lunes, 15 de julio de 2013

El río que nos lleva

MIGUEL ÁNGEL TOLEDANO. PROFESOR DE LITERATURA 15/07/2013  
Aquella mañana, al despertar, comprobé que estaba encendida la radio y subí el volumen: el programa estaba recordando la figura de José Luis Sampedro, el hombre y el escritor, el catedrático de economía y el ciudadano que ha mantenido una amplia trayectoria de compromiso personal lleno de lucidez y conocimiento y que, en los últimos años de su vida, había logrado la admiración y el reconocimiento de gran parte de sus conciudadanos. Aún me encontraba bajo los efectos de ese sopor que sucede al sueño y, sin embargo, comencé a despertar siguiendo atentamente las palabras que se le dedicaban: -Bueno, generoso, sincero, educado- Y, efectivamente, Sampedro era, además de un escritor extraordinario, un hombre desprendido, risueño, tierno, sabio.
He de reconocer que a mí me sorprendió muchísimo la primera vez que lo escuché hablar. Aquel hombre alto, con aspecto de profesor sabio y distraído, caminaba por el escenario del salón de actos del colegio mayor San Juan Evangelista, de Madrid, mientras reflexionaba en voz alta sobre las preguntas que se le planteaban. "Hay economistas que trabajan para que todos tengan más y otros que lo hacen para que unos pocos tengan mucho y la mayoría nada". Esa fue la respuesta que dio para explicar por qué había decidido dejar su cátedra y dedicarse a la literatura. Y, después, en un sentido más amplio, concluía que el capitalismo estaba deteriorado, agotado. Quieren globalizar la riqueza, tomarla donde está o ir por ella a donde se encuentre. Pero no quieren globalizar la educación, para que todos sepamos más; ni la sanidad, para curarnos a todos; ni la cultura, para hacernos más humanos.
Desde aquel momento fuimos muchos quienes nos lanzamos en busca de sus libros ya publicados: "La vieja sirena", "Octubre, octubre", "El río que nos lleva", "La sonrisa etrusca". Y fuimos descubriendo la obra del hombre honesto para quien escribir era una necesidad vital. Porque escribir durante cuarenta años, como hizo él, sin que el esfuerzo se viese recompensado por éxito, ni por fama, ni por dinero, solo puede tener una explicación: que la recompensa consiste en la satisfacción íntima. Y esa línea fue guiando sus pasos literarios y su proyecto vital, su concepción de la vida como una obligación de hacerse lo que se es. La vida, decía, es, o debe ser, un esfuerzo encaminado a hacernos lo que somos.