jueves, 13 de noviembre de 2014

Moro, el perro de los entierros

 

Moro, el perro de los entierros

Se ha escrito y dicho mucho a cerca del Perro de los Entierros de Fernán Núñez. La web está llena de referencias, enlaces y videos. Si tecleamos en Google, Fernán Núñez y perro de lo entierros, nos aparecen varios links, entre ellos el de Talbanés,  que ya trató estupendamente el tema y en los comentarios podéis encontrar un buen resumen de la historia del mismo de manos del presidente de la Asociación Cultural Caños Dorados, Andrés Romero Pérez, persona muy vinculada a la Asociación Cordobesa Protectora de Animales y Plantas San Martín de Porres. Aquí dejo el enlace
Hasta en la televisión se emitió un minireportaje en el programa Cuarto Milenio de Cuatro donde quizás se exaltaba el hecho de haberle construído a Moro, que así le pusieron de nombre, un homenaje. Quien vea el video puede interpretar que el homenaje era por su extraño comportamiento hacia la muerte, pero sin duda, creo que esa estatua lo que representa es la lucha por impedir el maltrato de los animales, usando un animal muy conocido que tuvo por desgracia una muerte muy conocida.  La estatua del homenaje, ubicada frente a la Fuente Reonda, del Llano de las Fuentes, es como no, obra de Juan Polo.
Moro, perro de los Entierros en el Llano de las Fuentes. Fotografía de Salvador López
 Muchos tienen ya su propia opinión, yo tengo poco que aportar a esta entrada, sobre todo porque nací dos años después de la muerte del perro, pero siempre recordaré como mi abuela me contaba las historias del perro y como incluso fue alimentado alguna vez por alguien de mi familia.
He decidido elegir un artículo de Crespín Cuesta, artículo coetáneo, pues cuando se publicó el perro Moro aún estaba vivo, de manera que refleja en cierto modo, el ambiente del momento y no lo que vivieron, han contado o recordamos que nos contaron, así que aquí lo dejo, está extraído de Piedras y Cruces, un libro que, permitidme la sugerencia, deberían de poner de lectura obligatoria en los colegios e institutos de Fernán Núñez (que para Conocimiento del Medio puede venir bastante bien)

Parece cosa sobrenatural; pero no lo es, aunque en las noticias divulgadas entre el vecindario y publicadas en la prensa, se le haya querido dar ese carácter. Es un can negro, de tamaño mediano, rabo corto y orejas gachas. Es noble, tranquilo y reposado al andar. No ladra a nadie, sino a los de su misma especie, ni se enfurece jamás por causa alguna. La misión de cualquiera de estos animales es comer, dormir y acompañar a su amo, cuando no se le destina a guardar la puerta del cortijo, amarrado a una cadena, o a guardar el ganado; pero la de este raro ejemplar, que carece de nombre, porque para todos es el perro de los entierros, es muy diferente de la que siempre tuvieron su raza: acompañar al difunto hasta su última morada, en cuantos entierros tienen lugar en la Villa.
Es curiosísimo el comportamiento del animal. Sabe distinguir el tañido de las campanas cuando tocan a muerto, de los demás toques usuales en la parroquia. Los lúgubres tintanes fúnebres le atraen irresistiblemente y al oirlos comienza a olfatear y a recorrer afanoso las calles del pueblo, hasta encontrar la casa mortuoria, a cuya puerta se echa, hasta que la comitiva se pone en marcha y se coloca al lado del féretro, acompañándole a lo largo de todo el itinerario. Llegado a la iglesia, se queda a la puerta y allí espera la terminación de oficios fúnebres. Luego vuelve a colocarse junto a la caja y camina hasta llegar al cementerio, en cuyo recinto entra, siguiendo el cadáver, y se echa al pie de la fosa, o sepultura, de donde no se mueve hasta que el último de los asistentes ha abandonado el Camposanto. Después vuelve a las calles del pueblo, a vagar por ellas, a nutrirse de los cubos de basura y dormir sobre las gradas de las puertas.

Entierro en la calle San Sebastián, con Moro en primer plano, finales de los años 70. Foto de Isabel Redondo
Este es el caso sorprendente del extraordinario y discutido que ha llamado la atención de cuantos han observado su extraño comportamiento. Pero lo que muchas personas ignoran es que, detrás de este curioso fenómeno de fidelidad a la muerte, protagonizado por este noble animal, hay una historia sentimental y bella, no menos interesante que las sobrenaturales propiedades que se le atribuyen a la curiosa bestezuela.
El animar, actor de tan singulares escenas, perteneció a un vecino de la localidad, que vivió en estado célibe, sin otra compañía, en sus últimos años, que la de este noble can, al cual dio todo el afecto que hubiera ofrendado a una esposa o unos hijos. Pero llegó un día en que, este hombre, aquejado por grave enfermedad entregó su alma a Dios. El animal, presintiendo la magnitud de la tragedia, aulló lastimeramente en el momento en que el alma abandonaba el cuerpo de su dueño. Después, echado junto al lecho de muerte, permaneció triste e inmóvil hasta que el cuerpo fue llevado a enterrar, yendo a su lado hasta el mismo instante de bajarlo a su tumba.
Cuando todo el acompañamiento hubo abandonado el cementerio, el fiel can siguió junto al sepulcro de su amo. Llegada la noche, el sepulturero tuvo que sacarlo por la fuerza; pero lejos de alejarse, se echó junto a la entrada, sin duda esperando la salida de su hasta ahora inseparable compañero. Allí permaneció tres días consecutivos, hasta que el hambre le obligó bajar al pueblo en busca de alimento. Desde entonces, los cubos de la basura le proporcionan el sustento y el cielo es su único techo; pero cuando las campanas parroquiales tocan a muerto, sus ojillos tristes se animan, se electriza su cuerpo recordando a su buen amo, y corre por las calles hacia la casa mortuoria, va a la iglesia y llega al cementerio pegado al ataud, con la única esperanza de volverlo a encontrar. Así un día y otro día, un año y otro. Han transcurrido varios dede que el perro amigo de los muertos quedara en la orfandad, sin embargo, su fidelidad al dueño que le cuidó y mimó sigue tan patente e incommovible, como si este acabara de morir y, sin desmayo, le espera aún para demandar sus caricias.
Ante este caso insólito y curioso, que debía servir de ejemplo a los humanos, el alcalde de Fernán Núñez ha ordenado sea respetado el animal, se le vacune periódicamente y se le de cobijo, en las frías noches invernales, en el local que sirve de cuartelillo a la guardia municipal.
                                                  Crespín Cuesta. Piedras y Cruces.




Desconozco si este último parrafo se llegó a aplicar o el perro murió antes.  Con esto pongo fin a la relación de entradas, que acompañaban al mes de Noviembre, para hacer este tributo al lado fernannuñense del mundo de los muertos.

· Información procedente de:
Piedras y Cruces. Francisco Crespín Cuesta

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