jueves, 3 de marzo de 2016

El lado oscuro del famoso experimento de Pávlov que no te contaron en el colegio

Strambotic
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Es uno de los primeros científicos que conocemos en edad escolar. Él y sus experimentos con perros tienen ya más de un siglo, pero los hallazgos de este fisiólogo ruso siguen siendo dignos de estudio: el Nobel de Medicina de 1904, Iván Pávlov, es todo un ejemplo en el mundo de la ciencia.
Sin embargo, no todo el monte es orégano y Pávlov no era perfecto, precisamente. Si bien revolucionó para siempre la psicología descubriendo la mecánica del cerebro humano gracias a su investigación sobre el sistema digestivo de los perros (Pávlov observó que la salivación de los perros obedecía a lo que llamó un «reflejo condicional»), lo logró haciendo de su laboratorio una verdadera cámara de tortura para los canes.
Tal y como cuenta el profesor de Historia de la Medicina Daniel P. Todes en su biografía de Pávlov, el científico ruso desarrolló un sistema de alimentación de mentira: eliminaba el esófago de los perros y les hacía una abertura en la garganta. Esa fístula hacía que, comiera lo que comiera el animal, la comida cayera y nunca llegara a su estómago.
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Además de esa fístula principal, Pávlov creó otras a lo largo del sistema digestivo para recoger distintas secreciones y medir la cantidad que se producía y sus propiedades. Sin lugar a dudas, una metodología que hoy en día sería denunciada por muchos.
El proceso seguido por el fisiólogo se inspiraba en la propia industrialización rusa: su laboratorio era una fábrica y sus perros eran las máquinas. A pesar de considerarlos insustituibles, Pávlov tuvo verdaderos problemas para lograr perros útiles para su investigación: le costaba mantenerlos con vida tras la cruenta operación. Los que no morían de hambre lo hacían por las heridas.
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El negocio perruno
Por si la tortura a la que sometía a los animales fuera poco, Pávlov supo sacarle partido económico. Más allá de la investigación científica que llevaba a cabo, el fisiólogo aprovechaba los fluidos gástricos de los perros para ponerlos a la venta, hasta convertirlos en un tratamiento popular para la dispepsia.
Así, arreglar los trastornos digestivos de sus compatriotas a base de líquidos perrunos le sirvió para hacer un buen negocio. En 1904, el año que ganó el Nobel, la fábrica de Pávlov estaba vendiendo más de tres mil jarras de jugos gástricos al año, según la biografía de Todes.
Más allá de las torturas escudadas en la ciencia, Todes retrata a Pávlov como una persona desagradable y antisemita que no le hizo la vida fácil a cuantos le rodeaban.
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Sus tira y afloja con el comunismo
Su relación con el poder no siempre fue agradable. De hecho, tuvo que ver cómo la dotación económica de su Nobel le era confiscada por el estado. Años más tarde, se llevó mal con el comunismo, pasó hambre junto a su familia y vio cómo sus colegas científicos morían.
Sin embargo, Lenin se interesó por su trabajo de una forma espeluznante. Sucedió en octubre de 1919, cuando el líder comunista visitó el laboratorio de Pávlov. Lo hizo para averiguar si su trabajo sobre los reflejos condicionados podría ayudar a los bolcheviques a controlar la conducta humana.

Si el científico había conseguido que los perros salivaran solo con ver las batas blancas de aquellos que le traían comida (no al hacer sonar una campana, como se estudia en los colegios), ¿por qué no hacer que las masas rusas pensaran y actuaran siguiendo un patrón comunista?
El científico frenó aquel loco intento de dominar la mente de los rusos e intentó emigrar años más tarde, aunque lo convencieron para que se quedara. A Lenin, por su parte, no le quedó otra que tratarlo como lo que era: el mejor científico del país. Sádico, maltratador y antisemita, pero el mejor científico del país.

Con información de The New Yorker, Ivan Pavlov: A Russian Life in Science y Comunism in Ambush.
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