lunes, 24 de marzo de 2014

Disparos entre Verdi y Labordeta



En algunas portadas de los diarios las marchas aparecen recortadas, estigmatizadas o ninguneadas. Mientras, una muerte que aún no se ha producido ha acaparado más atención que las marchas. El discurso dominante se muestra más preocupado por la restricción del uso del coche en día de manifestación que por los seis millones de parados y los tres millones de niños en riesgo de pobreza... (Olga Rodríguez)





El carácter heterogéneo de las Marchas de la Dignidad, así como la ausencia de un gran aparato detrás en su organización, son características que hacen de este movimiento algo nuevo e imprevisible. En ellas confluyen personas de diversos colectivos y procedencias, coordinadas de forma transversal, de abajo arriba, con ganas de participar.

Lo que están reivindicando son derechos fundamentales y el empoderamiento de la gente que se ha quedado sin lugar en esta sociedad. De eso se habló ayer en las marchas. Se pidió trabajo y techo, el pan y las rosas, el derecho a decidir de todos, la unidad de la gente afectada por esto que algunos llaman crisis, y una democracia real, con una economía al servicio de las personas.

Hubo emoción, poesía, música y mucha dignidad. "Esto ha sido un éxito, tenemos que repetirlo de vez en cuando", decía un representante de uno de los colectivos organizadores.

La Solfónica, el coro surgido con el movimiento 15M, subió al escenario levantado en Colón, ante una marea humana que participó en la manifestación. "Nacimos con el 15M y ahora estamos aquí para unirnos a este movimiento por la dignidad", dijeron ante el micrófono.

Sus integrantes interpretaron Nabucco de Verdi y el Canto a la Libertad de Labordeta. La plaza estaba llena. La gente, mirando al escenario, cantaba o tarareaba. Eran las ocho y media de la tarde. Fue entonces cuando los antidisturbios entraron en escena y se produjo la primera carga policial.

Los agentes irrumpieron en la concentración, avanzaron hasta la mitad de la plaza y ahuyentaron a parte de los manifestantes. Visto desde lo alto, su intervención se asemejó a la entrada de una mancha oscura, debido al color de sus uniformes, que fue apagando el ambiente colorido creado por las camisetas y chalecos reflectantes de muchos participantes en las marchas.

La Solfónica dejó de cantar, la gente levantó las manos, los integrantes del coro alzaron sus violines y partituras y todos corearon al unísono: "Estas son nuestras armas, estas son nuestras armas". De fondo, se escuchaban los disparos de las pelotas de goma de la policía. La manifestación tenía permiso hasta las nueve de la noche, pero los agentes no quisieron esperar a que terminara para provocar su disolución. Alguien desde el escenario habló:

"Recordamos a la policia que está interfiriendo un acto totalmente legalizado y que abandone la plaza, que está siendo objeto de una agresión ilegal. Estamos concentrados legalmente, hagan el favor de abandonar inmediatamente la plaza por favor, no ha terminado este acto, y está totalmente legalizado".

La gente gritó "fuera" y "vergüenza". Las mujeres de la Solfónica volvieron a cantar: "Habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad". El contraste de la música, la gente huyendo y el sonido de los disparos fue una estremecedora metáfora.

Me topé en uno de los laterales de la plaza con una familia que salía corriendo asustada ante la carga. Fue así como la manifestación quedó prácticamente disuelta antes de tiempo, con una despedida atropellada. La noticia del día, la de una protesta multitudinaria en reivindicación de la dignidad, se vio empañada en los informativos de las nueve de la noche por imágenes de las cargas policiales.

En algunas portadas de los diarios de este domingo las Marchas de la Dignidad aparecen recortadas, estigmatizadas o ninguneadas. Mientras, una muerte que aún no se ha producido ha acaparado más atención que las marchas.

El discurso dominante se muestra más preocupado por la restricción del uso del coche en día de manifestación que por los seis millones de parados y los tres millones de niños en riesgo de pobreza. Importan más las marquesinas y los contenedores de las calles que el medio millón de desahucios y las personas amenazadas con perder su casa. El periodismo lleva una extraña deriva.




Artículo de Olga Rodríguez, en El Diario