domingo, 24 de noviembre de 2013

contra el patriarcado , enseñar sus verguenzas


Seis de cada diez chicas reciben mensajes machistas de novios, amigos, exparejas y de otros conocidos de su entorno, con insultos, amenazas y otro tipo de agresiones, que en muchas ocasiones les han hecho sentir miedo,a través de las redes sociales y los dispositivos móviles. El estudio, elaborado por un equipo universitario y promovido por la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género, muestra que la violencia machista sigue muy presente en la sociedad y que se adapta a las nuevas tecnologías. La crisis y las medidas de un Gobierno de sacristía profundamente reaccionario en materia de igualdad han influido en este preocupante repunte de una de las manifestaciones más crueles del patriarcado. Este lunes es el Día contra la violencia machista. Hay muchas formas de combatir esta lacra. Enseñar las 'vergüenzas' puede ser una de ellas.



"Me enseñaron la vergüenza. Me enseñaron a avergonzarme de mi cuerpo, de mis actos, de mis pensamientos. Me enseñaron que lo que pienso es absurdo, que lo que hago es ridículo, que lo que deseo es sucio.

Y aprendí a no decir lo que pensaba, por vergüenza de que alguien a mi alrededor pensara algo mejor. Y aprendí a no hacer lo que me apetecía, por vergüenza de que alguien a mi alrededor creyera que era inoportuno. Y aprendí a no perseguir lo que deseaba, por vergüenza de que alguien a mi alrededor opinara que era inapropiado.

No contenta con someterme a la mirada externa, me plegué también a la vergüenza ajena. Y aprendí a preguntarle a la vergüenza cómo vestirme, no vaya a ser que alguien pensara que voy buscando gustar, destacar. Y aprendí a escuchar a la vergüenza al desnudarme, no vaya a ser que me sintiera cómoda en mi cuerpo, y me acostumbrara a enseñar(me)lo sin miedo. Y aprendí a consultar con la vergüenza antes de abrir la boca, no vaya a ser que dijera sin filtro lo que me pasa por la cabeza, y se enterara la gente.

Y dejé de bailar, de reír a carcajadas, de rascarme el culo, de preguntar lo que no entiendo, de opinar lo que pienso, de compartir lo que siento, de pedir ayuda, de ponerme faldas, de ir a la playa, de comer o llorar en la calle, de ir sin sujetador, de pintarme, de salir sin pintar, de bajar a la calle despeinada, de usar esa ropa que dicen que no me pega nada, de llamar a quien echo de menos, de tomar la iniciativa, de decir que no, de decir que sí, de quejarme, de vanagloriarme, de estar orgullosa, de admitir que estoy asustada.

Y, a base de sentirme cada día más avergonzada, entendí que mi vergüenza nunca iba a sentirse saciada. Que toda la vida iba a imponerse entre yo y mi representante impostada. Así que busqué a mi sinvergüenza interna. Y le costó salir un poco, le daba vergüenza. Pero acabó sacándome a bailar, haciéndome dúo al cantar, saliendo conmigo a la calle con la cara sin lavar, animándome a hablar, a ignorar las cosas que me deberían avergonzar...

Y ahora no tengo tiempo para sentir vergüenza. Estoy ocupada viviendo".



Artículo de Faktoría Lila