lunes, 9 de febrero de 2015

La ventana herida



Dentro del panorama desolador en que se encuentra la cultura en España, el cine sufre no solo un claro y profundo desprecio, sino un rejón de castigo hacia un arte y una industria que no sabemos cómo, a pesar de los pesares, logra sobrevivir. No solo no existe una política que se preocupe en defenderlo y difundirlo, o de aportar una gestión profesional y de apertura de expectativas en este sector, sino que legisla al margen de sus necesidades y ambiciones.
En un país cuyos índices de abandono escolar son inadmisibles, resulta bochornoso comprobar ese desprecio hacia quienes aspiran a desarrollar una carrera en las artes, hacia tantos jóvenes colocados ante un tejido industrial destruido y con la única opción de perseguir su vocación desde la precariedad y el entusiasmo particular.
Sorprende que a estas alturas de la legislatura, cuando la deuda del Estado con las productoras de cine se alarga en el tiempo, el ministro de Hacienda siga siendo el malo del chiste, al que se recurre para lavarse las manos de la responsabilidad de todos los cargos culturales --que siguen existiendo aunque no sepamos a qué se dedican--, y, lógicamente, de quien los ha nombrado a todos ellos y tiene, por tanto, la máxima responsabilidad. Es extraño que las pequeñas y medianas empresas, ahogadas por los incumplimientos estatales, no hayan acudido ya a los tribunales europeos, que es donde nuestro Gobierno ha recibido los mayores varapalos correctivos en sus sentencias. Supongo que será muy difícil comprender en países como Francia, Inglaterra, Alemania, Estados Unidos, Canadá o Japón que la actividad cultural en general, y la cinematográfica en concreto, fuera despreciada y humillada cuando significa una de sus locomotoras de desarrollo.
Quienes nos negamos a creer que un gobierno pueda actuar con inquina personalista, o absoluta ceguera ideológica, contra un sector industrial determinado, tendremos que reconocer nuestro lamentable error de apreciación. Aún más cuando sostienen una carencia absoluta de intención y de criterios para propiciar el conocimiento, la sensibilidad y la inteligencia, restando en el empeño por potenciar el arte y la proyección de nuestra industria audiovisual. El cine español, maniatado y amordazado, sufriendo ese veintiuno por ciento de impuesto directo, que debía estar reservado para los productos del lujo, y no para un arte al que deberían tener fácil acceso todos los públicos, solo tiene la alternativa de sobrevivir resistiendo frente a esta política de castigo y tierra quemada, que solo parece buscar la asfixia de un sector esencial en nuestro desarrollo artístico y económico.
* Profesor de Literatura