domingo, 2 de marzo de 2014

VIRGILIO PEÑA, CIEN AÑOS DE LUCHA ANTIFASCISTA

Virgilio Peña ha cumplido cien años y el pueblo que lo vio nacer le homenajea dedicándole una calle. Virgilio es protagonista de una infatigable lucha contra el fascismo durante la guerra de España, la Resistencia francesa y la supervivencia y liberación del campo de concentración donde fue deportado. | Por AITOR FERNÁNDEZ


 
El centenario Virgilio Peña en un retrato para el proyecto Vencidxs. | Foto: AITOR FERNÁNDEZ
Una vez más, Virgilio emprende el viaje desde Pau (Francia), donde actualmente reside con su esposa, hacia Espejo, su pueblo natal en Córdoba. Sabe que le había citado el ayuntamiento, pero no piensa que le van a dedicar una calle. Ha cumplido cien años y siente que lleva encima “un peso demasiado gordo que hay que soportar.” Debe su nombre clásico a la afición literaria de su padre Rafael, un analfabeto que aprendió a leer por una apuesta y desde entonces no paró de leer libros en los pocos ratos libres que tenía, incluso sentado en la mula mientras iba a trabajar. Pero su hijo no pudo conservar su biblioteca porque le prendieron fuego en represalia por ser uno de los líderes sindicales más activos de las huelgas de 1918. Las palizas que recibió también acabaron con su vida, pero no con su ideal, que fue heredado por su hijo.

En Buchenwald los españoles dimos un ejemplo de solidaridad al mundo entero, porque allí estaba el mundo entero.”

“En aquellos años trabajar en el campo era llevar una verdadera vida de esclavos. Apenas salía el sol ya estabas en el tajo y no podías volver hasta que se ponía.” Y Virgilio combatió la explotación como supo hasta la llegada de la República, que les dio las herramientas para poder desarrollar su legítima lucha: “Con la Ley en la mano le hicimos acatar al patrón las 8 horas de trabajo” -nos contó Virgilio en el proyecto Vencidxs- “pues algunos se resistían a cumplirlo.” Se organizó en las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) y aprovechó su tiempo libre para estudiar a la luz de las velas, para participar en las discusiones políticas que se organizaban en los cortijos en las horas de descanso. Conseguir una verdadera Reforma Agraria, y no la que tuvo lugar, fue uno de los objetivos que se proponían los braceros espejeños.
Pero el 18 de julio llegó y Virgilio y sus compañeros vieron en él la ingenua oportunidad “de llevar el bienestar a Espejo y también a España.” Derrocaron a la burguesía, que apoyó el golpe militar, y organizaron la milicia y la protección popular frente a los bombardeos fascistas: “Si viene un avión, la campana sonará una vez,” -decía el cuco [pregonero] en el pueblo- “si vienen dos aviones, dos veces.” Y así, advirtiendo a la población para que se protegiera, consiguieron evitar la cantidad de muertos que podía haber habido. Luego llegó la militarización, las durísimas batallas de Pozoblanco y del Ebro y lo peor de todo, la victoria franquista. Más de medio millón de refugiados llegó a la frontera francesa y entre ellos estaba Virgilio, ante la estupefacción de un gobierno francés que “al principio impedía cualquier tipo de ayuda hacia nosotros. ¿Pero qué hubiera pasado si no nos hubieran dejado entrar?”
Virgilio nunca se sintió derrotado -”Aún ahora tengo esperanza”- y, a pesar de la llegada de la Segunda Guerra Mundial, aprovechó su juventud para combatir el fascismo desde Francia, organizado dentro del movimiento de Resistencia: “Organizaba grupos de maquis y participábamos en sabotajes, hasta que un compañero me delató. Le torturaron y cantó como una almeja. Se puso al servicio de la policía e iba dando golpecitos en la espalda a todo aquel que conocía.” Entonces Virgilio fue detenido, torturado y trasladado al campo de Compiègne hasta su deportación a Buchenwald, un campo de exterminio nazi en Alemania donde Virgilio trabajaba durante 14 horas sin comer y al que llegó en un vagón donde pasó tres días y cuatro noches inmóvil, con dos de sus dedos enganchados a una manilla.

Las fuerzas de izquierda deben de unirse, pero cada uno quiere comer de su plato y comer el mejor pedazo.”

En Buchenwald, el eterno resistente participó en la creación de los comités de ayuda: “Allí los españoles dimos un ejemplo de solidaridad al mundo entero, porque allí estaba el mundo entero”, repartiendo comida entre los camaradas más necesitados -algo que también se realizaba dentro de las cárceles franquistas- y robando y escondiendo armamento para cuando fuera posible la liberación del campo, hecho que tuvo lugar en abril de 1945. Virgilio sacó entonces las armas de dentro de las cuñas donde se asentaban las barracas del campo y ayudó a la liberación. Al regresar a Francia el trato hacia los españoles había cambiado -”Nos recibieron con un tapiz rojo, nos dieron comida y pusieron duchas a nuestra disposición.”- pero los aliados pararon su lucha antifascista en los Pirineos, cosa que decepcionó al cordobés, aunque él nunca dejó de luchar desde el Partido y desde su propia persona.
Ayer los espejeños homenajearon al centenario miliciano y ya mítico resistente antifascista. Hace más de un año que no hablamos, pero por teléfono puedo comprobar que la mente de Virgilio continúa igual fresca y optimista. Le pregunto de nuevo por los jóvenes y me contesta que no ve ninguna novedad: “La vida es distinta que antes porque cuando yo era joven pensaba en transformar el mundo y los jóvenes ya no piensan en eso.” Y tampoco en la unión de las fuerzas de izquierda que tanto desea porque “hay demasiados mandos y poca gente para responder y eso no funcionará, por eso perdimos la guerra”. Cuando le pregunto sobre las razones de la separación, Virgilio vuelve a mostrar su elocuencia: “Porque cada uno quiere comer de su plato y comer el mejor pedazo.”