miércoles, 8 de abril de 2015

LAS MULTAS





Desde que yo recuerdo –mi infancia y pubertad se curtieron en el franquismo-, en España siempre se ha multado, pero los guardias de antes, por exceso de vocación y espanto a la escritura, preferían las hostias a las multas. Con todo y con eso las ponían, pero con razón: corretear perros por las calles, cazar pájaros en los arroyos, destripar naranjas en las fachadas… Las hostias te las... daban seguro, pero la multa más grande que yo recuerdo es la de un zagal que zancadilleó al sacristán y le cayeron 500 pesetas.

Y por asuntos de enjundia ni multaban, ibas al cuartel, el cabo te daba cuatro hostias y aquí paz y después gloria. En cambio ahora, con el marianismo de los cojones, te largan las hostias más una multa de tantos mil euros de vellón. Antes te manifestabas en la calle y te breaban a palos; ahora te brean a palos y te multan. El uso indiscriminado de las multas es una de las pocas características que diferencian al franquismo del marianismo.

Dicho sea de paso, el franquista, también por falta de ilustración, se sentía orgulloso de serlo. Le decías “franquista” a un tío y no se ofendía, al contrario, hasta te invitaba a café. Ahora en cambio, como le ha ocurrido a una señora en El Esparragal, Murcia, le llamas “pepero” a un tipo y se enfada, te denuncia y te caen 30 euros de multa, lo cual debería conducir al Pepé, S.A. a una mínima reflexión. Solo por baremar, al Tesorillo UD, de Segunda Andaluza, le cayeron el mes pasado 50 euros por llamar “puta” y “zorra” al árbitro en pleno partido. Casi lo mismo.

Lo del marianismo y el dinero no tiene arreglo. Ahora se han empicado a las multas como las ratas a los desperdicios, ya sin pudor alguno, las luces y la decencia nubladas por la avaricia. Hace poco el ayuntamiento de Málaga multó con 3.300 euros a Ricardo Cabello, padre de familia en paro, por vender pan por la calle, y ahora multa a Lidia Nieto, madre de 26 años, carente de recursos, con otros 3.000 por vender dulces en la puerta del colegio de La Goleta.

Lidia vive con su hijo de 10 años, entre humedades y ratas, en un bloque abandonado -la Corrala Las Luchadoras-, con ocho mujeres más, cada una con sus hijos. Solo recibe ayuda de Cáritas y de Cruz Roja; de las instituciones, parece que solo desprecios, multas y recargos. No me explico qué tienen estos golfos contra los pobres, siendo ellos tan ricos, pero viendo su crueldad con los débiles, su rancia españolería de posguerra, su fariseísmo de catecismo y su inusitada golfería, entiendo que el tipo de El Esparragal se ofendiera cuando lo llamaron “pepero”.

A ver si cuando lleguen las elecciones les cae una multa que no puedan pagar en los próximos cuarenta años. O mejor aún, una sonora hostia de la que no se repongan hasta hacerse decentes.

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