miércoles, 20 de mayo de 2015

La estrambótica moda de destrozar el vestido de novias después de la boda



 
Iñaki Berazaluce
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Estamos en pleno mes de mayo, así que el lector estrambótico probablemente tenga una o varias bodas apuntadas en su agenda o puede que incluso haya cometido él/ella mismo la insensatez de casarse. ¿Qué hacen las novias con sus carísimos vestidos después de la ceremonia? Pues hay de todo, como en botica: hay quien lo guarda en el armario, con bolitas de alcanfor, en la vana esperanza de que algún día lo herede su hija, y quien directamente lo destroza… con sesión de fotos, eso sí.
Parece ser que la moda de hacer fotos en sitios inusuales surgió simultáneamente en Asia y en Las Vegas, donde el fotógrafo de bodas John Michael Cooper empezó en 2001 a disparar fotos de novias en entornos callejeros e industriales, nada que ver con las rosaledas, jardines botánicos y paisajes alpinos que suelen servir de escenario para este tipo de imágenes. Pero en Las Vegas, recordemos, no hay playa, así que la tendencia “trash the dress” (“a la basura con el vestido”, que es como se denomina) tuvo un origen de secano.
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El pionero de la tendencia en España fue el fotógrafo de bodas Karlos Baión, en San Sebastián. Según recuerda, “llevamos 12 años haciendo playas y habremos hecho 2.000 bodas en ese tiempo. La primera vez que vi el tema fue en la web de un fotógrafo italiano y en seguida pensé que eso funcionaría aquí en Donosti, que la gente es muy echada p’alante”. Baión lleva a las parejas a Hendaia, concretamente a la zona nudista de la playa, “que es más salvaje” porque en La Concha “no hay quien trabaje: en cada sesión que intentamos se montó un circo”.
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La idea que subyace tras las fotos de novias bañándose en el mar, sumergidas en el mismo o en medio de un desguace de coches es dar una segunda vida a la pieza de ropa más cara y efímera que va a comprarse jamás la casadera. Aunque a muchas novias les da pena mojar un vestido “que les ha costado 3.000 euros en Rosa Clara”, cuenta Karlos Baión, lo cierto es que “los trajes no se estropean: sólo se mojan en agua salada. Luego los llevas al tinte y como nuevos”, asegura.
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Pero el espíritu detrás de “trash the dress” no es precisamente el de guardar el vestido sino librarse de él: de ahí el “trash” (basura) del nombre. Según escribe Izzy Grinspan en un artículo en Salon.com,
Pocos objetos materiales aumentan su valor y se deprecian tan rápidamente que un vestido de novia. Al comprarlo cuesta varios miles de dólares; durante el gran día, no tiene precio. Al día siguiente, son carne de armario. Momificarlo en un almacén cuesta entre 200 y 400 dólares (…) Las rebeldes de “a la basura con el vestido” están contra la nostálgica del mantenimiento. Las novias rara vez quieren vestidos usados; en 2006, sólo el 10% de las casaderas compró un vestido de segunda mano”.

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Como es lógico las sesiones de fotos tienen lugar después de la boda y pretenden ser una alternativa a almacenar ad eternum el vestido de novia en el armario (o dárselo en herencia a la hermana pequeña, como hacía la Sardá con la estupefacta Candela Peña “Te doy mis ojos”). El movimiento “trash the dress” también tiene sus detractores.
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De EEUU, de Asia o de Donosti la moda se ha extendido a todo el mundo. La artista holandesa Melanie Rijkers (a.k.a. MeRy) organizó en Scheveningen el primer evento masivo Trash de Dress, al que acudieron 150 novias, dispuestas a dejar sus trajes hechos unos zorros.
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Trash the dress: mariconadas las justas.
Las fotos que ilustran este artículo están tomadas de Karlos BaiónPhotoweddingKevin JacobNormygrupo Flickr “Trash the Dress” y Tiffany Hauptly.
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