martes, 25 de febrero de 2014

Los hijos de Edwards, brigadista inglés, esparcen sus cenizas en el valle del Jarama.

Banner

Tenía solo 22 años cuendo dejó Liverpool para luchar en la Guerra Civil.

El País / NATALIA JUNQUERA / 24-02-2014

La familia de Edwards, acompañada por un grupo de irlandeses, ingleses y españoles frente a la Colina del Suicidio, en el valle del Jarama. / BERNARDO PÉREZ
No tenía familia ni amigos en España. Nunca había empuñado un arma. Tenía un trabajo (de mecánico), una novia (Ivy) y toda la vida por delante, pero con 22 años Jack Edwards lo arriesgó todo por luchar en una guerra que no era la suya, en un país en el que no había puesto un pie, España. Con otros jóvenes como él, algunos casi niños, abandonó Liverpool para enrolarse en las Brigadas Internacionales, el ejército de voluntarios extranjeros — 35.000, de 55 países— que apoyaron a los republicanos en la Guerra Civil. “Mi padre siempre decía que lo más importante que había hecho en su vida había sido luchar en España contra el fascismo”, explica Pete, su hijo, de 72 años, en un autobús al valle del Jarama para cumplir el último deseo de Edwards: que sus cenizas fueran esparcidas en el campo de batalla.
Le acompañan sus hermanos, Margaret y Colin, y una nieta de Edwards, Rachel, además de unos 40 ingleses e irlandeses que han venido a Madrid por los actos por el 77 aniversario de la batalla del Jarama, donde murieron muchos de sus compatriotas.
La primera parada es un modesto monumento en el valle, una placa con la bandera republicana en la que se lee: A Kit Conway y otros 200 internacionales del Batallón Británico caídos por la libertad. Danny Payne, coordinador del grupo, da algunas claves de la batalla: “Este pequeño valle se convirtió en una trampa mortal (...) Aquella es la colina que bautizaron como colina del suicidio” (...) No podían usar las metralletas porque toda la munición era equivocada, de otros calibres”....
Pete, Margaret, Colin y Rachel escuchan atentos el relato de las precarias condiciones, casi suicidas, en las que Edwards fue enviado a combatir. Después, se apartan ligeramente del grupo, extraen dos urnas, primero la de su madre, y luego la de su padre, y hacen volar las cenizas de Jack e Ivy por el valle del Jarama entre un emocionante silencio. Los Edwards extienden entonces una bandera republicana mientras Manus O’ Riordan canta su versión de The Galtee mountain boy, una canción de la Guerra de independencia de Irlanda adaptada para homenajear a los brigadistas “que lucharon por la libertad”.

Los hijos y la nieta del brigadista inglés Jack Edwards esparcen sus cenizas en el valle del Jarama, donde luchó en la Guerra Civil. / BERNARDO PÉREZ
Ivy, aquella novia que Edwards había dejado en Liverpool para luchar en la Guerra Civil, recolectó dinero desde Inglaterra para los republicanos españoles y empezó a estudiar enfermería. “El plan era reunirse con mi padre en la guerra y ayudar como enfermera, pero no le dio tiempo. Franco ganó antes”, explica Pete Edwards. Su padre falleció en 2011, a los 97 años. “Ella murió antes. No pudo ver cómo en 2009 le dieron el pasaporte —la ley de memoria histórica concedió la nacionalidad a los brigadistas sin que tuvieran que renunciar a la suya— . ¡Mi padre estaba tan orgulloso de aquel pasaporte!”, recuerda Pete. “Fue una pena que mi madre se lo perdiera. Ella quería estar con él, y mi padre estar aquí, por eso les hemos traído”.