miércoles, 13 de noviembre de 2013

ET cumple 30 años


Spielberg volcó sus miedos infantiles en su cinta más personal sin saber que sería la más taquillera
El alienígena más bondadoso de la historia del cine aterrizó en las salas españolas el 6 de diciembre de 1982

«Cuando yo tenía nueve años deseaba tener un amigo que viniera de las estrellas, que me acompañara y creciera conmigo».
Steven Spielberg


Hace 30 años los niños españoles soñábamos con bicis BMX y urbanizaciones con jardín. En el cine los institutos tenían taquillas. Los chicos jugaban al fútbol americano y las chicas guapas eran animadoras. Todavía no sabíamos que el futuro iba a ser para los “nerds”, esos raritos de la clase que ya empezaban a trastear con el Spectrum. El cuarto del protagonista era tan grande como nuestro piso. Y si la película era de Spielberg es probable que el padre siempre estuviera ausente.
El 6 de diciembre de 1982 se estrenó en España “ET. El Extraterrestre”. Hace 30 años el “merchandising” todavía estaba en pañales, pero los muñequitos de aquella criatura de piel rugosa y ojos de spaniel se colaron en nuestras estanterías. Spielberg ya había mostrado cinco años antes que los alienígenas podían ser bondadosos en “Encuentros en la tercera fase”, una fábula idealista en forma de fantasía paracientífica sobre los contactos de los humanos con los ovnis.

ET” resultaba igual de benevolente, pero adoptaba la forma de un cuento de hadas espacial. En atinada definición del crítico José Luis Guarner, era «”El mago de Oz” de los años ochenta», protagonizado por un diminuto alien olvidado por sus compañeros de platillo volante en las colinas de Los Ángeles y adoptado por un chico de los suburbios. Un ser calvo, achaparrado, casi un enanito de “Blancanieves”, que no inspiraba horror ni aversión, sino unos sólidos impulsos de protegerle. Otro crítico definió la cinta como «la máquina más perfecta jamás creada para provocar escalofríos». Ganó cuatro Oscar, entre ellos el de mejor música para John Williams, y durante una década fue la película más taquillera de todos los tiempos. Todavía hoy, con la inflación ajustada, ocupa el cuarto puesto tras “Lo que el viento se llevó”, “La guerra de las galaxias” y “Sonrisas y lágrimas”.


ET” fue una obra trascendental para Spielberg. Y no solo porque la imagen de Elliott volando ante la Luna acabara como logotipo de su productora, Amblin. En ella volcó todos sus traumas y miedos infantiles. Tal como recuerda Peter Biskind en “Moteros tranquilos, toros salvajes”, el realizador se refería a su infancia como «mis años debiluchos». Era un chico esmirriado, tímido, con acné, ceceo y orejas de Dumbo. «Mis amigos eran como yo. Muñecas delgadas y gafas». El único alumno judío del colegio en Phoenix, Arizona.

El padre, ingeniero electrónico, nunca estaba en casa. Steven no rendía al nivel de su capacidad. Detestaba leer y prefería mirar la tele y rodar cortos en Súper 8 sobre la II Guerra Mundial utilizando a sus compañeros de clase. Cuando tenía 17 años sus padres se mudaron a California y se divorciaron. A los 22 ya trabajaba en la Universal dirigiendo capítulos de series.

«Elliott tiene mucho en común conmigo. No es que yo fuera así cuando tenía nueve años, sino que más bien he intentado reflejar lo que quería haber sido a esa edad», reconocía el autor de “Tiburón”. «Comparto el sentimiento de soledad, de sentirse solo en el mundo a pesar de estar rodeado de familia y amigos. Y dentro de esa existencia en solitario llega un regalo de las estrellas, el mejor amigo que nunca pudiera uno imaginar».
Más allá de las implicaciones personales, “ET” permanece como la quintaesencia del cine de Spielberg. Tanto por su imaginería -ese paisaje de urbanizaciones del extrarradio esencial en el Holly wood de los 80-, como por la noble za de los recursos cinematográficos de los que se sirve para provocar la emoción genuina en el espectador. Su viejo amigo de la época en Universal, el director de fotografía Allen Daviau, creó un mundo de luces y nieblas que remiten al clima feérico y evocador de los relatos de brujas y gnomos. Casi toda la película está rodada desde el punto de vista de los niños. Así, a excepción de la madre de Elliott (Dee Wallace Stone), al resto de adultos solo se les ven las piernas. Si hay algún villano en el relato son los científicos y militares del último tercio, empeñados en capturar y estudiar al visitante a toda costa.

Menos mal que Spielberg quería hacer «una película pequeña, intimista, sin grandes dosis de efectos especiales, que probablemente no daría grandes resultados en taquilla». La génesis de “ET” pertenece al cineasta independiente John Sayles, que escribió para el director de “Indiana Jones” un “remake” en clave fantástica del western de John Ford “Corazones indomables” con criaturas del espacio en vez de indios. La historia acabó en manos de Melissa Mathison, mujer de Harrison Ford por aquellos días, que empezó en el mundo del cine cuidando a los niños de Francis Ford Coppola. Durante el proceso de escritura vivió el asesinato de John Lennon, sentimiento que volcó en las escenas de la muerte de ET. Años después, la guionista acabaría reclamando a Universal parte de la millonada recaudada por las figuritas, pósters y camisetas. Su argumento era que todos los rasgos del protagonista habían sido previstos en el guion.


Henry Thomas hizo llorar a Spielberg durante el casting para elegir a Elliott. El actor, que tenía diez años en el rodaje, no ha logrado después convertirse en estrella, aunque trabaja con regularidad en títulos de fuste: “Leyendas de pasión”, “Gangs of New York”… Todo lo contrario que Drew Barrymore, a quien Spielberg ya había “adoptado” un año antes cuando hizo una audición para “Poltergeist”. La actriz tenía siete años en el estreno y desde entonces es una estrella. Con apenas nueve empezó a tener problemas con las drogas y el alcohol. Sus múltiples resurrecciones, líos sentimentales y ocasionales éxitos de taquilla la han mantenido en el candelero.
Pero la gran estrella del filme, esencial para su éxito, era un visitante del espacio de 600 años de edad que debía reunir en su mirada «la humanidad de Hemingway y la inteligencia de Einstein», en instrucciones de Spielberg al diseñador Carlo Rambaldi. El director había tomado nota del trabajo realizado en otra criatura de su amigo George Lucas, Yoda. Su esqueleto era de aluminio y acero; la piel de fibra de vidrio, caucho y poliuretano. Una actriz enana, un niño sin piernas y un mimo brindaban movimiento a los cuatro muñecos que se fabricaron. La voz correspondía a una octogenaria profesora de dicción, fumadora compulsiva, que le dobló en las principales lenguas, incluido el castellano y la celebérrima frase «mi caaaasa, teleeefono».
Hace diez años, Spielberg reestrenó el filme en una edición especial en DVD con una escena elimi nada en la que Elliott y su amigo juegan en la bañera. Más sangrantes resulta ron los retoques digitales por mor de la corrección política, sustituyendo las armas que esgrimen los policías para parar a los niños por inofensivos walkie-talkies.


Tres décadas después de su estreno, la capacidad emotiva de “ET” permanece intacta. Pocas veces la contraposición entre el mundo adulto y el de los niños se ha mostrado mejor. Y el homenaje al maestro Ford sigue incólume en la brillante escena en que el borrachuzo alien ve “El hombre tranquilo” y Elliott, por simpatía y a distancia, siente los efectos del alcohol e imita a John Wayne. Lo resumió Steven Spielberg: «Cuando empecé a rodar “ET” pensé que lo mejor sería hacer que la vida fuese como debería ser».