lunes, 16 de junio de 2014

Antes del atardecer

 MIGUEL ANGEL Toledano 16/06/2014

Las tardes de los domingos son lentas y alargadas y se llenan de nostalgia, de una tristeza mansa que no apacigua el ardor pero extiende telarañas invisibles entre nuestros sueños aún no cumplidos. Tardes o lienzos interminables donde anidan los miedos, el aturdimiento y la soledad tal vez. Eran así ya cuando, de muchachos, temíamos su llegada porque suponían el término del descanso del fin de semana y la vuelta al internado y a aquel olor a rancho y a sotana, donde la vida se deslizaba entre miedos adolescentes y curas tristes y severos, extraños, crueles. Mi amiga Ana, la López, suele desearme las buenas noches, al final de día festivo, indefectiblemente con esas palabras suyas tan graciosas y tan llenas de ironía siempre: --Bueno, pequeño, tranquilo, después del plácido domingo, mañana el puto lunes... Y yo me quedo sonriendo antes de responderle que sí, que viva el puto rey lunes.
Ayer por la mañana, convencido de que, desde que el verano ha hecho ya firme acto de presencia, es la única hora en la que aún se puede respirar y sentir cierto frescor, reuní el valor suficiente para salir a la calle. Me fui directo al kiosco a comprar la prensa y alguna revista atrasada que podría interesarme. Al llegar a casa corrí el toldo del pequeño patio para lograr cierta penumbra y el alivio de las plantas. Enciendo la televisión y dejo un partido de tenis de la tarde anterior mientras leo la última página del diario.
Abro la revista y encuentro una fotografía de Vanesa Paradis que no está nada mal. En su último disco hay una canción sobre hacerse mayor. Una que, dice ella, tiene problemas para cantar sin echarse a llorar. Y sí, ciertamente La chanson des vieux, provoca exactamente esa sensación. Paso la página. Algunas más adelante logran retenerme, concretamente la que da noticia de la novela "Los extraños" y de su autor, a quien ya conocíamos por sus obras de ensayo y poesía: Vicente Valero. Les paso un fragmento de la entrevista: "Vivir en una isla pequeña, como esta, te obliga a reinventarte continuamente, y a veces te quieres ir y a veces quieres quedarte". El es de Ibiza, esa isla que amamos, y lo explica con sencillez. La soledad del náufrago y la transparencia de las aguas, ese azul intensísimo. La insularidad debe tener muchas caras, positivas y negativas, de cárcel y de liberación. Y todos, no solo los isleños, vivimos con ella.
* Profesor de Literatura