viernes, 20 de febrero de 2015

Sin desayuno y con un barreño de agua fría









La mujer hizo dos cosas nada más saber que éramos periodistas. La primera fue decirnos que no nos podía invitar a nada, y abrió la nevera: "Ni para un desayuno". La segunda fue pedirnos que si le hacíamos el favor de comprarle una bombona de butano, y abrió la puerta del baño: su hijo Luis se estaba aseando con agua fría.

Fue en un bajo oscuro de Perafita (Barcelona), la calle con más desahucios de toda España. El otro día supe de la madre. Sólo dos palabras. Después de dos años: "Ya compré". No me había olvidado de quién era.

Hay todo un orfeón mediático que canta acompasadamente la sinfonía de la recuperación como una unidad de destino en lo universal. Pero yo creo que la cosa tiene bemoles como una unidad sin destino en lo particular. El parado de larga duración no olvida su falta de empleo, la licenciada que nunca trabajó no olvida que hace cuatro años que se siente vieja, los amigos freelance no olvidan que ganan hasta 10 veces menos que antes y supongo que Luis habrá salido ya del barreño de plástico azul pero no olvida el agua fría. La clave del asunto es que, mientras los de siempre nos prometen un futuro de pleno al 15, aquí hay unos subespañoles del pasado que no tienen por qué desvanecerse y que a Soraya se le aparecen como los zombies de Walking Dead. Escuchando a los apologetas de la recuperación, uno cree que al Gobierno le pasa lo que a Stevenson, que decía que su memoria era magnífica para olvidar.

En Los que no fuimos a la guerra, Wenceslao Fernández Flórez glosaba la figura de un tipo que eludió ir a filas y que sentía cierta vergüenza de su condición de ciudadano normal. Algo así nos pasa a una mayoritaria casta de tolais. Los que no fuimos a Suiza. Ha comenzado el memoricidio (Goytisolo), pero yo me he puesto en la habitación una corchera llena de chinchetas con flechas y fotos, en plan Colombo, para que no se me olviden las caras de los delincuentes y su mapa de butrones urbanos.

Me acuerdo de aquellos titulares de periódico. De cuando los bancos iban de safari tras la pasta de los jubilados y el Rey se iba de cacería. De todas esas veces que salieron a hablar con la boca cerrada para que tomásemos apuntes. Del miedo que pasamos. Del cabreo que tenemos. De que el butano ha vuelto: «Ya compré». Cómo nos íbamos a olvidar ahora. A veces juego con los niños a cerrar los ojos y a recordar cosas. Estos días me piden que les vuelva a contar la historia de la madre, la nevera vacía y el barreño. Y allá voy. Porque hay cosas que es necesario no olvidar cuando un crío de 10 años (o un ministro victorioso, o un portavoz político, o un avezado tertuliano) se te pone tonto con el desayuno.


Pedro Simón: 'elmundo.es/opinion/2015/02/13/54de504c22601d161c8b4579.html?cid=SMBOSO25301&s_kw=twitter'