martes, 10 de diciembre de 2013

Lecciones sobre sexualidad que debes saber a tus 20 años

 

Con gran confianza y mucha experiencia, cada momento es una excelente oportunidad de aprender algo; en este caso, nos referimos a las lecciones sexuales.

Lima. Lo increíble del sexo es que uno siempre va aprendiendo y jamás nos conformamos con lo que sabemos; existen juegos, juguetes, técnicas y posiciones que siempre nos facilitarán experiencias y momentos diferentes a los que estamos acostumbradas.
Hay parejas sexuales PÉSIMAS: Para un hombre, era suficiente tener a su disposición a una mujer desnuda pero, a lo largo de los años, las experiencias sexuales han ido cambiando (y mejorando).
Hay chicas que no hacen nada más que quedarse estáticas en la cama y hay chicos que se ponen locos al decir puras groserías. No eres tú, ¡son ellos! (Y a veces nosotras también). Esto lo vas a empezar a notar cuando te des cuenta de tus gustos en la cama.
Puedes hablar mientras lo hacen: Sí, si puedes expresar verbalmente lo que sientes y quieres. Si no lo hacen, ¿cómo se supone que seguirán haciendo el amor? Ninguno de los dos leen la mente así que la comunicación es la clave; una vez que la tengan, podrán disfrutar al máximo con el consentimiento de ambos.
Los orgasmos existen: En la adolescencia es difícil disfrutar del sexo pero, una vez que encuentres tu libertad y preparación mental, te darás cuenta que el sexo es un paraíso sin explorar.
El porno te da un vistazo pero solamente tú podrás hacer que esos orgasmos se vuelvan realidad… ¡y qué difícil! Hay mujeres mayores que jamás han experimentado uno pero, a medida que sigas explorando, te darás cuenta ¡qué no son imposibles!
Las fantasías sexuales no son lo que parecen: Pasamos nuestros años adolescentes pensando en el romance y lo bonito que puede ser hacer el amor, pero al mismo tiempo leemos y vemos en las películas lo erótico que puede llegar a ser.
A nuestros Veintitantos nos damos cuenta que aquellas fantasía son en la vida real incómodamente dolorosas… o simplemente dolorosas. Vas a aprender qué funciona, cómo lo hace y qué es para ti.
Sexo y alcohol no se llevan: Lo vemos en las películas y series de televisión pero… ¿por qué lo seguimos haciendo? Claro, el alcohol nos ayuda a desaparecer nuestras inhibiciones pero con ellas también desaparecen nuestra razón y lógica.
Un momento de lujuria y bebida puede llevarte a tener una situación vergonzosa, peligrosa o hasta mortal así que, ¿por qué arriesgarse? En ésta época tienes que disfrutar así que olvídate de ésta horrible combinación.
El sexo entre conocidos no es bueno: En la universidad, la vida es como Gossip Girl, se intercambian todas las parejas en una sola temporada. Pero, una ves que entres a tus veintitantos, las relaciones amorosas son más importantes y formales así que tener un encuentro sexual con el ex de tu mejor amiga o su hermano, no será tan agradable ni cómodo como realmente crees.
La timidez no sirve para el sexo: En la adolescencia estás reecontrándote contigo misma y tu autoestima pero, a medida que vas creciendo, vas comprendiendo que ésta es la única vida que tienes y, si no la aprovechas queriéndote, podrías arrepentirte toda la vida.
Sexo con las luces apagadas por pena, podría arruinarte todos tus orgasmos así que, ¿por qué dejar que eso pase?
Hablar sucio es un arma de doble filo: No hay nada más incómodo que hablarle sucio a tu pareja y que no lo comprenda. De hecho, en nuestra adolescencia posiblemente lo evitemos a toda costa pero, en nuestros primeros años de actividad sexual, aprendemos que una frase sexual mal dicha podría arruinar el orgasmo y el momento. Podrías literalmente ver cómo sale de la ventana tu inocencia y dignidad así que, o te ayuda, o te arruina.
El juego previo es obligatorio: Esto no quiere decir que debas siempre darle un ‘blowjob’, sino que ambos deberían usar sus manos para prepararse antes del evento principal.
Al principio ambos salimos satisfechos y aliviados de que nada saliera mal pero, a medida que crecemos y aprendemos, nos damos cuenta que hay más cosas que podemos hacer bajo las sábanas… ¡y vaya que se siente bien!