martes, 10 de diciembre de 2013

Ascensión cumplió 88 años en un avión para hablar a una juez argentina de su padre fusilado

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El País / NATALIA JUNQUERA / 09-12-2013

Ascensión Mendieta, hija de fusilado, sujeta el cartel con la foto de sus padres que lleva a todas las manifestaciones por la memoria histórica. / ULY MARTÍN
Ascensión Mendieta Ibarra cumplió 88 años en un avión a Buenos Aires el pasado 29 de noviembre. Ha tenido que hacer un viaje muy largo, de 10.000 kilómetros, para pedirle a la justicia de un país en el que no conoce a nadie ayuda para recuperar los restos de su padre, enterrado mucho más cerca de su casa de Madrid: en una fosa común con otros 16 hombres en Guadalajara. “Estoy muy contenta. He vuelto con mucha ilusión. Ahora, si me muero, que me tocará pronto, ya sé que he hecho todo lo que he podido por recuperar los restos de mi padre. Le he dicho a la juez que quiero llevarme a la tumba por lo menos un hueso suyo. Puedo morirme tranquila”, explicó ayer a EL PAÍS, recién llegada de Buenos Aires.
Acensión Mendieta no solo está contenta. Está orgullosa del esfuerzo que ha hecho, como el resto de la delegación de 16 víctimas del franquismo que acaba de regresar de Buenos Aires tras declarar en el juzgado que lleva la causa por los crímenes de la Guerra Civil y la dictadura. Envuelta en una bufanda que le da varias vueltas al cuello, Ascensión cuenta que cogió una bronquitis por el cambio de temperatura. Allí era verano, hacía 36 grados el día que llegó. Tenía fiebre el día que atravesó las puertas de un juzgado argentino para contar durante dos horas qué ocurrió el 16 de noviembre de 1939, cuando su vida se torció para siempre. “Mi tía envió un telegrama a mi madre: ‘Baja a Guadalajara,urgente’, decía. Ella llegó a la cárcel y se encontró con que habían fusilado a mi padre. Ya lo hemos enterrado, le dijeron. Y mi madre volvió a casa sola”.
Ascensión tenía 13 años y el más pequeño de sus hermanos aún no había cumplido uno, cuando su padre, Timoteo Mendieta, fue ejecutado tras un consejo sumarísimo en el que había sido condenado a muerte por “auxilio a la rebelión”. Le había denunciado un vecino y un militar. Era presidente de UGT en el pueblo y tenía 41 años.
María Ibarra regresó a Madrid, adonde se había desplazado con sus siete hijos desde la detención de su marido. Se había casado con Timoteo en contra de su familia, que no aprobó que eligiera un marido de izquierdas. “Por eso no la ayudaron cuando mi abuelo murió”, relata Chon Vargas, hija de Ascensión, a la que acompañó a Buenos Aires. “En Madrid vivía con su suegra y un cuñado suyo: diez personas en una habitación. El hijo más pequeño dormía en la tapa de un baúl”.
“La Guardia Civil la detuvo dos veces después de que mataran a mi padre”, recuerda Ascensión. “La segunda tuvo que pagar una multa de 3.000 pesetas para salir de la cárcel”. Para sacar a sus siete hijos adelante, María Ibarra había vendido la pequeña mula que tenían y se había dedicado al estraperlo, cambiando loza por judías. “La multa de 3.000 pesetas la pagó vendiendo a sus hermanos unas tierras que le pertenencían por herencia”, relata Chon.
De todo esto estuvo hablando Ascensión Mendieta durante dos horas en un juzgado argentino mientras una secretaria judicial tomaba nota. “Me da pena que esto no haya podido ser en España. Es una vergüenza que no nos hayan hecho caso. A las víctimas de ETA les hacen homenajes, y a estos pobres, como mi padre, que han dado su vida por la libertad y la democracia no les han hecho nada. Y encima tenemos que escuchar a uno del PP, Rafael Hernando, diciendo que hacemos esto por dinero. Eso me indignó. ¡Todo lo estamos pagando por nuestra cuenta!”.
Ascensión está convencida de que todo ese esfuerzo ha valido la pena. Al día siguiente de prestar declaración en el juzgado, se reunió, acompañada de otras víctimas, con la magistrada argentina que lleva la causa, María Servini de Cubría. “¡Mi madre se la comía a besos!”, recuerda Chon Vargas. “La juez la escuchó y nos dijo que le preocupaba mucho el asunto de las exhumaciones”.
Ascensión también quiso hablarle a la juez de su hermana Paz, fallecida el año pasado. Juntas acudieron a muchas manifestaciones a favor de la recuperación de la memoria histórica con un cartel con la fotografía de sus padres. “Ella se ha muerto sin haber podido ver un hueso de padre. Pero yo voy a intentar conseguirlo por ella”, explica.
Cuando Ascensión salió del juzgado, los otros 15 querellantes que la acompañaron a Buenos Aires la aplaudieron. También ellos están esperanzados. “Argentina es uno de los lugares del mundo donde mejor entenderán nuestra tragedia”, asegura José Luis Galán, hijo y sobrino de represaliados. “Esto es una carrera de fondo”, explican. Billy el Niño y el capitán Muñecas han perdido su pasaporte. Y las víctimas preparan nuevas imputaciones.