lunes, 1 de diciembre de 2014

CANTA Y NO LLORES




Un amigo cuelga un vídeo en su perfil de Facebook. Vuelve la cabrita a las calles de nuestros barrios obreros y de nuestros pueblos campesinos, con sus ojitos de azabache, su cencerro tolón tolón, sus pezuñitas maromeando sueños y miserias sobre taquitos de madera y olvido. De fondo un joven con una trompeta entona “Cielito lindo”: “Ay, ay, ay, ay, ese lunar que tienes, cielito lindo junto a tu boca, no se lo des a nadie, cielito lindo, que a mí me toca”. Y una joven aguarda el final de la actuación para pasar el platillo por los veladores de un bar casi vacío. Un chiquillo ayuda al animal a mantener el equilibrio con una varita de olivo en la mano. Está empezando a llover pero el hombre de la trompeta no se amilana: “Ay, ay, ay, ay, canta y no llores, porque cantando se alegran, cielito lindo, los corazones”.

Vuelve la España de la cabrita y el cisco en la sartejena, la España de cuarenta años atrás, la de la madre cosiendo para comprar aceite, la del jornalero banqueando a cambio de limosna, la del chulo de rizos ahogados en brillantina diciendo aquello de: “Usted no sabe con quién está hablando”. Vuelve la España de circos itinerantes, de puestos de castañas bajo la lluvia, de niñas sirviendo en la capital por cuatro duros, de zagales rifando espárragos, caracoles y tagarninas de la sierra. Vuelve la España más temida y más temible, esa España con la que algunos soñaban porque entonces fueron algo y hasta antier solo eran uno más y en muchos casos uno menos.

La cabrita de los ojos de azabache alcanza la cima sobre la escalera y mira a su alrededor, las pezuñitas muy juntas en posición imposible, y el joven de la trompeta entona las últimas notas: “Ay, ay, ay, ay, es bien sabido que el amor de las morenas, cielito lindo, nunca es fingido”. El hombre y la mujer recogen los bártulos y se marchan a otra calle. El niño y la cabrita, con su cencerro tolón, tolón, caminan tras ellos cabizbajos, bajo una lluvia que arrecia.

Llevaba años sin ver tan cerca la España de mi infancia. Esa cabrita y esa trompeta me han catapultado al barrio obrero donde crecí. He recordado a mi vecino el cura, un rojo que dormía más tiempo en comisaría que en la parroquia y que aseguraba no ser de extrema izquierda sino de extrema necesidad. He visto la tristeza de las vecinas y la ansiedad de los niños y todos estaban vivos en los ojos de aquella cabrita. Esta no es la España por la que he luchado y trabajado toda mi vida. O nos ponemos las pilas o el clan de los Genoveses nos devuelve sin contemplaciones a la España de los romanos.