martes, 8 de abril de 2014

ELLA CAMINA DESPACIO


 MIGUEL ANGEL Toledano 07/04/2014
La lluvia no pregunta nada. Un leve crujido de la bóveda celeste, un quiebro del viento en la tarde nublada de finales de marzo, una licuada luz que centellea entre el temblor y el iris de nuestras pupilas y el agua comienza a desprenderse desde lo más alto. Y ella, que es un corazón oculto, inspira y observa el alto movimiento de las palmeras al otro lado de los visillos. Porque, ahora que del pasado solo queda el recuerdo, cuando ya empieza a acechar el silencio, te ruego, le dice a través del silencio: no son necesarios correos, direcciones; no hables de tus ojos, no cuentes tus heridas, no des los datos, las fechas, las señales. Abre un libro, el móvil o el cielo, extiende el mapa doloroso que nunca quise ver.
Cuando llueve sé que nada logra retenerte. Apagas el cuadro o la fotografía que tienes entre manos y extiendes un velo de memoria sobre la luz que nos circunda y te dispones a salir. A la calle. Te gusta caminar por las calles secretas de esta ciudad tan tuya y tan de siempre y sentir bajo tus pies las piedras recién lavadas y caminar sobre las plazas, los jardines, con sus hojas brillantes y sus rugosidades vegetales que en otras estaciones son sombra y frescor y que tan hermosamente tú recoges con tu cámara, perdida entre patios y callejas. Ahora te detienes unos instantes, tal vez para ayudar a cruzar la avenida de los semáforos que parpadean a esa mujer mayor, a esa mujer menuda que no intenta guarecerse bajo los zaguanes, sino que como distraída o ajena al peso del agua se empeña acurrucada en proseguir avanzando con sus pasos breves y precisos.
Después la ves alejarse sin demora y tú sonríes y prosigues incierto tu camino, atenta a la vida recogida que parece que no se acostumbra nunca a sentirse maravillada ante la humedad y las farolas que ya comienzan a encenderse, extraños y finos filamentos en la tarde en niebla de esta ciudad resplandeciente. Desde las Tendillas, bajando por Claudio Marcelo, te detienes acristalada ante el Templo Romano, que acaba de encenderse como un bajel espléndido entre la niebla y elevando sus capiteles para señalar la estela de un imperio patricio que convirtió Córdoba en la capital de la Bética. O subes desde los arrabales del Sur, notas la lluvia fresca en tu rostro, hasta el Alcázar de los Reyes Cristianos y llegas al puente, te acodas en la balaustrada y sientes en tu pecho esa alegría íntima que te produce contemplar cómo pasa el río debajo de los arcos, mientras tus manos leen las palabras de los amantes que oculta el silencio en los códigos de las piedras mojadas.
* Profesor de Literatura