Si nos topamos con un asaltador de caminos que nos grita “la bolsa o la
vida”, nadie en su sano juicio respondería: “¿de cuánto dinero estamos
hablando?”
Sin embargo, todo puede ser tasado económicamente. Al menos en un
principio. También nuestra vida, y cada una de las partes de nuestro
cuerpo.
Por ejemplo, esta es la lista de precios que emplea el estado de
Connecticut para indemnizar los daños por accidente laboral, expresado
en semanas de paga de compensación. La lista establece partes del cuerpo
perdidas o dañadas:
-Dedo (índice): 36.
-Dedo (corazón): 29.
-Dedo (anular): 21.
-Dedo (meñique): 17.
-Pulgar (mano dominante): 63.
-Pulgar (otra mano): 54.
-Mano (dominante): 168.
-Mano (otra): 155.
-Brazo (dominante): 208.
-Brazo (otro): 194.
-Ojo: 157.
-Riñón: 117.
-Hígado: 347.
-Páncreas: 416.
-Corazón: 520.
-Ovario o testículo: 35.
-Pene: 35-104.
-Vagina: 35-104.
Lo que menos vale es cualquier dedo del pie que no sea el dedo gordo: solo 9 semanas de paga de compensación.
¿Cuánto podría costar, entonces, una vida humana? ¿Y un feto? ¿Y un
recién nacido? Tales preguntas nos incomodan porque consideramos que la
vida humana es sagrada y que no existe un justo intercambio por ella.
Philip E. Tetlock, profesor de psicología de la Universidad de
Pennsylvania, ha llevado a cabo ingeniosos experimentos donde los
participantes ha sido obligados a considerar seriamente estas
“transacciones tabú”, tales como comprar o no partes vivas del cuerpo
humano. Así lo explica Daniel Dennett en su libro Romper el hechizo:
Tal y como predice su modelo, muchos participantes exhiben un fuerte
“efecto por mera contemplación”: se sienten culpables, y a veces llegan a
enojarse, tan sólo por haber sido inducidos a pensar en tan espantosas
elecciones, aun cuando terminan tomando las decisiones correctas. Cuando
los experimentadores les dan la oportunidad de participar en una suerte
de “purificación moral” (por ejemplo, ofreciéndose como voluntarios
para trabajar en algún servicio comunitario relevante), los sujetos que
han pesado acerca de las transacciones tabú están significativamente más
dispuestos a ofrecerse como voluntarios (¡en la vida real!) para tan
buenas causas de lo que lo están los participantes del grupo testigo. (A
éstos se les había pedido que pensaran en transacciones puramente
mundanas, tal como contratar o no a una mucama o comprar o no comida en
lugar de algo más).
Sin embargo, los economistas se empecinan en poner precio a las cosas,
incluso a las que nos parecen que no los tienen, a fin de calcular los
recursos que precisan para llevar a cabo determinado fin, las
compensaciones del seguro laboral o incluso la importancia que le otorga
la gente a determinado hecho, como un desastre natural.
Un libro escrito por el economista Steven Levitt y el periodista Stephen
J. Dubner, Freakonomics, ponen alguno de estos ejemplos:
Consideremos el esfuerzo de salvar de la extinción al búho manchado del
norte. Un estudio económico descubrió que para proteger a
aproximadamente cinco mil búhos, los costes de aprovechamiento (es
decir, los ingresos obtenidos por la industria maderera y otras) serían
de 46.000 millones de dólares, poco más de nueve millones por cada búho.
Tras el vertido de petróleo del Exxon Valdez en 1980, otro estudio
calculó la cifra que la familia típica norteamericana estaría dispuesta a
pagar para evitar otro desastre semejante: 31 dólares.