lunes, 17 de junio de 2013

A hombros de gigantes


 MIGUEL ÁNGEL TOLEDANO. PROFESOR DE LITERATURA 17/06/2013  
No esperaba encontrar un programa así. Era domingo y estaba en el hospital. No lograba conciliar el sueño y entonces descubrí "A hombros de gigantes", un programa sobre ciencia, ay, muy interesante. Me gusta escuchar la radio por las tardes y especialmente por la noche, a la hora de dormir, y en ambos momentos prefiero aquellos programas en los que se habla: dos personas o varias conversando sobre algún tema de interés, una mesa donde se expresen serenamente impresiones personales, opiniones, apreciaciones desde una óptica reflexiva y atenta. Y aquella noche se me había hecho un poco tarde, así que apagué la luz y me coloqué los auriculares con la sola esperanza de que alguna voz amable me ayudara a conciliar un sueño reparador.
Durante todo el día me había sentido invadido, aporreado, harto. Hubo un tiempo en que podías escoger algún programa de radio o de televisión para informarte, o simplemente alguna película buena para entretenernos y descansar. Observen lo que ha ido viniendo después y díganme qué película no han repetido cienes y cienes de veces, qué programa podemos elegir hoy sin que a los pocos minutos no nos sintamos prendidos de la tristeza, la desolación. La información ha sido sustituida por el espectáculo de la información. No interesa explicar bien lo que ocurre, por qué ocurre y, sobre todo, a quién le ocurre. Solo titularescon caducidad para consumir durante cada día hasta que a la mañana siguiente son sustituidos por otros con parecido recorrido. Y las cámaras colocadas en algunos puntos: cuántas veces han puesto las imágenes de la entrada al juzgado, cuántas las de la entrada a la casa de ese oscuro repartidor de dineros y silencios, cuántas. Siempre las mismas imágenes, una vez y otra vez hasta la saciedad.
Y así vamos en este tiempo de palabras insulsas y cabeceras de espacios que, más que algo que decir, solo parecen rellenos horarios, cuando no son directamente insultos a la inteligencia que solo pueden servir para rellenar, extender cortinas, marear la perdiz que no existe. Desde entonces espero las madrugadas de los domingos. Cuando me preguntan por qué me gusta la ciencia y por qué leo sobre ella, silencio la respuesta real. La respuesta real es: por humildad, para recordar(me) el valor de lo que hacen los ingenieros y científicos españoles empeñados en mejorar las cosas.