domingo, 1 de febrero de 2015

Los pelos de la barba de Mahoma y otras reliquias que no tocarías ni con un palo




                        
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El Handbook of Chemistry and Physics es un tocho de más de tres kilogramos de peso y 2.804 páginas que recoge todos los elementos que pueblan la corteza terrestre, así como su propiedades físicas. Todo cuanto nos rodea, incluidos nosotros mismos, está hecho de lo que figura en ese libro. Sin embargo, hay cosas que están hechas de elementos descabalados o unidos entre sí de forma singular, como un rompecabezas mal hecho.
A ese grupo pertenecen las reliquias. Objetos especiales que pertenecieron a algún personaje histórico célebre o formaron parte intrínseca de su propio cuerpo (tal cual). Si existiera un epígrafe extra en el libro anteriormente mencionado, sin duda deberían incluir las siguientes reliquias, tanto sagradas como seglares (aunque, admitámoslo, todas son sagradas en cierto sentido, ¿no?).

El incisivo de Buda
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Después de que Buda fuese incinerado, el incisivo izquierdo de Buda se halló casualmente entre las cenizas. Alrededor de este diente se generaron toda clase de leyendas, como la que sugería que quien lo poseyera recibiría el derecho divino de gobernar. El sueño dorado del ratoncito Pérez. Y también de muchos otros, por ello se libraron no pocas guerras para obtenerlo.
Ahora el diente de marras, de 2,5 centímetros, se guarda en un ataúd situado en una cámara rodeada de siete estupas de oro engastadas con piedras preciosas, en el Sri Dalada Maligawa o Templo del Diente de Buda, un templo situado en Kandy, en Sri Lanka.

Los pelos de la barba del profeta Mahoma
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Algunos musulmanes creen que allí donde el profeta Mahoma vagó, su pie dejó una impresión duradera en el suelo. Estas huellas se han recuperado de lugares religiosos de todo Oriente Medio y ahora se exhiben en mezquitas, museos y otros lugares de interés histórico de la región.
Una de estas huellas se exhibe en el museo del Palacio de Topkapi, en Estambul, una impresionante sala de techos abovedados decorados con citas del Corán. Allí, además, se exhiben otros efectos personales del profeta, como una carta en una caja de oro, tierra de su tumba, y lo mejor de todo: varios pelos de su barba. No son los únicos pelos que se conservan de Mahoma: no hace mucho, una anciana de Kazajstán aseguraba ser depositaria de unos cuantos pelos más.

El cerebro de Albert Einstein
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Extraído y conservado a las siete horas la muerte de Albert Einstein, su cerebro ha sido objeto de aventuras dignas de una soap opera. Recién fallecido Einstein, el 18 de abril de 1955, el patólogo Thomas Harvey extrajo su cerebro y se lo llevó consigo, conservándolo durante años en un tarro de cristal que decoraba su cocina. En 1996, el periodista Michael Paterniti localizó a Harvey y lo convenció de devolver el cerebro a la nieta de Einstein, que vivía al otro lado del país. Así que, como en una road movie desbocada, el periodista y el patólogo recorrieron cientos de kilómetros con el cerebro del Einstein metido en un tupperware, en el maletero del coche, como explica el propio Paterniti en su libro Viajando con Mr Albert.
El cerebro finalmente fue troceado en varias lonchas que se enviaron a distintos laboratorios. Una de estas muestras llegó al museo Mutter en Philadephia, donde se mostró por primera vez al público. El cerebro es anatómicamente distinto al cerebro media, presentando anomalías que podrían estar relacionadas con la inteligencia que desplegó Einstein en su vida.

Cráneo de Enrique IV
Cuando en Francia se pusieron duros con los monarcas, además de guillotinar cabezas a cascoporro, también los revolucionarios profanaron la tumba del rey Enrique IV para robarle la testa. Una cabeza regia que finalmente circuló de coleccionista a coleccionista, hasta que fue devuelta a la familia en 2010 para su entierro. Conservaba aún algunos de sus rasgos característicos, e incluso parte de su belleza: no en vano, el primer rey de la dinastía de los Borbones fue conocido como «Enrique el bueno» o «el galante» por su supuesto éxito entre las mujeres.

El cerebro de Lenin
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Unión soviética, 1924. Se extirpó el cerebro del revolucionario Vladimir Lenin. Y se diseccionó en 31.000 cortes en nombre de la ciencia.
¿Os acordáis del museo de cabezas de Futurama? Pues a algo parecido aspiró el doctor Oskar Vogt, fundador de El Panteón de los Cerebros, dentro del Instituto de Investigación Cerebral de Moscú. El primer cerebro recibido fue el de Lenin, en 1924. El proyecto, sin embargo, fue cancelado cuando Hitler llegó al poder. Y es que, para el Tercer Reich, «Lenin tenía queso suizo en la cabeza». La suerte del cerebro la describe así José Ramón Alonso en su libro La nariz de Charles Darwin:
En 1945, partes del cerebro de Lenin trasladadas por Vogt para su estudio seguían en Alemania. Había riesgo de que pudiera caer en manos de los americanos que podrían usarlo para denigrar al auténtico padre de la Unión Soviética (…). Según dos belgas, L. Van Bogaert y A. Dewulf, los soviéticos montaron una operación de comando para impedir que los americanos se hicieran con el tejido nervioso. Debe de ser la única misión militar que se haya hecho nunca para conseguir unas preparaciones neurohistológicas y unas trocitos de cerebro. Y así, aquellos restos de un ser humano llamado Vladimir Ilych Lenin, bien custodiados por el Ejército Rojo, retornaron a Moscú.

El pelo de George Washington
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George Washington (1732-1799) fue el primer presidente de los Estados Unidos. Su aspecto era imponente, y además era pelirrojo, aunque cambiaba el color de su cabello aplicándole polvos de talco.
Allá por el 1800, en Estados Unidos, Martha Washington regaló un mechón de pelo del fallecido presidente a la joven Eliza Wadsworth. Ahora el mechón está en un medallón de oro en la Sociedad Histórica de Maine, en Portland.

El pene de Rasputín
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Era vox populi que el misterioso monje Grigori Yefímovich Rasputín gastaba una buena tranca. Por ello tenía tanto éxito entre las mujeres, y también por ello, tras su asesinato en 1916, el pene fue cortado y conservado. El ejemplar era digno de contemplar: grueso y con una longitud de 28,5 centímetros (si bien dicen que en originalmente medía 40 centímetros, pero que una parte quedó en el cuerpo de Rasputín tras cercenárselo, y otra parte se esfumó tras la mordida de un perro).
El miembro de Rasputín fue exhibido en el museo de Arte Erótico de San Petersburgo a mediados del 2004: previamente lo había adquirido un urólogo por el módico precio de 8.000 dólares.

El corazón alcohólico de Chopin
La última voluntad del compositor polaco Chopin fue que, tras su deceso, su corazón fuera extirpado y conservado en brandy. Y así se hizo, antes de depositarse en una iglesia de Varsovia en 1849. Entre uno y otro momento, sin embargo, el corazón fue protagonista de un periplo digno de un gran aventurero: fue transportado por contrabando a Varsoviay llegó a estar en poder de los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Recientemente se exhumó el corazón en secreto.

El prepucio de Jesús
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A lo largo de historia, innumerables iglesias europeas han afirmado ser poseedoras de una reliquia religiosa. Desde leche de la virgen hasta astillas de la cruz en la que Jesús fue crucificado (de hecho, hay tantas astillas que podrían construirse cientos de cruces), pasando por plumas del Arcángel San Gabriel, un suspiro de San José, conservado dentro de una botella, un estornudo del Espíritu Santo, los pechos de Santa Águeda, más de 60 dedos de San Juan Bautista, cinco gotas de leche que María le dio al niño Jesús, las monedas que compraron a Judas, tres cordones umbilicales del Niño Jesús y raspas de los peces multiplicados del milagro.
Pero posiblemente la reliquia más “ecs” sea el prepucio de Jesús (Según el rito judío Jesús habría sido circuncidado). Como ocurre con otras reliquias, hay muchos prepucios y cada poseedor reivindica su autenticada. Por ejemplo, la abadía de Charroux reivindicó poseer el Santo Prepucio durante la Edad Media. Más tarde también lo han hecho la Basílica de San Juan de Letrán de Roma, la catedral de Le Puy-en-Velay o la de Santiago de Compostela, entre otras.
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Sergio Parra escribe en un huevo de sitios y es autor de ‘300 lugares de verdad que parecen de mentira‘.
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