lado extrañas presencias. Algunos trabajadores del centro relatan que han visto cosas que nadie se puede imaginar como fotocopiadoras que se ponen súbitamente en funcionamiento estando desenchufadas, movimiento de muebles sin que medie la acción humana, anomalías eléctricas de todo tipo, descensos de temperatura, luces que se encienden y se apagan sin motivo aparente… una señora de la limpieza huyo de pánico cuando a eso a de las seis de la mañana subió unas sillas a una mesa, se giró un instante y tras volverse vio de nuevo todas las sillas en el suelo.

   La noticia de estos sucesos inexplicables llegó a oídos de  José Luis Tajada y Gema Moreno, integrantes del  programa radiofónico Al otro lado. Intrigados por los relatos que pudieron recabar, pidieron permiso al rectorado de la Universidad de Córdoba para, junto con otras personas, pasar allí una noche con el propósito de averiguar algo más sobre el fenómeno. La noche del 17 al 18 de julio de 1998, José Luis Tajada y Gema Moreno junto con su equipo pernoctan en el antiguo convento de los Carmelitas Descalzos. Aquella noche ocurre de todo: ruidos extraños, luces que se encendían y apagaban solas, baterías y pilas de máquinas fotográficas e instrumental que se agotan en segundos, llamadas de teléfono a las centralitas de la facultad… De las 300 fotografías que hacen, más de 200 salen veladas y de todas las psicofonías que toman solo sobrevive una porque es guardada en el disco duro de un ordenador portátil, ya que las cintas magnetofónicas se borran inexplicablemente. Al principio los investigadores no entienden las palabras que oyen en ese registro psicofónico. Solo cuando reproducen la grabación al revés es cuando escuchan claramente en el registro una voz que dice “os voy a matar”. En el portal www.ivoox.com encontraréis muchas referencias a este suceso e incluso podréis escuchar la famosa psicofonía. También Iker Jiménez ha tratado el tema en sus programas de radio y televisión.
  
   Hoy día, el recinto de la Facultad de Derecho de la Universidad de Córdoba es uno de los mayores exponentes de la fenomenología paranormal. La espectacularidad de los sucesos acaecidos entre sus antiguas paredes y el pasado tenebroso que lo envuelve, han logrado con mérito incluir este antiguo edificio en la lista de los inmuebles más inquietantes de España. ¿Seríais capaces de pasar una noche en él?

EL CRIMEN DE CINTASVERDES, LA ÚLTIMA EJECUCIÓN PÚBLICA EN CÓRDOBA

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   En la calle hace un frío de mil demonios pero en casa, sentado en el sillón al abrigo de la mesa-camilla, no se está tan mal. La verdad es que se está muy bien y si es acompañado de una buena historia de miedo pues mejor que mejor. Desde pequeño, siempre me ha gustado disfrutar de una buena historia de terror. Mejor si era cierta. Y eso, ni más ni menos, es lo que os propongo hoy al calor de la estufa: un nuevo viaje a la más aberrante crueldad oculta en la misteriosa mente humana. Si, amigos. El ser humano es una criatura capaz de llevar a efecto los hechos más espantosos con el fin de conseguir metas absurdas, sin ningún sentido para el resto de los mortales. Nuestro protagonista de hoy es uno de esos seres. Una persona normal, como cualquiera de nosotros que, sin previo aviso, se le cruzan los cables en un impulso irracional, cometiendo uno de los crímenes más espantosos de la historia de Córdoba, al punto que su nombre se usará desde aquél momento en una expresión muy cordobesa, para calificar el grado de maldad de una persona. 

   Para conocer las andanzas de José Cintabelde Pujazón, almeriense de nacimiento y cordobés de adopción, debemos
Jardines de La Victoria, antigua caseta de El Círculo en la actualidad
retroceder a la Córdoba de finales del siglo XIX. Pero antes de viajar a la primavera de 1890, os invito a dar un pequeño paseo por la Córdoba actual, a los lugares donde hace más de ciento treinta años se consumaron aquellos terribles sucesos. El primer lugar que debemos visitar es la finca El Jardinito, una preciosa propiedad situada en la margen izquierda de la carretera de Obejo, la CO3408, una vez pasado el hotel Abetos del Maestre Escuela. El segundo, el número 30 de la Avenida Ronda de los Tejares, lugar donde se encontraba el antiguo coso de Los Tejares, terrenos hoy ocupados por el edificio de El Corte Inglés. Y el tercero y último La Puerta de Sevilla, situada al suroeste del casco antiguo, acceso al popular barrio de San Basilio, llamada así desde la Edad Media por ser la salida que más directamente conectaba con esta provincia. 

   Una vez visitados estos lugares, ya sea forma física o por medio de la socorrida pantalla del ordenador, os propongo que me acompañéis a dar una vuelta por el real de la Feria de Nuestra Señora de la Salud del año 1890, la conocida Feria de Córdoba de nuestros días, un acontecimiento festivo que se remonta al año 1284, cuando el rey Don Sancho IV concedió el privilegio al Concejo de Córdoba para que pudiera celebrarse dos veces al año una Feria de ganado y que hasta el año 1993 se celebró en los jardines de La Victoria, abandonando para siempre el lugar donde se mantuvo desde 1820. Casi dos siglos. Porque es durante la celebración de la Feria de Córdoba, cuando se consuma uno de los mayores crímenes de la historia reciente de nuestra ciudad, perpetrado por un motivo tan trivial como una corrida de toros. Comenzamos.
  
   Lunes, veintiséis de mayo de mil ochocientos noventa. Una tarde alegre y bulliciosa bañada por el impetuoso sol cordobés. El jolgorio y las risas lo invaden todo. Una interminable fila de casetas de juguetes, chucherías y baratijas se extienden a lo largo del Paseo de la Victoria. A nuestro lado pasean jinetes flamencos a lomos de caballos bellamente engalanados, acompañados a la grupa de bonitas cordobesas tocadas con el típico sombrero cordobés. Forasteros llegados a la ciudad de los pueblos más cercanos, pasean boquiabiertos ante tan inmenso espectáculo, mientras gitanas gracejas intentan endosarles a cambio de la voluntad una ramita de romero o leerles la buena ventura. Hay cosas que nunca cambian. Ni siquiera con el paso de los siglos. En la caseta del Círculo de la Amistad, una estructura metálica de estilo modernista recientemente inaugurada, toca una de las mejores orquestas del país llegada directamente desde Barcelona. La caseta es un lugar confortable, donde los socios en su mayoría de clase pudiente y acomodada, pasan los días feriales con gran placer y displicencia hacia todo lo externo de su entorno.


Caseta del Club Guerrita
   Más allá vemos la caseta del contratista de la colocación de tiendas en el real, la de instalación de los productos de calderería y aparatos de destilación de Nicolás Pinzetti y la esbelta caseta de la Diputación Provincial. Junto a ellas, muchas y bien preparadas buñolerías y pequeñas tabernas ambulantes, donde se sirven toda clase de caldos de la tierra a precios populares. Avanzado a duras penas entre el alegre gentío, nos invade el dulzón olor de las almendras garrapiñadas. Intentando localizar la procedencia de tan delicioso aroma, encontramos a nuestra izquierda decenas de tiendas de las llamadas a real y medio la pieza, el equivalente al todo a cien de nuestro tiempo, con la diferencia que en estas se ofrece a la concurrencia, indistintamente, miles de juguetes, turrón de Jijona, peladillas, garrapiñadas, bocas e islas frescas del día en que llegaron que no tiene por qué ser hoy, botijos de la Rambla, cocos, coquitos, avellanas del país y garbanzos tostados con su capa de yeso inclusive, entre otros miles de artículos y exquisiteces. 

   Reconozco que estoy disfrutando con este agradable día de feria, tan distinto y a la vez tan parecido a la feria de Córdoba de nuestros días pero no hemos viajado a la primavera de 1890 para disfrutar de un cartucho de almendras garrapiñadas paseando por una fiesta de otro tiempo. Hemos venido en busca de una persona y su particular historia macabra y creo que sé dónde encontrarlo. Salimos a duras penas del gentío que invade el real y nos dirigimos a una zona un poco más despejada al otro lado de la calle. Estoy buscando un gran cartel taurino y no tardamos en encontrarlo. En el podemos leer lo siguiente: 


PLAZA DE TOROS.
Con superior permiso, en la ciudad de Córdoba,
CORRIDA DE TOROS DE MUERTE 
en la tarde del 27 de mayo de 1890 y si el tiempo lo permite;
se lidiarán SEIS HERMOSOS TOROS, SEIS de la GANADERIA de D. José Orozco,
a manos de los ESPADAS Rafael Molina “Lagartijo”, Manuel García “El Espartero” y Rafael Guerra “Guerrita”.
Mandará y presidirá la plaza la autoridad competente.


   Lagartijo, Espartero y Guerrita, casi ná. Los más grandes toreros del momento compartiendo cartel. Dos cordobeses (Lagartijo y Guerrita) contra un sevillano (El Espartero) que además de ser rivales en el ruedo, en lo personal no se pueden ni ver. Sobre todo El Espartero y Guerrita. Y junto al cartel, con la mirada perdida y sin un duro en la faltriquera, encontramos a nuestro protagonista, José Cintabelde Pujazón, “Cintasverdes” para los compadres y amigos; un albañil de origen almeriense gran aficionado a los toros. Vive “arrejuntao” con una joven del barrio de Santa Marina llamada Teresa Molinero, madre también de su hija.

José Cintabelde
   Pepe Cintabelde vive obsesionado con asistir a esa corrida, la corrida del siglo, pero una mala racha lo ha llevado a dejarlo sin blanca. La falta de trabajo, su mala cabeza y peligrosas compañías lo han llevado a esta situación. Pero Cintabelde cuenta con que su amigo Juan Castillo, capataz de la finca El Jardinito, le preste los cuartos para asistir a tan grandioso espectáculo. Se lo debe. Además, sabe que a Juan le ha ido bastante bien en la feria de ganado. Ha sacado un buen pellizco vendiendo un puñado de vacas a buen precio y no puede negarle el favor a su viejo amigo. Decidido a plantarse mañana a primera hora en la finca El Jardinito, pone en marcha sus pies y perdemos sus pasos entre el gentío que abarrota el real de la feria. No importa, mañana temprano lo esperaremos en las inmediaciones de la carretera de Obejo para seguir sus andanzas. Mientras llega esa hora, os propongo tomar una fría horchata o lo que se tercie en la heladería ambulante de los hermanos Puzzini. Me han soplado que este año Fester Puzzini la ha montado en uno de los solares de la Avenida Gran Capitán. 

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Coso de Los Tejares
   Son las diez de la mañana del 27 de mayo. Pepillo Cintabelde camina solo aunque bien acompañado por su fiel navaja en el bolsillo y un pistolón al cinto cargado con seis balas. Nunca se sabe qué puede acechar por esos solitarios caminos de la sierra cordobesa. Por sus ropas y su forma de andar, parece que la noche se ha prolongado más de la cuenta en el real de la feria. Alguien podría decir que va un poco ahumado, perjudicado pero es una impresión subjetiva. Tras una larga caminata, alrededor de las once de la mañana llega a la finca El Jardinito. Conoce el lugar como la palma de su mano, no en vano trabajó allí durante un tiempo en compañía de Teresa, su sufrida compañera. Se dirige al caserón principal donde espera encontrar a su amigo Juan Castillo, al que dará un fuerte abrazo, reirán juntos con algún que otro chascarrillo, lo invitará a un trago y le prestará las 2,85 pesetas de la entrada general de sol. 

   En eso está pensando cuando a mitad de camino se encuentra con José Bello, el guarda de la finca. Tras el saludo pertinente y a la pregunta de José de qué hace por allí, Pepillo responde que viene en busca de Juan a pedirle un favor. El guarda le contesta que Juan no está por allí, que no se le espera en todo el día porque ha ido a la feria de ganado y que posiblemente pase la noche en Córdoba. Cintabelde ve como se desmorona ante las narices su bonita tarde de toros pero no está dispuesto a quedarse sin ver torear al Guerrita. Sabe que el capataz guarda el dinero en su casa, ese caserón que tiene a pocos pasos, tan cerca y tan lejos e idea un nuevo plan sobre la marcha. Para entrar en la casa y tomar el dinero primero tiene que deshacerse del guarda y la mejor forma que se le ocurre es pidiéndole como obsequio para Teresa y su pequeña hija un puñado de esas jugosas naranjas que cultivan en la finca, famosas en toda la provincia. Eso le dará el tiempo necesario para entrar en casa del capataz, coger el dinero, esperar a que vuelva el guarda y regresar a casa con las naranjas y los cuartos como si no hubiera pasado nada. 

   Cuando Cintabelde ve perderse al guarda en el interior del almacén anexo al caserón, corre como alma que lleva el diablo en dirección a la casa del capataz, abre de un fuerte empujón la puerta y se da de bruces con la cara perpleja de Antonia Córdoba, esposa de Juan Castillo, afanada en las tareas de la casa, y sus dos pequeñas hijas de seis y dos años, que corretean alegremente por la estancia. Petrificado en el dintel de la puerta y maldiciendo para sus adentros por no haber contado con la familia del capataz, apenas reacciona al saludo de Antonia y a la pregunta de qué hace por allí a esas horas. Al cabo de unos segundos que se hacen eternos, Cintabelde responde con dificultad que viene en busca de unas pesetas que su marido le había prometido fiar. Antonia, que nunca le ha gustado un pelo el gachó, le responde que Juan no está allí, que no volverá en todo el día y que ella no tiene dinero para prestarle. 

   Tanto contratiempo, unido a una larga noche de farra, una loca obsesión taurina y unas cortas entendederas, ocasiona el temido cortocircuito que tarde o temprano se produce en toda mente perturbada. Pepillo sabe que esa mala mujer lo está engañando. Conoce el escondrijo de los cuartos de cuando él trabajó en la finca y no está dispuesto a marcharse con las manos vacías. Con el rostro desencajado y los ojos bañados en furia, saca la pipa que llevaba sujeta al cinto, apunta a Antonia y le descerraja un tiro en la cara al tiempo que murmura entre dientes que no se moleste, que él mismo cogerá el dinero. Su cabeza enloquecida no aguanta una explicación más. 

   La detonación del arma alerta al guarda de la finca que acude entre extrañado y alarmado a la casa del capataz. Al entrar en el comedor se encuentra con la espantosa escena. A un lado de la estancia, bañada en un charco de sangre, se da de bruces con el cuerpo y el rostro irreconocible de la que parece ser “la Antonia”; al otro lado, como una aparición, el chiflado de Cintabelde lo está apuntando con lo que parece un enorme pistolón. Sin mediar palabra, Pepillo aprieta el gatillo pero del cañón del arma no sale absolutamente nada. Solo se oye un ridículo “clic”. Harto de tantas dificultades, mientras echa mano a su navaja, se abalanza sobre el guarda al que asesta varias cuchilladas sin darle opción a defenderse. Se escuchan gritos infantiles provienen de interior de las cocinas pero Cintabelde no hace caso de ellos y se dirige al escondrijo del dinero. 

Cartel de feria, año 1896
  Una vez hallado el parné, con veinticuatro duros de plata en el bolsillo y la navaja ensangrentada en la mano, se dirige a las cocinas en busca de las niñas. Estas, al verlo entrar huyen despavoridas entre gritos justo en el momento en que se abre de nuevo la puerta de la casa, dejando ver a contraluz el rostro descompuesto de Rafael Balbuena León, el arrendador de la finca, que casualmente se encontraba en el cortijo y que ha acudido tan rápido como ha podido al escuchar el extraño estampido y los gritos aterrorizados de las niñas. Cintabelde, cuya intención es no dejar testigos, se abalanza navaja en ristre sobre el perplejo hombre, asestándole una puñalada en la boca y rematándolo posteriormente de un tiro en la cabeza. Magdalena, la niña de seis años intenta esconderse pero Pepillo la persigue y de un solo tajo le secciona la yugular. Después de asesinar a sangre fría a la inocente Magdalena, Cintabelde vuelve sobre sus pasos y encuentra a Maria Josefa, la niña de dos años, llorando desconsolada abrazada al cadáver de su madre. Haciendo gala de una extrema crueldad, agarra a la cría de los pelos y utilizando la navaja de nuevo, le corta el cuello hasta casi arrancarle la cabeza. 

   Ha sido más complicado de lo que pensaba pero al final ha conseguido su propósito: conseguir el dinero necesario para poder ver la corrida del siglo. Nada menos que veinticuatro duros de plata. Cierto que ha dejado cinco cadáveres a su espalda pero no hay testigos vivos que puedan reconocerlo. O al menos eso es lo que él cree. Tras lavarse manos y ropas en el arroyo de Las Piedras, desanda los seis kilómetros que hay desde la finca El Jardinito hasta su casa en el barrio de Santa Marina, almuerza tranquilamente, se viste con sus mejores galas y se dirige con toda la tranquilidad del mundo camino a la plaza de toros de Los Tejares, a disfrutar de una hermosa tarde taurina, convencido de no haber dejado testigos. 

   Mientras tanto, a la una y media de la tarde, unos forasteros acuden a El Jardinito con la intención de comprar naranjas, encontrándose sin comerlo ni beberlo todo el pastel. Sorprendentemente y pese a las horribles heridas sufridas, Antonia todavía conserva un hilo de vida y les susurra unas extrañas palabras a los forasteros: Cintas… verdes… En tanto uno de ellos se queda intentando mantenerla con vida, otro de ellos cabalga todo lo deprisa que puede a lomos de su borrico al cuartelillo más próximo. Allí, el teniente de la Guardia Civil, Vicente Paredes, escucha atónito el relato del forastero. Al punto, el teniente Paredes ordena ensillar los caballos y parte a galope tendido junto con un puñado de guardias camino del cortijo El Jardinito, propiedad del duque de Almodóvar del Valle. En pocos minutos llegan al lugar y tropiezan con una infernal escena de cuerpos desperdigados aquí y allá bañados en sangre. Estremecedor. A un lado del salón encuentran tendido, aún con vida, el cuerpo con el rostro desfigurado de Antonia, la casera. Cuando el teniente le pregunta quién es el causante de tamaña casquería, Antonia, muy bajito, murmura las mismas palabras incoherentes: Cintas… verdes…

   Afectado por el espectáculo que se presenta frente a sus ojos, Paredes ordena un registro de la vivienda. Dejando a un lado el comedor y la cocina, donde se han provocado los asesinatos, el orden reina en las demás habitaciones. Tan solo un detalle despierta la curiosidad de los guardias: en el dormitorio principal, un pequeño arcón de hierro ha sido forzado. No hace falta ser muy observador para darse cuenta que el asesino conoce a las víctimas y la casa. Ha ido a tiro fijo. Deja una pareja de guardias civiles a cargo de la escena del crimen y ordena el rápido traslado al hospital de Agudos del cuerpo aún con vida de Antonia Córdoba. Los esfuerzos para mantenerla con vida son inútiles y a las pocas horas muere. Para los que no conozcan el antiguo hospital de Agudos, hoy facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Córdoba, tienen una entrada dedicada en este modesto blog http://elpozodeesparta.blogspot.com.es/2013/02/lugares-de-cordoba-en-los-que-usted-no.html

Coso de los Tejares, becerrada a la mujer cordobesa
   De vuelta en la ciudad, los problemas se acumulan en la abultada agenda del teniente Paredes. A las dificultades de orden público que siempre causa la feria, se une la celebración de la corrida del siglo en el coso de Los Tejares y ahora este espantoso crimen. Cintas Verdes son las palabras que acuden una y otra vez a su mente pero nadie del cuartelillo conoce a alguien con un mote parecido ni logra relacionar esas dos palabras con una persona en concreto. Sale con sus hombres a recabar pistas por la ciudad pero no es hasta encontrarse con una pareja de municipales cuando el rompecabezas empieza a tener sentido. Paredes les pregunta por alguien llamado Cintas Verdes o algo parecido y uno de ellos le responde que por Cintas Verdes no conoce a nadie pero si que conoce a un tal José Cintabelde, un viejo conocido de la policía municipal, camorrista y ladrón de poca monta. Vive en pecado con una mujer en la calle Humosa. 

   Paredes, una pareja de guardias civiles y el policía que conoce a Pepillo Cintabelde, se presentan en el domicilio de este. Les abre la mujer con la que vive y les dice que Pepillo se ha ido a los toros. En el registro efectuado de la vivienda encuentran una chaqueta y una camisa manchadas de sangre, y un pistolón. Ya no hay dudas: Cintabelde es el hombre que buscan y encima saben donde se encuentra. A toda velocidad, se dirigen a la plaza de toros con el objetivo de atrapar al presunto criminal a cualquier precio. Será una empresa difícil pero a Paredes se le ocurre una genial idea: ordena cerrar todas las puertas de la plaza menos una, al objeto de que al término del espectáculo, los espectadores abandonen el recinto por una sola puerta. Después de un considerable revuelo del público por el engorro provocado por la lentitud del desalojo, los municipales logran identificar a Cintabelde y detenerlo con veintitrés duros de plata en los bolsillos. 
   En el interrogatorio, Cintabelde confiesa con todo lujo de detalles al saber que Antonia lo ha acusado antes de morir. Detenido y en prisión, se vuelve muy religioso y pide casarse por la iglesia con Teresa Molinero, la mujer con la que vivía amancebado. El 15 de Noviembre 1890 la Audiencia Provincial de Córdoba lo condena a la pena capital, permaneciendo en la cárcel de los Reyes Cristianos hasta el día 6 de junio de 1891, fecha en la que fue ajusticiado a garrote vil a las 8,45 de la mañana en el llano frente a la Puerta de Sevilla. Fue la última ejecución pública que tuvo lugar en Córdoba. Tenía veintiocho años. Seguro que quien se ha criado en esta tierra, alguna vez ha escuchado la expresión “Eres más malo que Cintasverdes”


Fuentes:

Crónica negra de la historia de Córdoba: (antología del crimen); José Cruz Gutiérrez, Antonio Puebla Povedano. Publicaciones de Librería Luque, 1994

Córdoba frente al misterio (17): el zombi de los Tejares

Puerta de Osario

Cuando Fernando de Cárcamo se asomó a la puertecilla trasera de la casa, la mujer se sobresaltó primero, pero luego debió ver el cielo abierto. El joven noble estaba disfrutando de una de sus correrías nocturnas por la ciudad, las cuales le habían hecho famoso y poco popular entre los vecinos, cuando los gritos desgarrados de aquella señora le habían obligado a acercarse a ver qué pasaba.

Oyendo las voces, había dado un par de vueltas por las cercanías del convento de la Merced, adonde había llegado saltando la muralla junto a la puerta de Osario (ele), y al final se había encontrado la escenita de una mujer amortajando a su marido muerto, mientras dormía, en mitad de la noche veraniega.

El juerguista hizo de la necesidad virtud y le dijo a la buena señora que se fuera a buscar al cura del barrio de San Juan, mientras él se quedaría con el muerto en un patio. El Cárcamo se debió sentar delante de aquel hombre, rezaría alguna oración y luego se quedaría tamborileando con los dedos en alguna mesita, pensando quién carajo le mandaría meterse donde no le llamaban.

Pasaron unos minutos, don Fernando casi daba cabezadas, cuando oyó algo, se volvió hacia el difunto, y lo descubrió sentado en la cama, mirándole fijamente. En el siglo XXI, pasado el susto inicial, habría buscado una cámara oculta, pero en el siglo XVI no había de eso. Tampoco se le pasó el susto inicial, porque el muerto se levantó y caminó hacia él con las manos extendidas.

El caballero se defendía, según cuentan las crónicas, "pareciéndole cobardía arremeterle con las armas que el otro no tenía", así que se zurraron a manotazos, con el amortajado intentando ahogar al Cárcamo. A eso de las tres de la madrugada, cuando apenas le quedaban fuerzas para defenderse, el joven vio cómo el difunto le soltaba, se retiraba a su lecho y se volvía a tumbar inerte. Dio unos pasos atrás, se sentó también, blanco como la cera, y en ese momento abrió la puerta la señora, que ya venía acompañada.

Después de recibir los agradecimientos, don Fernando de Cárcamo, en vez de volver a entrar a la ciudad, caminó hacia el norte, cuando el cielo ya empezaba a clarear. Se presentó en el convento de San Francisco de la Arruzafa, del que hablamos hace poco, y tomó el hábito esa misma mañana, arrojándose entre lágrimas al guardián del convento. Allí vivió el resto de su vida, y allí murió entre la admiración de toda Córdoba por su conversión.

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"Casos notables de la ciudad de Córdoba", anónimo. Edición de Francisco Baena Altolaguirre, 2003.

Córdoba frente al misterio (11): el fantasma del conde Don Julián

Puerta de Osario

Esta es una ciudad rica en historia, y aquí no se puede manifestar el primer fantasma que pase por una dimensión paralela. Si hace ya tiempo reflejamos un testimonio que situaba al espíritu de Don Severo Ochoa en el edificio homónimo del Campus de Rabanales, hoy veremos que ha habido más espectros ilustres en nuestra tierra, en concreto uno que el imaginario tradicional español fue convirtiendo, a lo largo de los años, en una verdadera encarnación del mal: el conde Don Julián.

Recordando un poco lo que se lee en los libros de historia (y sobre todo, lo que se leía), este hombre era gobernador de la plaza de Ceuta a principios del siglo VIII, defendiéndola de los primeros ataques musulmanes previos a la invasión de la Península Ibérica. Por intrigas palaciegas, tan típicas del periodo de ocupación germánica, el conde traicionó al rey don Rodrigo y permitió la entrada en Andalucía de los primeros contingentes beréberes. Evidentemente, Don Julián fue al infierno por entregar a los infieles tan significativo pedazo de tierra cristiana. Simplificando mucho, versión España es así.

Pues bien, cuentan las crónicas, concretamente los Casos Raros, que un día de finales del siglo XVI, un lagarero salía de Córdoba en dirección a la sierra, por la Puerta del Rincón. Era media mañana y viajaba a caballo, avanzando por el Campo de la Merced en dirección al Pretorio.

A la altura del convento, otro caballero se dirigió a él y le pidió compartir unos minutos de charla, considerando que era aún temprano. Así, el lagarero tuvo que ir saciando la curiosidad del caballero anónimo acerca del estado de la ciudad de Córdoba, de sus jardines y de su sierra, contando con tristeza cómo corrían años de decadencia.

El desconocido, a continuación, explicó cómo en su época, Córdoba era una ciudad con tanta grandeza que, se encendía lumbre desde el Potro hasta las puentes de Alcolea, y se comunicaba toda la gente, y se iban paseando de una parte a otra. Extrañado el lagarero, afirmó que debía ser una persona de edad muy avanzada.

Sí soy, dijo el caballero, porque soy aquel desventurado don Julián, por quien se perdió España, y estoy padeciendo tormentos increíbles en el infierno. En ese momento, sonó un gran estampido y el hombre desapareció, dejando un desagradable olor en el ambiente.

El lagarero quedó tan conmocionado que perdió la vida al cabo de unos días, habiendo contado a mucha gente su aventura. Entre estas personas se encontraba su sobrino, Baltasar de Ahumada, que será quien informe al anónimo autor de los Casos Raros, siempre según la versión de este último. 

LUGARES DE CÓRDOBA DONDE NO PASARÍAS LA NOCHE (3)

LUGARES DE CÓRDOBA DONDE NO PASARÍAS LA NOCHE (3)



   La noche y los fantasmas se llevan bien. Son buenos colegas. Durante siglos han ido de la mano con el firme propósito de lograr el desasosiego del infeliz testigo. Los fantasmas, las apariciones, los fenómenos inexplicables, son un tema que vende muy bien. El ser humano, por naturaleza ávido de congoja, se ve atraído desde el principio de los tiempos por este tipo de historias. Nos interesan, nos turban, nos cautivan. La indiferencia no es una opción cuando se trata de este tipo de temas. Ninguna historia, ningún suceso, escapa sin algún comentario ingenuo, sarcástico o escéptico. Leyendas, cuentos populares, rumores y folklore referidos a los fantasmas, testimonian el interés que los hombres tienen respecto de lo que sucede más allá de la muerte. El miedo a lo invisible y desconocido continúa arraigado profundamente en nuestras entrañas.

   Leyendas… Persiguiendo a una famosa leyenda encamino mis pasos a un precioso edificio renacentista del siglo XVI, hoy sede de la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Córdoba. La historia de la “Casa de los Villalones”, también conocida como “Palacio de Orive” comienza marcada por un hecho trágico: se levanta sobre el solar de una antigua casa perteneciente a la familia Hoces, destruida por el singular Pedro I El Cruel como premio al apoyo que éstos dieron a su querido hermano Enrique II de Trastámara. Ahí donde los veis, los hermanos Pedro y Enrique son los causantes de la Primera Guerra Civil española entre los años 1366 a 1369. Angelitos… pero eso es otra historia.

   El motivo de que fije mis ojos en este palacio, obra cumbre del arquitecto Hernán Ruiz II, no es Pedro I El Cruel ni su simpático hermano. Esto va de apariciones, fantasmas, leyendas y hechos inexplicables, como ya sabéis. Mi interés se centra en un antiguo inquilino de esta mansión: don Carlos Ucel y Guimbarda, corregidor de Córdoba a finales del siglo XVII. Aunque para ser sincero, me interesa más su hija Blanca. El fantasma de su hija Blanca. Cada fenómeno inexplicable tiene su propio origen, causa y significado. El fantasma de la hija del Corregidor don Carlos Ucel, también tiene su propio origen, causa y significado.

   Circulan varias leyendas sobre los trágicos hechos acontecidos tras los regios muros del palacio de Orive. Sin embargo, la historia real la relata con todo lujo de detalles don Teodomiro Ramírez de Arellano, en su libro “Paseos por Córdoba” escrito en el año 1873, libro que podréis encontrar completamente gratis pues es de dominio público, en la biblioteca iTunes de Apple, en Google Books o en la web http://www.bibliotecadecordoba.com/index.php/Portada. Es una historia muy bonita que os trascribo a continuación, tal cual la escribió Ramírez de Arellano en 1873:

   Don Carlos Ucel y Guimbarda había perdido a su bella y adorada esposa cuando más feliz se juzgaba con tan buena compañera. El cielo quiso, para consolar la amargura que aquella pérdida le causara, dejarle una hija, blanca y hermosa como su nombre, y tímida y sencilla como el espíritu de un ángel. Jamás salía de casa, sino acompañada de una dueña, en sus primeros años, y después de su padre, que en ella cifraba toda su ventura y sus esperanzas. Contaba unos 17 años cuando en uno, al llegar la velada entonces, hoy feria de la Fuensanta, la llevó a beber aquellas puras y apetecidas aguas y orar por su madre ante la venerada imagen, amor de todos los cordobeses.
                                                             
En la esquina del convento de San Rafael, conocido generalmente por Madre de Dios, se les interpuso una harapienta gitana de horrible aspecto y penetrante mirada, pretendiendo decir a Blanca la ventura que le esperaba. La tímida joven demostró al punto su repugnancia, y don Carlos, que temió un ligero disgusto en su hija, ordenó a la gitana se apartase, dejando de incomodarla por más tiempo. Ella insistió, y al fin fue preciso, mal su grado, retirarla, dejándola a un lado del camino, profiriendo mil palabras, entre las que se percibieron claramente: "Ellos pagarán su orgullo con raudales de llanto, que la desgracia les hará verter". Nadie hizo caso de sus palabras, que consideraron desahogo de su mala educación, volviéndose tranquilos a su casa, como si nada hubiesen oído.
           
Dos o tres años habrían transcurrido cuando, a la altas horas de la noche, oyeron llamar a la puerta; asomáronse y eran unos hebreos que iban a quejarse al corregidor de que no les querían dar posada en ninguna de las de Córdoba, y pedían o una orden para ello o que se les dejase pasar hasta el día, aun cuando fuera en el portal de su casa. Consintió Guimbarda en esto último, y la dueña que había recibido el recado ponderó a doña Blanca lo extraño de las figuras de los nuevos huéspedes, hasta el punto que la curiosidad les hizo ir a examinarlos por el agujero de la llave del portón. Mas cuál sería su sorpresa al ver que leían en un libro a la luz de una vela amarilla, y que pasaban muy deprisa las cuentas de una especie de rosario que uno de ellos llevaba pendiente de la cintura.
           
A poco sonó un ruido extraño y la tierra se separó dejando una abertura que daba paso a una hermosa escalera de mármol. Por ella bajó uno, volviendo a poco acompañado de un joven que apenas frisaba en los tres lustros, de hermoso y gallardo aspecto, y un cofre, al parecer lleno de alhajas de gran valor. Aquel desgraciado, enterrado en vida, les rogó repetidas veces para que lo llevasen consigo, siendo inútiles sus quejas y súplicas, pues después de algunas prevenciones que le hicieron lo obligaron a bajar por la ancha escalera. Apagaron la vela, y con la luz desapareció también el hoyo formado en el portal, como si nada hubiese sucedido.
           
Llegó la mañana siguiente y los hebreos se despidieron del corregidor, dándole muchas gracias por la generosidad con que los había hospedado; mas ¡cuánta desgracia se atrajo con ella! Tanto la dueña como la hermosa Blanca ardían en viva curiosidad por saber el misterioso arcano del joven prisionero con tantas y codiciadas riquezas. Examinaron el portal y nada advertían en su pavimento, hasta que la dueña vio esparcidas por él muchas gotas de cera desprendidas de la vela encendida por los hebreos. Juntolas cuidadosamente e hizo un cerillo, con el que creían que se abriría la tierra.

Esperaron la noche, y cuando todos estaban recogidos, bajaron al portal y encendieron la luz, logrando por este medio que apareciese de nuevo la escalera, por la cual bajó Blanca, recorriendo algunas galerías sin hallar el menor rastro. Cuando vio la dueña que el pabilo se acababa, echaron a correr; pero al salir se le concluyó, quedando dentro la desgraciada joven que venía tras ella. La pobre vieja empezó a gritar; a sus voces acudió el corregidor y todos los criados, quienes se confundían más con sus revelaciones. Luego llamaron a Blanca, que respondía con acento de dolor desde el centro de la tierra. El corregidor hizo mil excavaciones, todas inútiles, llorando en su desesperación la pérdida de tan querida hija.
           
Varios años pasaron. Don Carlos Ucel y Guimbarda murió solo y desesperado. Desde entonces se dice que una sombra misteriosa recorre de noche toda esta casa, atribuyéndolo al alma de doña Blanca, que aún vaga por aquellos contornos.


   Esta es una de las más antiguas leyendas de fantasmas de Córdoba. Soy muy escéptico con la historia pero lo cierto es que hay testigos que afirman haber visto el alma de Blanca vagando como una escalofriante sombra por los fríos pasillos del palacio. Incluso hay quien sostiene haber oído gritos aterrorizados de mujer, implorando de forma agónica un socorro que nunca llega. La bella y virtuosa doña Blanca de Ucel, yace bajo tierra envuelta en tinieblas, en alguna recóndita zona misteriosa del palacio. ¿Seríais capaces de pasar una noche en él?

El enigma del Santuario de la Fuensanta





La aparicion de la Virgen a Gonzalo Garcia, cardador de lana, data segun algunos autores del año 1420, aunque es probable que haya errores en la apreciacion de las fechas, por los siguientes motivos segun Rafael Martinez Castro en su escrito " Santuario de la Fuensanta de Cordoba":
1. El dia 8 de septiembre no fue sabado en 1420, se habla de esta fecha como el dia de aparicion de la Virgen.
2.En 1420 aun no era Obispo de Cordoba D. Sancho de Rojas, al cual pone como tal en la fecha de la aparicion.
3. El testamento otorgado por la viuda de Gonzalo esta pidiendo una fecha de aparicion mas tardia del 1420, en que ya estaba casada y con una hija de no corta edad.
3. Hay un periodo de tiempo demasiado largo entra la Aparicion y el movimiento devocional hacia la Fuensanta.
Es por ello que con gran probabilidad fue el dia 8 de septiembre de 1442, que es cuando si coinciden todas las circunstancias narradas con anterioridad.

Todos conocemos mas o menos la historia de la Virgen de la Fuensanta, a Gonzalo que era del barrio de San Lorenzo y tenia una mujer paralitica, ademas su unica hija estaba loca, cuando iba por el vado del rio que dicen del Adalid, se encontro con dos mujeres y un mancebo todos muy hermosos, la mas bella de ellas le dijo que tomara un jarro de agua de un charco que le señalo y lo diese a su mujer e hija para que recuperaran la salud. Los otros dos seres tambien le hablaron para que hiciera lo que le habia dicho aquella señora, que no era sino la Virgen y ellos Santa Victoria y San Acisclo.El sitio donde le señalaron para que cogiese el agua era una fuente que manaba de unas piedras y raices de un cabrahigo.Cuando Gonzalo volvio a mirarlas ya habian desaparecido, entonces fue a comprar un jarro de bexcenno y regreso a la fuente, lo lleno de agua llevandoselo a su casa para que bebieran y asi quedaron sanos y buenos( manuscrito inedito de Vaca de Alfaro).
Parece ser que el jarro se conservo muchos años como una preciosa reliquia, era de barro vidriado y de color amarillo, incluso afirma Vaca de Alfaro que en 1671 lo tuvo en sus manos, mas de dos siglos despues.

A pesar de todo ello siguen los problemas a la hora de fechar los acontecimientos, ya que la fecha que se ha asignado como en la que se aparecio la Virgen, es decir en 1442 coincide con la que la mayoria de los autores dan para la revelacion al ermitaño del lugar, donde se hallaba la imagen de la Virgen.

La aparicion de la Imagen de la Virgen habra que situarla entre 1442 y 1450, en el llano de la huerta de Albacete, rodeada por las que hasta ahora fueron las de la Fuensanta, del Cañaveral, de la Cruz...etc.

Al ermitaño al que le fue revelado que aquella antigua higuera encerraba en su tronco hueco una imagen de la Virgen Maria, dio cuenta de su revelacion y el Obispo D. Sancho de Rojas determino abrir el tronco, encontrando la figura, esta segun unos era de alabastro, otros de marmol y se encontraba hecha pedazos, los cuales se los llevo Gonzalo(como lo atestigua el testamento de la viuda de este que guardaba sus cascotes con gran veneracion y pedia a sus herederos que lo hicieran de esta manera).
Se barajan dos Hipotesis:

1. O bien la enterraron o escondieron alli como signo de veneracion.
2. La escondieron precipitadamente por miedo a la profanacion arabe.

¿Es posible que en estos pagos hubiese un monasterio o una ermita anterior al santuario de la Fuensanta?, tal vez fuese Santa Maria de las Huertas una ermita de los pagos de la Fuensanta y explicase asi la existencia de la Imagen de la Virgen, encontrada rota en el interior del tronco del cabrahigo?.Una rotura provocada por la cercania de las circunstancias, por la necesidad del rapido escondite, por los avatares del tiempo que estuvo en ese lugar?.Todo un misterio, uno mas de los que guarda este santuario

Parece que la antigua imagen tenia en las espaldas unas letras goticas desgastadas que no se podian leer( Ramirez y de las Casas Deza, Indicador Cordobes).

Se hizo otra imagen de barro cocido, la que ha llegado a nuestros dias.Segun algunos autores esta fue hecha en la decada de los 50 o los 60 del S.XV.

Uno que ha pasado su infancia en estos pagos asegura que era habitual ver por las huertas aledañas al Pocito, multitud de cabrahigos, higueras...etc, a escasos metros del pocito existia lo que los niños llamabamos el cañaveral.

El cabrahigo es un arbol muy nombrado en la biblia, El sicómoro, árbol vigoroso y de ancha copa abundante en la Sefela de Judá en los tiempos bíblicos (1 R. 10:27; 2 Cr. 1:15; 9:27-1 Cr. 27:28, "sicómoros", BJ). Crecía tanto en el valle del Jordán como en Egipto (Sal. 78:47; . Este árbol siempre verde tiene sus ramas principales retorcidas, las que se extienden en todas direcciones cerca del suelo. Produce un fruto parecido a un higo común (de aquí que se lo llamara "higuera silvestre"). En Palestina, los sicómoros estaban estrechamente vinculados con los ritos de los adoradores de la naturaleza, contra quienes los profetas hebreos hicieron muchas advertencias. Zaqueo se trepó a las ramas inferiores de un sicómoro para ver pasar a Jesús (Lc. 19:4), y Jesús dijo que si tuviéramos fe como el grano de mostaza podríamos mover un sicómoro (Lc. 17:6).

Otro misterio de este paraje se encuentra en el pocito propiamente dicho, la restauracion de este la formalizo probablemente entre otros Mateo Inurria , existe una inscripcion que lo data en 1897. En fotos antiguas se aprecia claramente como una escultura de la Virgen coronaba a este, desaparecio y en su lugar se puso una cruz bastante menos emblematica y representativa.

En 1450 aun no habia iglesia, en 1454 ya la habian construido, en 1456 ademas de la iglesia existia un hospital. La iglesia sufrio varias reedificaciones.
Otra curiosidad es que el retablo donado por el cabildo desde 1976 se encuentra en la iglesia de San Pedro de Nueva Carteya.

Pero aparte de ser conocida esta iglesia por su Virgen, tambien lo es por su famoso " Caiman", cuya leyenda nos habla de un hombre cojo que paseaba por el arroyo del entorno, cuando le salio de entre los cañaverales un caiman que le intentaba morder, arrojandole pan para distraerlo lo mato con su muleta. Otra tradicion nos habla de un sentenciado al que se le encargo que terminara con el saurio a cambio del indulto. En realidad con toda probabilidad el caiman vino de America traido por algun indiano.

Es curioso pero la existencia de un caiman o cocodrilo en una iglesia o templo no es original de la Fuensanta, muy al contrario hay un sin fin de ejemplos a lo largo de todo el territorio nacional , Jaen, Sevilla, Sonsoles,Berlanga, Santiago de la Puebla, y muchas otra comunidades cuentan con uno de ellos. Tampoco deja de ser curioso que las leyendas que se cuentan en estas localidades son todas muy similares, condenados que lo matan a cambio de su libertad, arroyos desde donde el animal y ataca a personas y animales..., historias que se repiten una y otra vez.


La exhibición de un saurio asociado al culto mariano en el interior de un recinto sagrado no es exclusiva de Cordoba como ya dijimos. Recientemente, Joaquín Albaicín ha señalado la existencia de otro ejemplar en la parroquia madrileña de San Ginés, yacente en este caso a los pies de la Virgen de los Remedios.

¿Qué hay entre el caimán y la Virgen? . El propio Albaicín ha intuido detrás de nuestro cocodrilo la figura del Ammit egipcio ―el Guardián de la Puerta, el Vigilante del Umbral―, presente en pesada de las almas a la que todos estamos obligados tras nuestro apocalipsis particular, y cuya función es devorar a quienes no superen la prueba con solvencia. Representa la vía única por la cual todo ser ha de pasar necesariamente, y cuya boca será, «según el estado al cual ha llegado el ser que se presenta ante él», ya «Puerta de la Liberación», ya «Fauces de la Muerte»), en Occidente su valor viene prefigurado por el signo zodiacal de Capricornio, a todas luces vinculado asimismo con la idea de paso a través, de puerta . En este contexto, a la Virgen le sería asignado el papel de o guía de almas: «modelo y puente entre lo terrenal y lo celestial, lo bajo y lo alto»,
la Virgen y el Caimán, la Dama y el Dragón, la Diosa y la Serpiente, la Bella y la Bestia, son también dos aspectos de un mismo principio, dos polos de un mismo eje, dos vestiduras para sendos grados ―origen y meta― de un mismo proceso de transformación: el que conduce del alma al Alma.

No podemos dejar un ultimo enigma en el tintero, esta vez se trata de una imagen que se encontro en 1976, en lo que entonces era huerta del patio, aparecio bajo el pilar derecho de la entrada al jardin por el atrio, estaba hecha pedazos. Nuevamente una estatua enterrada y rota, es una imagen gotica..... umm demasiadas casualidades, actualmente se encuentra flanqueando las escaleras del patio de la iglesia de la Fuensanta.