viernes, 12 de diciembre de 2014

¡A LAS MÁRCOLAS!





Hoy han aprobado en el Congreso la Ley de Acojonamiento Ciudadano, así que intentaré escribir este artículo con sutileza, como si fuera a leerlo un censor, que es donde llegaremos. Ustedes, buenos lectores todos, incluidos los que me acechan con perfiles falsos desde mi lista de contactos –les felicito las pascuas y agradezco su constancia y discreción-, sabrán leer con indulgencia, porque voy a hablar de lo que ocurre cuando se oprime y se chulea al pueblo. Los de los perfiles falsos, si quieren, pueden interpretar este artículo como una exaltación de la violencia.

En Escocia tienen un grito de guerra que ha traspasado fronteras y conquistado espíritus: ¡Libertad! En España no, por desgracia, pero suplimos su falta con un amplio surtido de baladros más acojonantes que el anterior: ¡Desperta, ferro! ¡Santiago y cierra, España! ¡España una! ¡Cago en sus mulas! ¡Sus muertos tos!... Y a mi juicio el más ilustrativo de todos, muy usado en estas tierras de la baja Andalucía: ¡A las márcolas!

La márcola es una herramienta rural de dos metros y medio de largo con punta de hierro y un gancho lateral en forma de hocino. Sirve básicamente para desmarojar olivos, aunque se ha usado con frecuencia para ensartar señoritos abusones, degollar salteadores de caminos y acuchillar gabachos en las veredas. Viene a ser como una guillotina de viaje, muy útil. En mi pueblo, de esto hace ya doscientos años, alguien, hasta los cojones ya de tanta requisición, tanto gabacho y tanto mesié, gritó un día ¡a las márcolas! Y para qué más, la turba cayó sobre los franceses al hispánico modo, con crucifijos, navajas piñoneras, escapularios, palos y márcolas, por cierto las reinas de la jornada. Por aquí cerca hay un pozo conocido como el Pozo de los Franceses. Con eso lo digo todo.

Las bien pagadas señorías que hoy han aprobado la Ley de Acojonamiento Ciudadano, carentes de ilustración, enceguecidas por economistas desalmados y embrutecidas por la soberbia, ignoran la existencia de las márcolas, y también que el pueblo español, por mor de su fanatismo y nobleza ancestrales, desconoce las medianías. No avisa. El día que alguien, ahíto de abusos, leyes falsas, impuestos abusivos y chulerías, grite ¡a las márcolas!, y lo siga una docena de vecinos, ya será tarde. No contemplan esa posibilidad y aprietan el collar del garrote pensando que el de la silla calla porque es tonto.

Y ojo con esa España mansa, humilde, trabajadora y siempre despreciada porque, como el toro noble, ante el castigo se crece. Y como intenten acojonarla, embiste. Ojalá no pase, pero si pasa, van a llegar leyes, primas de riesgo, macroeconomías, coronas, corruptos impunes, trajes de Armani y privilegios políticos al otro lado del charco. Si España no estalla es porque aún tiene alternativas y confía en guillotinar al régimen en las urnas, no porque se acojone ante leyezuelas improvisadas. Si no la acojonaron las bayonetas napoleónicas no la acojona una banda de granujas.