sábado, 15 de junio de 2013

Estas imágenes son brutales (pero la pena de muerte mucho más)

El público no necesita contemplar determinadas imágenes para saciar sus necesidades informativas. Pongo el ejemplo de las violaciones o la pornografía infantil. ¿Alguien exige mirar un vídeo pedófilo para percatarse de la barbaridad que supone? Pues tampoco esto que se observa a continuación y que jamás debió ser publicado.

Me cuidaré mucho de incurrir en el error que critico. Sólo muestro una captura de pantalla del video.


Esta imagen sale del vídeo de un linchamiento de dos presuntos violadores y asesinos, perpetrado el 4 de junio pasado en un municipio indígena de México, y publicado en elmundo.es. Tras recibir una paliza, los pobladores ataron a árbol a los presuntos asesinos y les prendieron fuego. Presenció y alentó el crimen una masa enrabietada entre la que había niños.

No es la primera vez que sucede algo así. En muchos lugares del planeta aún se aplican estas rudimentarias y draconianas formas de justicia. Lo novedoso de este caso es que el linchamiento se grabó y se comercializó por los alrededores. Finalmente, llegó a oídos de las autoridades, quienes ordenaron su inmediata retirada (como es lógico, por otra parte). Pero la noticia había saltado ya las fronteras mexicanas.

He visto algunas partes del video. Unos 15 segundos al principio y otros 5 al final. Los suficientes para constatar que lo escrito en párrafo anterior es rigurosamente cierto. Creo que elmundo.es podía haber acortado, editado o incluso evitado esas imágenes. No son en absoluto necesarias en su totalidad para comprender el horror que transmite la noticia.

Hace poco circuló también el video de la ejecución de unos presos sirios. Igualmente lamentable, aunque no llega a los niveles de sadismo y horror del de México.

Me extraña que la opinión pública, nacional y extranjera, se enzarce en debates bizantinos sobre los desnudos de artistas o las imágenes subidas de tono (el topless de Kate Middleton, por poner un ejemplo), y luego permanezca callada ante la exhibición detallada del brutal asesinato de dos seres humanos. Aun suponiendo que sean culpables, ¿con qué derecho aireamos su muerte tan indigna?

Esta semana se han levantado muchas voces contra la pena de muerte, pero no he escuchado a nadie contra su difusión más bárbara e inaceptable, la extrajudicial. Si queremos acabar con la pena de muerte en el mundo, habría que empezar por rechazar las ansias de venganza colectiva, comenzando por las propias.

Sé que no me voy a ganar las simpatías de nadie, pero tampoco se puede aprobar, por muy comprensible que pueda parecer, la acción de una madre que quemó y mató al canalla que violó a su hija. Sobre esa madre debe recaer el peso de la ley. Punto. Lo cual no excluye la aplicación de todos los atenuantes que la ley reserve a personas en su situación particular. Ojalá que sean muchos y pueda reducir al mínimo sus años de condena. Pero éste es sólo un deseo personal. Por encima de mis deseos, debe cumplirse la ley.

Estar contra la pena de muerte no puede convertirse en una pose. Ante todo, se trata de un ejercicio de autorregulación moral. Implica deplorar la tortura y el asesinato incluso para aquellos que previamente lo han perpetrado de la forma más vil. La sociedad civilizada cuenta con mecanismos más eficaces para prevenir o castigar los peores delitos.