jueves, 5 de julio de 2012

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FRANCISCO SOLANO Márquez 05/07/2012
Las instituciones cordobesas llevan años enfrascadas en una aburrida negociación con Pilar Citoler para conseguir que su colección de arte contemporáneo venga a Córdoba. Mientras algunos expertos alaban el valor artístico de los fondos y apoyan su incorporación al patrimonio cultural de la ciudad --aunque no se sepa dónde ubicarlos--, el pueblo llano pasa absolutamente del asunto y, todo lo más, recrimina a los poderes públicos su proclividad a contraer nuevos compromisos económicos con la que está cayendo. Al final, como otros proyectos recientes, el sueño parece que se va desvaneciendo como pompa de jabón porque la señora coleccionista está harta de tantas dilaciones y monsergas.
El interés elitista por la colección Citoler contrasta con el lamentable olvido oficial que padecen muchos artistas cordobeses que llenaron de gloria una buena parte del siglo pasado, como Pedro Bueno, Rafael Botí, Miguel del Moral, Antonio Povedano, Angel López-Obrero, Antonio Rodríguez Luna, Alfonso Ariza, Paco Aguilera Amate, Rafael Orti, Rafael Serrano, Manuel Cabello, Antonio Ojeda, Amadeo Ruiz Olmos, Francisco Zueras, Pepe Espaliu, Emilio Serrano, Cantabrana o Marcial Gómez, que ya no están entre los vivos. Esa fecunda nómina se completa con artistas maduros y gozosamente activos como José Duarte, Aurelio Teno, Ginés Liébana, Juan Polo, Antonio Bujalance, Rita Rutkowski, Mariano Aguayo, Lola Valera, Tomás Egea, Julia Hidalgo, Villa-Toro, José María Báez y... puntos suspensivos para sumar a cuantos han ido llegando después pisando fuerte, sin olvidar al Equipo 57, que tanta proyección internacional tuvo. Una treintena de nombres que constituyen un rico patrimonio artístico cordobés, hoy disperso o invisible.
Siento nostalgia de aquellas exposiciones colectivas que en los años sesenta protagonizaban los artistas cordobeses del momento en el Círculo de la Amistad durante la etapa presidencial de Fernando Carbonell, organizadas con ocasión de las Conversaciones Nacionales de Teatro (1965) o del simposio sobre la Información ante la sociedad actual (1966). Precedente de ellas fue el Salón Córdoba, celebrado en 1964 en el claustro del antiguo convento del Carmen de Puerta Nueva, una muestra descentralizada en la que vi por primera vez mujeres de aquellos barrios menestrales, con su delantal y su ramito de jazmines, contemplando pintura moderna. Aquella positiva experiencia la continuó en el mismo escenario la Diputación de Cruz Conde con certámenes provinciales cuyo jurado llegó a premiar a pintores antifranquistas como Duarte o Aguilera Amate. Fue una época en la que el influyente crítico Carlos Areán llegó a considerar a Córdoba como la tercera ciudad española en actividad artística. Y aún no había llegado la Universidad, creada en 1972.
Reconocidos los loables esfuerzos que entidades como Cajasur, Caja Provincial de Ahorros, Universidad (Puerta Nueva), Fundación Botí, Vimcorsa y algunas galerías privadas han dedicado en las últimos décadas a mostrar y exaltar la obra de algunos de esos artistas, hoy falta en Córdoba un museo o ámbito expositivo permanente donde las jóvenes generaciones puedan conocer su existencia y producción más notable antes de que los sepulte la indiferencia o el olvido. Esa función la intenta cumplir el Museo de Bellas Artes dedicándoles parte de una sala, pero tan limitado espacio impide articular una panorámica completa. La esperanza residía en el nuevo museo proyectado junto a la Calahorra, víctima por ahora de los recortes presupuestarios. Tienen mala suerte los artistas cordobeses.
Cuando la Cajasur de Castillejo absorbió a la Caja Provincial en 1995 frustró el avanzado proyecto de crear un centro cultural en el solar contiguo al Palacio de Viana (calle Morales), desde entonces pasto de jaramagos, en el que estaba previsto dedicar una sala a los pintores cordobeses contemporáneos. Como anticipo de aquel propósito la Caja había dedicado sendas salas de Viana a Pedro Bueno y Aurelio Teno, que fueron desmontadas en la nueva etapa sin la menor explicación. Nos queda la esperanza de que cumpla esa función la futura sede de la Fundación Botí, que la Diputación construye con lentitud desesperante en la calle Manríquez. Algo, algo hay que hacer para recuperar la memoria y la obra de tantos artistas olvidados, muchas de cuyas obras permanecen embaladas o decorando despachos oficiales. Ojalá se dedicase a esta asignatura pendiente tanto interés como a la famosa colección Citoler.
* Periodista