lunes, 26 de enero de 2015

El desvan de tubinga


La luz nos ciega y nos da calor y nos permite algo tal vez mucho más interesante que la visión: la Entrevisión. La vida no es solo claridad o deslumbramiento, también existen sombras, matices, esos claroscuros sutiles que impregnan la visión de silencios, de tiempo, de palabras. De esos hilos debía de estar compuesto el manto que Penélope, sabiamente, tejía y destejía cada noche durante el largo tiempo en que esperó a su esposo. La evidencia suele ser poco literaria. Por fortuna para nosotros, Dante no conoció el amor de Beatriz. Se limitó a imaginarlo. La mejor literatura amorosa --creo-- nace de la imposibilidad, del deseo no realizado, de la misma forma que las grandes aventuras han sido creadas por autores estáticos o de poca salud que no se movieron de la mesa camilla, como don Pío Baroja.
Para escribir un buen libro de cocina es aconsejable a veces tener una gastritis que te permita acercarte a ciertos platos solo con la mente y no con el estómago. La armonía de los dioses de mármol que emerge de la belleza helénica se la inventó el poeta visionario Hölderling en un desván de la brumosa Tubinga, donde permaneció recluido durante muchos años hasta su muerte. Si Dante se hubiera casado con Beatriz, tal vez ambos habrían sido felices, pero nosotros nos hubiéramos quedado sin La Divina Comedia. Gracias a que Stevenson no fue bucanero, sino un joven de pulmones muy delicados, hoy podemos seguir leyendo La isla del tesoro. Joseph Conrad comenzó a escribir del mar cuando se retiró de capitán de la Marina mercante, y así pudo ser devorado por tres lectores de privilegio: Carlos Barral, Juan Benet y Fernando Quiñones. Y posiblemente después por Javier Marías y Berta Vias Mahou, entre otros.
Y ese camino de la melancolía es el que ha conducido con dedos de encaje a algunos amantes y aventureros a crear obras de arte. Cuando alguien está disfrutando con placer del sexo no tiene necesidad de escribirlo. Los verdaderos aventureros tampoco encuentran tiempo para pasar al papel sus experiencias, porque las están viviendo; y si alguien se ha acostumbrado a comer bien, le basta con esperar una buena digestión, sin más literatura. ¿Puede un borracho ser un buen enólogo? Solo los buenos bebedores, cuando han dejado de beber, tienen capacidad para dar aroma, cuerpo y profundidad al vino con el deseo y la memoria. Hoy escribo esto para que nadie se sienta frustrado. Siempre puede ser un consuelo pensar que Beethoven estaba sordo: de su silencio extrajo la Novena Sinfonía.
* Profesor de Literatura