sábado, 16 de febrero de 2013

Leyendas de la Campiña: “Moro”, “el perro de los entierros” de Fernán Núñez.

Entierro en Fernán Núñez donde puede verse a “Moro” en la parte inferior izquierda de la foto.
Es muy peculiar el caso de Moro, “el perro de los entierros”. Moro era un perro de color negro que traía consigo un forastero que llegó a Fernán Núñez a trabajar a principios de los años setenta del siglo pasado. Su dueño murió y el perro quedó vagabundo por el pueblo. Sin saber por qué el animal empezó a tener una extraña conducta que a unos maravillaba y a otros ponía los vellos de punta; Moro iba a todos los entierros del pueblo, se sentaba junto a la casa donde estaba el difunto y después acompañaba a la comitiva fúnebre hasta el cementerio. “El perro de los entierros” comenzó a hacerse famoso en el pueblo y en toda la comarca y las reacciones hacia el animal por parte de la gente eran variopintas, unos le echaban de comer y lo acariciaban, otros lo pateaban cuando lo veían acercarse por su calle…, y es que empezó a crearse una leyenda, se decía que era como un mensajero de la muerte, que tenía la capacidad de oler o sentir cuando alguien iba a fallecer, por eso muchas personas miedosas o supersticiosas cuando lo veían aparecer por su calle o pararse cerca de su casa lo echaban o le pegaban. La leyenda del “perro de los entierros” fue creciendo hasta llegar a los medios de comunicación; prensa, radio y televisión se hicieron eco de lo que estaba ocurriendo en Fernán Núñez y contaban la noticia de forma sensacionalista al atribuirle a Moro poderes sobrenaturales. Pero Moro no tenía ese tipo de poderes, ni tampoco era ningún mensajero de la muerte, Moro era un perro normal y corriente, un perro vagabundo como otro cualquiera que estaba todo el día deambulando de aquí para allá buscando comida o alguna perra en celo y que meneaba el rabo agradecido cuando alguna persona lo acariciaba de manera cariñosa o le daba de comer. “Yo sé por qué el perro aquel de Fernán Núñez iba a los entierros”, me dijo Vicente una noche mientras tomábamos una cerveza, no recuerdo ahora el motivo por el cual salió esa conversación. Vicente, natural de Doña Mencía, es un vecino mío de Córdoba de unos setenta y cinco años, aunque por el aspecto y el brío que tiene parece que tuviera veinte menos. Yo ya conocía la historia de Moro así que le pedí intrigado que me contara el motivo por el cual el perro tenía tan rara costumbre. Según me relató Vicente, un paisano y buen amigo suyo llamado “Manolico” trabajaba en el Ayuntamiento de Fernán Núñez, entre otras tareas, este hombre tenía la de poner una especie de banderín en la puerta de las casas donde fallecía alguien, se ve que esto era una costumbre que había en Fernán Núñez (desconozco si en la actualidad sigue haciéndose), para que la gente supiera que en esa vivienda se estaba velando a un difunto. Pues bien, como dijimos antes, el dueño de Moro falleció y el perro quedó vagabundo. A Manolico “el del Ayuntamiento”, que así le llamaban, le daba lástima de Moro y le echaba algo de comer siempre que lo veía y sobre todo cuando lo encontraba por el pueblo mientras trabajaba y ponía el mencionado banderín, de tal forma que el animalito, que sería muy inteligente, se acostumbró a verlo y relacionarlo con comida, por eso cada vez que lo encontraba colocado en la puerta de alguna casa en la que había un velatorio allí que se paraba Moro esperando que “Manolico” le echara de comer. Poco a poco el pueblo se dio cuenta de que el perro se acercaba a todos los entierros y seguramente algunos le daban de comer también, por lo que reforzaron la costumbre que, sin querer, Manolico había inculcado en la mente del perro y que sencillamente era “banderín = comida”. “No hay más que eso, ni el perro era mágico ni nada de nada, el animalito sólo buscaba comida y cariño”, terminó sentenciando mi vecino Vicente. Todo lo demás ya se dijo antes…, de ahí a la leyenda. El pobre perro Moro tuvo un trágico fin una noche de 1983 cuando varios gamberros desalmados lo apalearon hasta darle muerte, inmerecido final para un animal que nunca hizo daño a nadie y que sin darse cuenta había dado fama al pueblo que lo vio vagabundear por sus calles. En 1995 el Ayuntamiento de Fernán Núñez colocó una estatua en un parque del pueblo en homenaje a Moro “el perro de los entierros”.
Estatua en homenaje a “Moro” en Fernán Núñez.
El “perro de los entierros” se hizo bastante famoso en Alemania ya que la televisión de aquel país realizó un reportaje sobre él. Otto Krebs, escritor germano residente en Palma de Mallorca, cuando supo del triste final de Moro le dedicó unos versos en castellano:
A la memoria de “Moro”, el perro de los entierros.
Era “Moro” un perro negro de fiel mansedumbre,
que como otro vecino más acudía a los sepelios
sin que nadie supiera explicar tan rara costumbre.
Can de estirpe vagabunda las calles recorría
esperando que una mano amiga saciara su hambre
o solo buscando el calor de la humana compañía.
Alguna gente del pueblo con miedo lo observaba
temerosa de que su humilde presencia perruna
fuera una señal ceniza de que la muerte acechaba.
Pero otros más caritativos y menos temerosos
lo acariciaban allá donde se lo encontraran,
y él, dando las gracias, el rabo meneaba dichoso.
Pasó tiempo y a todo el mundo llegaron noticias
de su singular hábito que repetía con empeño,
y por el que a medias recibía patadas y caricias.
Se hicieron eco de lo que hacía aquel perro
los periódicos, la radio y hasta las televisiones,
dando Moro, sin querer, fama a aquel anónimo pueblo.
Los mismos que antaño con desprecio lo pateaban
presumían con descaro de aquel extraño suceso
y de querer mucho a “Moro”, ufanos se jactaban.
Todo acabó una noche para aquel prodigio perruno,
pues un grupo de cobardes vilmente lo acecharon
y a palos le dieron muerte sin motivo ninguno.
A las afueras del pueblo quedó moribundo el perro
y hasta aquel lugar se acercaron muchos vecinos
para despedirse de “Moro”, el perro de los entierros.
“Moro” en las calles de Fernán Núñez.