miércoles, 10 de septiembre de 2014

Sus pies son delicados

 Miguel Ángel Toledano 
MIGUEL ANGEL Toledano 08/09/2014
Anoche, sabiendo que podía ser la última noche, volvió hasta su casa caminando junto a la barandilla del paseo marítimo, salpicado a veces por la cálida espuma deshecha en los rompientes. Algunos muchachos aprovechan los últimos hilos dorados para jugar alborozados sobre la arena, y el hombre de la camisa y el sombrero blancos se encontraba sentado en el mismo lugar, mirando acaso a las gaviotas. Ella sonríe hermosa al pasar a su lado y lo saluda con la mirada. Un poco más adelante se detiene unos instantes, algo fatigada, y luego prosigue con su paseo en el atardecer rojizo del verano. Recuerda la decisión que habían tomado, hace ahora ya casi diez meses, y sintió que una recompensa profunda, íntima, la recorría animándola a seguir adelante: ya tenían dos hijos, de ocho y de cinco, pero ambos se estaban planteando ir a por el tercero. Aunque esta vez no querían saber su sexo. Que viniese bien.
Ya queda poco, tal vez sólo unos días. Ahora reposa asomada a la terraza --yo la contemplo-- y parece que no ocurre nada, pero hay una ternura superior, sagrada, una entereza que sólo pueden sentir una madre llena de vida y que la hace ser capaz de trazar espacios, senderos nuevos e infinitos. La maternidad es un asombrario de estrellas donde la vida toda nos devuelve su espectáculo maravilloso de aliento y de temor, la música del universo que comienza en un gemido, un pulso herido, y va creciendo junto al desplazamiento silencioso de los planetas, hasta convertirse en un latido poderoso y tenaz que asciende y se retrae hasta el final y un poco más. Y duele el desvalimiento del presente. Mas existe algo, una capacidad, ese instinto potente y esencialmente femenino que vislumbra más allá, como un inmenso faro de luz en la noche, para recordarnos que debe ser, que es posible la vida, que hay que vivir dándose como si cada día encerrara en sí mismo una pequeña existencia. Ella esgrime el rumor de la Luna con la lealtad más dulce y generosa. Cada gestación nos muestra un camino. Nos abre la mente y el corazón. Porque los seres humanos, por mucho que traten de mostrarnos diferentes, somos todos iguales, lloramos todos con las mismas lágrimas y soñamos todos con el futuro de nuestros hijos. Y dar la vida es el camino. Es el mejor camino de regreso. Recorrerlo es devolver la vida al lugar que le es propio. Es como mirar tras los cristales más diáfanos del mundo y contemplar cada mañana las extensas alamedas de los sueños. Siente vértigo ahora cuando el momento se acerca y también una extraña serenidad. No podía dar por finalizado su ciclo de fecundidad porque sabía que lo que en algunos momentos podría aparecer como un incendio extinguiéndose, sigue ardiendo oculto y perenne gracias a las brasas del amor y la emoción. Cuando se lo comunicaron a sus hijos, encontraron en ellos a sus cómplices perfectos. Los niños siempre se fijan en lo importante, por insignificante que parezca a simple vista. Los mayores no reparamos con frecuencia en lo evidente, y el secreto del mundo, la revelación, seguramente está ahí, en lo más evidente, en los granos de arena dorados por el sol, en los pequeños pies desnudos de esa criatura a punto de nacer. Todos anhelamos su llegada en secreto. Sus pies son delicados.