lunes, 16 de marzo de 2015

El hombre indiferente

Miguel Ángel Toledano
16/03/2015
Miguel Ángel ToledanoEl agua. Lluvia suave sobre la hierba. Durante la noche he visto pasar figuras errantes a lo largo de atajos inundados. En la Sierra, entre encinas, alcornoques y castaños había una mujer, los ojos cerrados y abierta bajo la lluvia. Ella está en lo que no fue y palpita en todo lo que será y no se olvida. Los mantos de agua convierten las autovías en ríos de plomo que cruzan faros solitarios, hilos de luz cobalto perdidos entre la bruma. Hay senderos secretos en el bosque. Para el calendario de hoy todos los meses son invierno. Pero vayamos más despacio: la alegría y la felicidad se bastan solas, nos envuelven con su efímero manto y el hombre solo debe dejarse llevar. Es en las situaciones difíciles, ante la adversidad, cuando el hombre debe intentar sobreponerse a sí mismo para lograr superarlas.
Esto no es una alucinación. A veces me siento como un funambulista que camina por la cuerda floja de la memoria. Hablo de la sierra y el bosque y de las situaciones penosas porque la imagen de jóvenes muchachos perdidos entre la niebla y los arbustos es una realidad que ha atrapado nuestros sueños para que no podamos permanecer ajenos o indiferentes. Einstein decía que lo peor no son las personas que hacen el mal, sino aquellos otros que, viéndolo, no hacen nada para impedirlo. No hay nada peor que el hombre indiferente. A veces no podemos hacer mucho directamente, no está en nuestra mano ni en nuestra capacidad modificar las cosas. Pero no por ello podemos considerarnos inocentes ni permanecer ajenos. Hace falta valor para crecer y convertirte en lo que realmente eres. Alguien nos ha traído hasta aquí. Los que acaban de llegar también deben saberlo. Hay veneros de vida secretos. No hemos de guardar silencio.
En los últimos tiempos he ido borrando huellas de pasados errores con las huellas de lo vivido después, y por eso hoy debía regresar a mi propia vida sin contagiarme otra vez de mí mismo. Pero ahora vuelvo al corazón de las lluvias y las nieblas. Veo un río veloz brillar. Alguien nos observa en silencio. Cierro los ojos y el viento pone olor de sal en las ropas mojadas. Todo tiene el misterio de una luz imprevista. Me asusta ver que no podamos encontrar un propósito de bienestar diario y cuando me desnudo, apagadas las luces tiemblo a veces sin son, y otras porque comprendo. Comienza otra vez la niebla a apoderarse del paisaje y de nuevo cae la lluvia mansamente sobre la balaustrada del puente. Me mantengo erguido y cuando cierro los ojos, se me cubren de escamas. Esta es hoy una última anotación sobre la propia vida que a veces se porta sin demasiada compasión.
* Profesor de Literatura