lunes, 6 de mayo de 2013

Tiempo de servidumbre


Miguel Ángel Toledano. Profesor de Literatura 06/05/2013
Incluso en la noche más triste, en tiempo de servidumbre, hay siempre alguien que resiste, hay siempre alguien que dice no. Una cafetería irlandesa en la esquina de la Avenida de la Libertad. Mesas de mimbre color tabaco, altas, con unos taburetes altos igualmente. Cómodos. El caminante de la ciudad de Góngora se acomoda en uno de ellos de manera imprevista. Debe esperar unos minutos para llegar a tiempo a la consulta de uno de los escasos médicos facultados si no para la curación, sí para el alivio del dolor. Se sienta y pide un algo mineral con gas. La tarde se estira indolente despertando sensaciones propias de una anhelada primavera que ojalá este año exista. No que dure, que sería pedir demasiado, pero sí que permita una tregua amable hasta la llegada del férreo arcángel de hierro y fuego.
Y mientras sorbe un trago de frescor, no deja de pensar en las palabras de ese poeta portugués, Alegre, que ha recordado al principio. Un coche oficial se detiene ante el hotel y a los gobernantes que van apareciendo en la pantalla del interior habría que recordarles que Pericles, el mayor defensor de la democracia ateniense, lo fue también del teatro, hasta el punto de que, además de promover la representación de las grandes tragedias, constituyó un fondo público que se hacía cargo del pago de las entradas de los ciudadanos que no podían costeárselas.
El teatro es el arte de la crítica y la utopía. Debe ser, si es posible, entretenido, pero sobre todo debe examinar posibilidades de la vida humana: examinar nuestra vida e imaginar otras formas posibles de vivir. Examinar el lenguaje que usamos e imaginar otros lenguajes posibles. Especialmente en este tiempo en que los dineros están dañando la calidad de vida de muchos, de los más débiles, y dañando a la democracia y a la calidad del lenguaje público, lleno ya de perversos eufemismos --el último: "Modular el derecho de manifestación"--. La libertad está seriamente amenazada por la extensión de un "discurso" que impone que toda la vida ha de estar sometida al dictado de los mercados, y antes que haciendo declaraciones retóricas, para defender la libertad, los artistas deben ejercerla. Más que nunca deben ser fieles a aquello que quieren decir y a cómo creen que den decirlo. Sólo así, resistiendo ellos, ayudarán a otros a resistir.