lunes, 18 de agosto de 2014

Ella también era su piel

 Ella también era su piel - Foto:JUAN MARIA VARGAS
MIGUEL ANGEL Toledano 18/08/2014
La escarcha es el acto al que se llega desde la intimidad. María, en su aturdimiento, solo estaba siguiendo el confuso proceso de sensaciones de quienes saben que algo muy importante se ha quebrado para siempre y se debaten, angustiados, en una búsqueda que demanda respuestas, nuevas soluciones. Pero no lograba conseguir el equilibrio necesario que permite comprender y ser comprendidos y abandonarse al disfrute de la compañía del otro. Se habían citado allí, es verdad, en aquella cafetería, después de tantas miradas y complicidades secretas para verse por primera vez a solas desde aquella tarde en la playa. Pero ella se encontraba anhelante. A la expectativa de algo que consideraba esencial y definitivo. Sin embargo comprobó que Pilar, por el contrario y a pesar de su retraso, se había sentido tan natural desde que había llegado que se asustó. Era demasiado joven para comprenderla. Pero si, en lugar de guardar silencio, se lo hubiese explicado, entonces seguro que hubiera sonreído, le hubiera respondido algo profundo, sosegado, unas palabras llenas de esperanza. Mas su única reacción fue el miedo. Su amiga, los días anteriores, no había dejado de bromear a través de los mensajes de móvil, todo parecía tan sencillo y nuevo al mismo tiempo... Pero también para ella la atmósfera se volvió opaca en algún momento que no podría determinar, y, cuando levantó la cabeza y vio a María inmersa en un mar de niebla, se entristeció también y se detuvo como si todo lo ocurrido hubiera entrado con un vendaval de recuerdos, con una red de nostalgias invisibles queriendo retenerlas.
Entre tanto, mientras miraba a su amiga ahora con insistencia, sin encontrar tregua ni reposo, la tarde clara comienza a volverse impúdica y terrible como nunca. Y la muchacha, sin saber bien por qué, se sintió cansada: "Lo siento Pilar, no me encuentro bien, quisiera volver a casa". Todo había ocurrido justamente en el momento en que iba a decirle todo lo que sentía: que quería ser muy feliz, olvidar que la vida parece a veces mentirosa y se trata solo del atardecer, que no acaba de marcharse. Y a veces son las noches lentas como el olvido. Y está también la resistencia de los días de lluvia o frío, las tardes de domingo, los sábados sin nadie. Olvidar la soledad, el silencio, el cierre de todo. Y cómo duele esa manera de sentirnos otra vez solos, el daño de un invierno triste, cuando sobreviene tanta espera, tanta pérdida, después de tanto amor y de tanto miedo al fracaso, cuando no hay lágrimas que valgan...
Pero Pilar, mientras ella piensa, sigue mirándola fijamente a los ojos sin decir nada. Y María nota su respiración, cada vez más entrecortada, y no se decide a decir nada. Y, sin saber muy bien por qué, levanta el brazo para llamar de nuevo al camarero que, al instante, se acerca cuando las luces están ya comenzando a encenderse, y observa el semblante de María que se está poniendo de pie, la sudadera sobre los hombros y el rostro descompuesto al recoger el bolso. Y solo distingue sus ojos en la penumbra, ojos que van quedando atrás como un vértigo. Comienza a recoger sus cosas con la mayor rapidez y se vuelve, pero la muchacha ya no está allí, avanza hacia la salida diligentemente; otras adolescentes se le acercan y se confunden con ella ya a punto de pedir la cuenta en la barra, hasta que solo alcanza a divisar su silueta, sus cabellos negros hacia abajo en el vacío. Y entonces ella, en un intento de comprender la reacción de la muchacha y no preocuparse inútilmente, también se dispone a adelantarse para pagar y salir, a regresar a casa, al apartamento que comparten durante estas vacaciones, darse una buena ducha y poner en orden todo lo ocurrido durante las últimas semanas.
 
 
Han transcurrido varias horas. Las once de la noche y María, algo más tranquila, también se halla entre la bruma de un vapor cálido, amable y grato. Medio envuelta en una toalla, con los labios aún temblorosos y la mirada confundida por los momentos vividos aquella tarde, recuerda a la mujer madura que quería entender su cuerpo adolescente. ¿Cuánto tiempo habría de transcurrir para poder decirle que ella también era su boca y sus rodillas y su fiebre y sus dedos desesperados? Se introduce entre las cálidas sábanas recostándose entre los susurros del anochecer. "No nos han enseñado a convivir con la muerte. No estamos acostumbrados. Y deberíamos llevarla mejor porque es inevitable. El dolor sensibiliza, te abre las carnes y lo que está ahí dentro es el alma, lo emocional, el sentimiento. Lo demás es tontería, materia". No sabe por qué acuden esos pensamientos a su mente. No lo sabe. Pero no puede evitarlos.
Piensa en ello mientras recuerda el primer mensaje que recibió de su padre a través del móvil y que permanece grabado en su memoria de cuarzo: "Si alguna vez tuviste miedo, inténtalo otra vez, inténtalo de nuevo". Ahora va desapareciendo la niebla, ahora se va despertando, ahora sueña que roza la piel que ama y que responde a su caricia, la piel que la ha llevado de las tinieblas a la vida. Se incorpora y se dirige decidida al cuarto de baño y descubre a Pilar saliendo húmeda aún de la bañera. Se sienta divertida sobre el lavabo y la observa mientras ella, ajena e ignorando su presencia, recoge desnuda su esponjoso albornoz azul: su mirada es clara y, tras el secado de su frente, se detiene en sus pómulos, sus labios, en sus hombros abiertos, en sus cálidas caderas, en su vientre luminoso vientre... María es hermosa, hay una intensidad, una promesa cierta de gozo que irradia de su cuerpo y conduce al deseo, a la alegría, es difícil de explicar... Pero ahora ya no piensa en nada. Ahora ya solo se levanta, se dirige hacia ella, la toma de la mano sonriendo y, con una voz apenas perceptible, se lo dice: "Te amo".