
En algunas personas este tiempo
lánguido y difuso provoca una extraña sensación de abatimiento y
tristeza. Sienten que el cuerpo pesa y también los días, mientras
contemplan, al atardecer, los cielos enrojecidos con trazos rugosos y
finísimos, densas veladuras violetas, negro y añil, hacia el Sur. Y
apenas sin darnos cuenta podemos entrar en un tiempo depresivo que
debemos clarificar cuanto antes para no sufrir inútilmente: en octubre a
veces nos sentimos invadidos por cierta nostalgia, consumiéndonos en el
recuerdo vivo de lo que ya no volverá. Nos encontramos desorientados y
sin saber bien qué nos pasa.
Ocurre sencillamente que nos hallamos
inmersos en el ciclo vital de la Naturaleza y de sus tiempos. Algo ha
terminado y nos resistimos al cambio que al final acabará apoderándose
de nuestros cuerpos por sus puntos más frágiles. Se está originando ya
un mundo de identidades múltiples, híbridas, impuras, nuevas. Y nosotros
nos sentimos más vulnerables. Aún no reconocemos lo inquietante que hay
en la belleza de lo cotidiano y nuevo y solo descubrimos lo cerca que
estamos del horror. Probablemente entonces deberemos callar un poco,
esperar un poco, dejar que el silencio nos permita reposar y comenzar de
nuevo.