MIGUEL ANGEL Toledano 12/11/2012
Produce extrañeza y
alivio encontrarse ante alguien que te habla, que te escucha,
permitiendo y provocando, abriendo lienzos de claridad hasta lograr que
aflore nuestro sentido natural, el lado oculto; oculto para nosotros. A
veces nos desorientamos, o nos perdemos directamente, hasta que llega un
momento en que seguimos adelante llenos de confusión y de vacío. Si nos
descuidamos y persistimos cuando ya sabemos que vamos en la dirección
equivocada, la dispersión puede llegar a convertirse en una triste
historia de dolor y desencuentro.
Yo tuve la suerte
de ser bien orientado hacia una muchacha que, poco a poco, fue
quitándome los ropajes que visten la desnudez del hombre que ha perdido
su inocencia.
Una muchacha
clara, cálida. Una mujer hecha de algodones: la mujer de plata. Ella me
ayudó a comprender mejor el mundo que nos rodea y nuestras emociones
profundas, el desorden sentimental, la contradicción como alimento del
alma. Entender lo que le pasa a uno es la única manera de poder darle
solución y los seres humanos necesitamos a veces apoyos cuando nos
enfrentamos a nuestras dudas, a nuestras limitaciones, a nuestras
impotencias, para dar sentido a la búsqueda de nosotros mismos. Solo al
vernos ante ese espejo podemos comenzar a reconstruirnos con una mirada
nueva, hasta aprender a cabalgar las inquietudes que nos aturden.
Mi conversación
con esa muchacha se fue extendiendo a lo largo de los meses. La terapia
te ayuda a quitar hierro a las cosas. Te das cuenta de que nada es tan
grave. Ella me ayudó a ir eliminando cosas, a calmar mi ansiedad; me
mostró que la verdad es el espacio de las preguntas, donde no hay
ocultación. Lo más hermoso está dentro de ti, me decía. Deja de dar
tanta importancia a lo de fuera y no dejes de escribir. No dejes de
escribir nunca. Era la recomendación, no sé si el ruego que siempre me
hacía, y es también parte de la deuda que guardo con ella.