jueves, 5 de marzo de 2015

Cuando Primo de Rivera prohibió los piropos




Iñaki Berazaluce
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“Bendita sea la tuerca del tornillo de la llanta del camión que trajo el pavimento en el que estás parada… ¡MONUMENTO!”
El pasado mes de enero la presidenta del Observatorio de Violencia Doméstica y de Género, Ángeles Carmona, propuso prohibir los piropos, esas groserías que los hombres sueltan a las mujeres (y viceversa), por considerarlos “una auténtica invasión de la intimidad de la mujer” y, por tanto, habría que erradicar. Durante unas semanas se excavaron las trincheras en ambos bandos, con alguna acción suicida muy celebrada, como la que protagonizó Cristina Almeida en la tele.
¿Pero acaso se pueden prohibir los piropos? Se puede: durante dos años, entre 1928 y 1930 estuvo prohibido piropear a las mujeres (y viceversa también, aunque entonces no se estilaba el piropo hacia el varón) en España, por orden del gobierno de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), que pasó a la historia como “la Dictablanda”, aunque en esto de los piropos aplicó mano dura (la dictadura de verdad vendría más tarde).
Según cuenta el blog Secretos de Madrid:
El Código Penal de 1928, promulgado mediante el Real Decreto Ley anunció el propósito de conseguir “el desarraigo de costumbres viciosas” producidas por este tipo de “gestos, ademanes, frases groseras o chabacanas”. Por este motivo quedó incluido como falta el piropo “aún con propósito de galantería”. ¿Las represalias? Penas de arresto de 5 a 20 días y multas de 40 a 500 pesetas.
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Primo de Rivera, con el tatarabuelo de Froilán.
Pero una cosa es prohibir y otra muy distinta hacer efectiva la prohibición. ¿Cómo meter en vereda a millones de españoles con las arterias inundadas de testosterona y la lengua blanda que propicia el anisete? Según cuenta el mismo blog, las crónicas de la época cuentan cómo algunos madrileños intentaron sortear la prohibición luciendo carteles con mensajes del tipo “eres un monumento” o “so guapa”, en un alarde de imaginación. Más ingenio y rima tuvo el autor de este otro piropo, escrito en una pizarra por un vecino de la Calle Toledo de Madrid, y del que da cuenta un periodista del ABC de la época:
Adiós, Vicenta, no te digo nada por nada por temor a los cuarenta”.
La ley duró sólo los dos años que le quedó a la Dictablanda, porque en 1930 se instauró la II República, se derogó la ley y volvió la libertad a las calles de España: los machos pudieron de nuevo demostrar su galantería y su grosería hacia las mozas, como puede apreciarse en el daguerrotipo que abre este artículo.
¿Prohibir el piropo hoy, como sugiere la señora Carmona? Chungo pelota, cuando el PP fomenta activamente el piropo como un gesto de españolidad, como los toros y el aborto en Londres. Desde 2003, la Comunidad de Madrid organiza un concurso de piropos “para mayores” y este año el Ayuntamiento se ha sumado a la iniciativa: ¡qué viva el piropo español, morenaza!
El piropo ganador de la última edición, obra de Purificación Balas Jiménez, dice así:
“¡Olé, tu gracia mi niña!
Tié un salero al andá
que te veo por la calle
y me se olvida la crísi
y la pena me se va”.
Apoteósico.
BONUS TRACK: Ya no quedan albañiles como los de antes:

Visto en Secretos de Madrid. Con información de Diario Sur y El Ventano.
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