viernes, 6 de diciembre de 2013

Encuentra la felicidad en una lata de aceitunas rellenas

oliva
Felicia Gioia, natural de Catenaccio (Sicilia), buscó la felicidad con su primer marido, lamentablemente sin éxito. Luego la buscó con el segundo y con el tercero. Con el cuarto y el quinto. Al llegar al sexto la mujer, que tenía estudios de segundo grado, ya comprendió que la felicidad no se encontraba en el matrimonio, de modo que con los maridos sucesivos solo buscaba entrar en el Libro Guinness de los Récords.
Los hijos no le dieron más que disgustos. Los nietos, trabajo sin remunerar de au-pair, cocinera, lavandera y similar. Y alguna sonrisa.
Nunca se quejó de los trabajos que había hecho. Había ejercido de auxiliar administrativa, cajera de supermercado, descargadora de muelles, taxista y peluquera canina. Y, aunque en todos encontró algún motivo de satisfacción, las sensaciones placenteras no llegaron más allá.
Con los años lo había intentado con la pintura, la escritura, el canto, el ballet y la danza rusa, también con la cocina, el punto de cruz y la elaboración de cerveza artesana. Nada de lo anterior era lo suyo y además se dejó un dineral en materiales.
De modo que la señora Gioia, ya octogenaria, había renunciado a alcanzar la felicidad. Sabía, con esa placidez que dan la edad y la cercanía de la muerte, que había vivido satisfactoriamente, y estaba en calma consigo misma.
El día era soleado. Salió al balcón, se sirvió un vasito de vino blanco, abrió una lata de aceitunas rellenas de anchoa y… ¡Ahí estaba! Era ella, la felicidad, la reconoció al instante. Y se la comió y decidió que ya no dejaría de sonreír hasta que llegara el día del último viaje.