domingo, 6 de enero de 2013

Dio nena a caníbales para ver cómo la comían

Imagen ilustrativa.

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El macabro "show" se produjo en 1888 en lo que hoy es la República del Congo y tuvo como protagonista a James Jameson, un excéntrico explorador británico que encontró placer en observar cómo una tribu despedazó, cocinó y se alimentó de la menor de edad.

La del explorador británico James Jameson es, quizá, una de las tantas de seres humanos que fueron capaces de realizar los actos más repugnantes con tal de satisfacer sus deseos más oscuros.

Según publica República Insólita, todo ocurrió en 1888, cuando Jameson, heredero de conocida firma irlandesa de whisky, se encontraba en lo que hoy es la República Democrática del Congo, al frente de la Rear Column, un destacamento militar que formaba parte de una expedición comandada por el explorador Henry Morton Stanley bajo las órdenes del Rey Leopoldo I de Bélgica.

Las crónicas indican que Jameson se había desplazado a Ribakiba, un enclave a la orilla el río Luluaba, para aprovisionarse de esclavos junto a Assad Farran, un sirio con conocimientos de suahili que hacía de intérprete, y un mercader llamado Tippu Tip.

Mientras realizaba sus negocios, tuvo la idea de comprar un ser humano y ofrecerlo a una tribu caníbal para saciar su curiosidad de verlo en acción. Para ello, adquirió una nena de 10 años por el valor de diez pañuelos y envió a Farran a ofrecérsela a los caníbales con el mensaje de que se trataba de “un regalo del hombre blanco, que desea verla devorada”.

La escena descrita por Farran es atroz. La menor, amarrada a un árbol, pedía ayuda y clemencia con los ojos, hasta que dos tajos le rajaron el vientre. Murió desangrada con los intestinos colgando. Tras ello, la despedazaron, cocinaron y comieron.

Mientras todo eso ocurría, Jameson se dedicaba a dibujar seis bocetos del sangriento espectáculo, que más tarde convertiría en otras tantas acuarelas.

Aunque Jameson falleció poco después de este episodio, víctima de unas fiebres, la denuncia que había presentado el traductor desembocó en un juicio celebrado dos años más tarde y que tuvo reflejo en las páginas del New York Times.

En él se enfrentaron la viuda de Jameson, dispuesta a limpiar el nombre de su esposo y el propio Stanley, que deseaba que se impartiera justicia para que su nombre no quedara asociado al de su infame compañero de expedición.