lunes, 20 de enero de 2014

'Papa, hazme de la mutua'


  • Hacinamiento e indignación tras seis días de colapso en el Hospital de Bellvitge

Pacientes y familiares ayer en el pasillo de Urgencias de Bellvitge. |...
Pacientes y familiares ayer en el pasillo de Urgencias de Bellvitge. | Jordi Soteras
Una joven barcelonesa de Horta de 24 años lleva 14 horas tirada en una camilla en el pasillo de Urgencias de Enfermería del Hospital de Bellvitge, en L'Hospitalet. Llegó a las 22.00 horas del lunes tras sufrir en plena calle unas convulsiones que se repitieron, cuatro horas después, en el pasillo que le han asignado como habitación, pese a que el centro dispone de 100 camas cerradas al uso. Unas 14 horas sin comer, sin ir al baño, sin visita médica, sin sillas para sus familiares, sin silencio, sin calma, sin dignidad. Se llama Salud Fernández y teme perder la salud si el neurólogo no la visita en el pasillo, convertido en habitación comunal, en que se amontonan como sardinas en lata los pacientes del mayor hospital del sistema sanitario catalán.
Salud es la más joven de los enfermos sin habitación. La encontramos tumbada al fin de una larga hilera de camillas dispuestas en paralelo a la pared del pasillo. Salud, licenciada en Psicología que busca empleo, echa mano de la autoayuda para combatir la dantesca situación.
Sin box, sin cortina separadora, el cerebro de Salud se ha sometido a una resonancia magnética. En el pasillo. Porque, en el actual Bellvitge, la sala de espera es a la vez el box.
Salud sigue a la espera del resultado de la prueba realizada hace doce horas. Porque, en el actual Bellvitge, la paciencia es un arma imprescindible para el usuario.
«Ahora saco a un enfermo [de su habitación] y te pongo la cuña», le dice a Salud una enfermera.

Sin poder ir al baño

La chica suspira aliviada. Va a poder orinar por primera vez en 14 horas. Lo va a hacer en el pasillo, rodeada de unos 40 enfermos y familiares que llenan la estancia [a las 10.30 horas eran el doble, según los trabajadores]. «No puedo creer que esté ingresada en un pasillo que es a la vez habitación comunitaria y sala de espera», protesta Salud sin perder un buen humor que le viene de familia. «Pasé la mili en un barracón en que se estaba mejor que aquí», responde su padre, José Fernández, 51 años, taxista. «Este pasillo no es digno pero tampoco está bien habilitado».
«Papá, hazme de la mutua», pide Salud.
Salud espera a que la atiendan en un pasillo en Bellvitge
El padre, la misma ropa de ayer y los nervios a flor de piel, mira sus ojos, suspira, inclina la cabeza y responde con ternura: «Lo haremos, hija. Pero lo que vamos a hacer ahora es seguir esperando a ver si el neurólogo termina la carrera universitaria».
Horas después, al otro lado del teléfono, José explica que el neurólogo ha visitado a Salud a las 19.00 horas. La chica tiene el alta a las 22.00 horas. Del pasillo a casa. «Han sido 24 de las peores horas de mi vida. No voy a ir más a un hospital público. El sistema no funciona», sentencia.
Historias como la de Salud se repiten día tras día en Bellvitge. A las 8.00 horas de ayer, entró a un box un paciente llegado a Urgencias a las 18.00 horas del lunes con infecciones respiratorias. «Se tiran perfectamente de 12 a 24 horas esperando una habitación», señala una trabajadora.
En el pasillo, no hay espacio para realizar un electrocardiograma o una cuña. Pero se hacen sin parar. Las enfermeras se las ingenian para moverse por la zona sin chocar con los pacientes.
Hablamos con una de ellas, 25 años de servicio y camiseta contra los recortes de la Generalitat, que pide anonimato. El miedo obliga. «Es tal la carga de trabajo que no la podemos asumir. Eso me crea ansiedad, inestabilidad, nervios y tensión. Cuando llego a casa, me desmorono y rompo a llorar por lo que vivo aquí. El agotamiento físico y psicológico es insoportable. No me planteo una baja; menos ahora, que lo descuentan». Otra profesional explica sobre esta enfermera que «es de las pocas que nunca dejaría a un paciente meado para ir a hacer otra cosa más importante». Y el testimonio de otra empleada: «Si vienen periodistas, abren alguna cama al uso».
La antesala del pasillo es lo que aquí se conoce, por su forma circular, como la rotonda. En esta zona de paso encontramos siete pacientes en camillas y sillas de ruedas. Extracciones de sangre, oxígeno asistido y orín a la vista de todos. Dos pacientes desesperados se pelean por un metro cuadrado de espacio. La escena es sobrecogedora.
En la rotonda en que se amontonan los enfermos no hay control visual por parte de los enfermeros. Para asegurarse de que estén bien, deben salir constantemente del pasillo. «Lo hacemos, pero así no podemos seguir».