miércoles, 19 de enero de 2022

LOS PICONEROS CORDOBESES.

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LOS PICONEROS CORDOBESES.
El tipo más característico de Córdoba, el único genuinamente cordobés que, como casi todo lo clásico de nuestra tierra, ha desaparecido ya, era el piconero.
En nada se parecía al resto de sus paisanos; diferenciábase de ellos en los usos, en las costumbres, en el traje y hasta en la manera de hablar.
Pudiera decirse que pertenecía á otra raza; á una raza de noble y limpia ejecutoria formada por aquellos héroes que, obedientes á las órdenes del piconero Jurado de Aguilar, cuyo nombre perpetúan la historia y una de las calles del barrio de Santa Marina, cooperaron eficazmente derrota de don Pedro I de Castilla cuando aliado con los moros de Granada quiso conquistar á Córdoba.
El antiguo piconero cordobés era hombre de sobrias costumbres, de acendrados sentimientos religiosos, de acrisolada honradez. Rendía al trabajo un verdadero culto y tenía á gala ser piconero porque su padre, su abuelo y todos sus antecesores se dedicaron á tal oficio y sus hijos, sus nietos y todos sus descendientes seguirían ejerciéndolo tambíén.
Los piconeros habitaban exclusivamente en dos barrios de Córdoba: los de Santa Marina y San Lorenzo.
Allí, en viejos caserones, con patios muy grandes alfombrados de manzanilla, llenos de sol y de flores, que parecían trozos de la sierra trasladados á la ciudad, vivían felices y contentos, en unión de su prole, casi siempre numerosa, y de sus pacientes borriquillos.
El piconero, como ya hemos dicho, usaba un traje especial: camisa de tela de color, chaqueta y chaleco de paño burdo, calzón corto con los perniles abiertos por abajo, polainas de cuero, faja encarnada de la que pendía el hocido [sic] cuando no lo llevaba colgado del aparejo del burro y sombrero cordobés, con las alas caídas para resguardar el rostro de los rigores del sol en el estío.
Su modo de hablar distinguíase del que usa nuestro pueblo por su acento especial, por la pausa en la emisión de la palabra, por el empleo de algunas, como la de dir en vez de ir, que únicamente se oía en boca del piconero, y por la costumbre de aspirar todas las haches ó convertirlas en jotas como los moros.
Los piconeros solían tener motes ó apodos, algunos de ellos heredados de sus padres, que casi constituían sus nombres propios.
Pocas personas sabrán cómo se llamaban el Pilindo, el Manano, Botines y el Retor y, sin embargo, todas las de su época los conocerían, pues esos y otros muchos lograron gran popularidad, merced á su gracia y á sus buenos golpes.
En todos tiempos, sin temor al frío ni á la lluvia en invierno, desafiando al calor en el verano, antes de que naciera el día abandonaba el piconero su hogar y acompañado de los borriquillos encaminábase á la sierra.
En el lugar elegido previamente descargaba el hato, formado por las haldas vacías, el pellejo para echar el agua al picón, la horquilla para removerlo, la talega con la comida y la botija del agua; trababa las bestias y, provisto del bien afilado hocino, internábase en el monte y en pocos momentos preparaba la leña para hacer la piconá.
Concluída esta operación, pesada y laboriosa, llenaba las haldas, tapábalas con los escamochos, cargaba los burros colocando entre los cordeles y las haldas los tizos para atirantar bien aquellos y emprendía el regreso á la ciudad, muy contento, muy alegre, porque los costales tiznados representaban el pan de su familia.
El piconero, además de las penalidades del trabajo tenía que sufrir, á veces, las persecusiones de guardas y amos de fincas que le declaraban guerra sin cuartel. Y, no obstante, jamás perdía su buen humor, su gracia incomparable.
En todos sus apuros y aflicciones acudía á dos Rafaeles: primero á San Rafael, del que era devotísimo; después á Rafael Molina, aquel gran torero de imperecedera memoria.
Lagartijo tenia predilección por los piconeros; socorríalos frecuentemente y jamás en sus diversiones prescindía de ellos, jugándoles á veces malas partidas que después les recompensaba con su habitual esplendidez.
Ricardo de Montis; “Notas cordobesas. Recuerdos del pasado.” Vol. 1, 1911.
Fotos; piconero en plena faena, y Pepe "el de Hurones", piconero del Campo de la Verdad.

LA CALLE MORISCOS

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A CALLE MORISCOS

D. José María Rey y Heredia, nació en una casa de la calle de los Moriscos, en el dia 6 de agosto de 1818, siendo sus padres D. Francisco Rey y Dª. Josefa Heredia, personas estimadisimas, aunque de escasa fortuna, y administrándole el bautismo en la parroquia de Santa Marina, su señor tio el presbítero D. Pedro de Heredia y Cisneros.

Estudió las primeras letras en las Escuelas Pias, llamadas generalmente de la Compañia, y después latin con el preceptor particular Don Juan Monroy, quien viendo en su jóven discipulo un talento privilegiado, escitó a sus padres a que lo dedicasen a alguna carrera literaria, y ellos ansiosos de su bien, hicieron cuantos sacrificios les fué posible hasta ver a su hijo en el seminario de San Pelagio, donde ingresó de interno en 1º de octubre de 1833, logrando al segundo año el premio de beca entera, y en todos los once que constituian su carrera.

En 11 de septiembre de 1851, contrajo matrimonio en la parroquia de San Pedro de esta ciudad con la bella y virtuosa Srta. Dª. Teresa Gorrindo y Castro.

Más la voluble suerte, pronta siempre a varias, causando tantos males como bienes, no tardó en traer la desgracia a ésta nueva familia cuando más felices se juzgaban con las infantiles caricias de un hijo, nacido en Madrid en 18 de febrero de 1854, hoy abogado del Ilustre Colegio de esta capital; su virtuosa madre, atacada de una grave y penosa enfermedad contra la que no bastaron las saludables brisas de nuestra sierra, murió en una de sus huertas en 24 de abril de 1856, a la temprana edad de veinticuatro años.

Desde 1851 se ocupaba D. José Rey y Heredia, primero en varios opúsculos y después reuniéndolos en una sola obra, en escribir la que hará que su nombre sea una honra no sólo para Córdoba, su patria, sino para toda la nación española: nos referimos a su Teoría transcendental de las cantidades imaginarias, que nuestro malogrado amigo dejó inédita. La incurable enfermedad que le aquejaba, iba rápidamente acortando su preciosa vida, viniendo a perderla en el mismo lugar en que yacia su amante compañera y en el que ambos habían nacido: el 18 de febrero de 1861, en que dejó de existir, fué un verdadero dia de luto para Córdoba.

Texto: Paseos por Córdoba de Teodomiro

Sin vueltas: el desopilante argumento de un kioskero para no fiarle a los clientes en tiempos de Covid


En Twitter, un usuario compartió un divertido cartel que encontró en la entrada de un kiosko, donde el comerciante explicaba el motivo por el cual no le fiaba sus productos a la clientela.

El cartel de un kiosko que explica por qué no puede fiarle a sus clientes en el contexto de la pandemia.
El cartel de un kiosko que explica por qué no puede fiarle a sus clientes en el contexto de la pandemia.

Un astuto kioskero que se cansó de que sus clientes le pidan que les fie sus productos colocó un desopilante cartel en la entrada de su negocio con una justificación por la cual no realiza ese tipo de acuerdos.

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“Hoy no se fía, mañana sí” es un clásico de las puertas de los almacenes para anticipar a los potenciales compradores de que sin el dinero justo para adquirir sus productos, no habrá transacción de ninguna otra forma. Sin embargo, este ingenioso comerciante eligió un modo más moderno de decirlo.

Se trata más bien de un cartel contemporáneo que incorpora un factor más por el cual el kioskero se niega a fiar en una compra: el coronavirus. La situación económica de decenas de miles de personas se desplomó desde el comienzo de la pandemia, motivo por el cual muy pocos comerciantes que conocen con precisión a sus clientes confían verdaderamente en que les pagarán un producto la próxima vez que vayan.

Así se puede leer en la descripción escrita a mano: “Estimado cliente, por motivo del Covid-19, no puedo fiar”, comienza el texto, y a continuación, amplia con la insólita justificación: “Imagínese que usted se muera mañana…”, concluye.