jueves, 14 de abril de 2016

JORNADAS DE ADOPCION DE MASCOTAS

La Segunda República Española


La Segunda República Española fue el régimen político democrático que existió en España entre el 14 de abril de 1931, fecha de su proclamación, en sustitución de la monarquía de Alfonso XIII, y el 1 de abril de 1939, fecha del final de la guerra civil, que dio paso al régimen franquista. El numeral «segunda» obedece a la necesidad de distinguirlo del anterior período republicano, la Primera República Española (1873-1874).
Tras el período del Gobierno Provisional (abril-diciembre de 1931), durante el cual se aprobó la Constitución de 1931 y se iniciaron las primeras reformas, la historia de la Segunda República Española «en paz» (1931-1936) suele dividirse en tres etapas. Un primer bienio (1931-1933) durante el cual la coalición republicano-socialista presidida por Manuel Azaña llevó a cabo diversas reformas que pretendían modernizar el país. Un segundo bienio (1933-1935), llamado por las izquierdas bienio negro, durante el cual gobernó el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux, apoyado desde el parlamento por la derecha católica de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), que pretendió «rectificar» las reformas del primer bienio. Durante este bienio se produjo el acontecimiento más grave del período: la insurrección anarquista y socialista conocida como Revolución de 1934, que en Asturias se convirtió en una auténtica revolución social, y que finalmente fue sofocada por el gobierno con la intervención del ejército. La tercera etapa viene marcada por el triunfo de la coalición de izquierdas conocida con el nombre de Frente Popular en las elecciones generales de 1936, y que sólo pudo gobernar en paz durante cinco meses a causa del golpe de Estado del 17 y 18 de julio promovido por una parte del ejército que desembocó en la Guerra Civil Española.
Durante la Segunda República Española en guerra (1936-1939) se sucedieron tres gobiernos: el presidido por el republicano de izquierda José Giral, aunque durante su corto mandato (de julio a septiembre de 1936) el poder real estuvo en manos de los cientos de comités que se formaron cuando estalló la revolución social española de 1936; el siguiente gobierno fue presidido por el socialista Francisco Largo Caballero, el líder de uno de los dos sindicatos —la Unión General de Trabajadores (UGT); junto con la Confederación Nacional del Trabajo (CNT)— que habían protagonizado la revolución; y el tercer gobierno fue presidido por el también socialista Juan Negrín, como consecuencia de la caída de Largo Caballero tras las Jornadas de Mayo, y que gobernó hasta principios de marzo de 1939, cuando se produjo el golpe de estado del coronel Casado que puso fin a la resistencia republicana, dando paso a la victoria del bando sublevado encabezado por el general Franco. A partir de entonces la República dejó de existir en territorio español, pero sus instituciones se mantuvieron en el exilio, pues la mayoría de sus miembros había huido de España.

PSOE-A CÓRDOBA ‎Asamblea Abierta Con Pedro Sanchez

HORARIOS FIN DE SEMANA 17 DE ABRIL 2016

club deportivo stadium de fernan nuñez


SENIOR

17/4

DOM


17:30

FUENTE

PALMERA



C. D.

STADIUM

JUVENIL

16/4

SAB

17:30

C. D.

STADIUM


C. D.

APEDEM


CADETE

17/4

DOM

18:00


C. D.

STADIUM


POSADAS

C. F.

INFANTIL

16/4

SAB

12:00

C. D.

STADIUM


JUANIN Y

DIEGO

ALEVIN

17/4

DOM

12:00


SAN

FERMIN


C. D.

STADIUM

BENJAMIN

A

16/4

SAB

12:00

ATL

MENCIANO


C. D.

STADIUM

BENJAMIN B




LIGA

FINALIZADA



PREBENJAMIN

A



DESCANSA



PREBENJAMIN

B   COPA

17/4

DOM

11:15

C. D.

STADIUM


C. D. EL

HIGUERON

BEBE



LIGA

FINALIZADA

cambio en la fecha de presentación de "Ábrete CoraSón" en Córdoba.


    Atención amiguitas!! Ha habido un cambio en la fecha de presentación de "Ábrete CoraSón" en Córdoba. La atrasamos un día, así que será el proximo sábado 23 de abril, en el Limbo, a las 21,30. ¡¡Perdonen las molestias!!

El Barco Ochentero


    El Barco Ochentero

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Tenemos que ayudar


    Jesus Bibliotecario De Alcolea del Rio

    De parte de los compis de la Biblioteca Pública de Valtierra. Tenemos que ayudar. Entre todos, es posible ayudar. Transmito textualmente:
    Hola compi!!!
    Neces...ito que des difusión de esta foto, es del hijo de un amigo mío desaparecido en Cádiz hace dos semanas. Compártelo con otras bibliotecas de Andalucía por si algún usuario ha visto algo. Creemos que puede estar en Granada. Si tienes contactos por allí, difúndelo. Gracias y besotes.

LA NOCHE DEL PERDEDOR

El calor se hizo tan insoportable y pegajoso al detenerse el autobús, que Damián González volvió a experimen­tar aquella sensación sofocante que de pequeño le hacía temer el infierno y que ya creía borrada de su memoria, tan deste­rrada del presente como el lugar que pisaba, pertene­ciente a un mundo transformado por la nostalgia en un paraíso utópico y lejano, en una especie de quimera inal­canzable donde sólo los sueños tenían el privilegio de ordenar las cosas. Descendió del autobús y el implacable sol de julio le susurró en la piel y en el corazón que aquel lugar de la sierra del que nunca debió salir había cambiado bien poco, y en una mortal fracción de segundo intuyó la rapidez del envejecimiento, la debilidad del hombre ante el tiempo y su insuperable indefen­sión frente a los recuerdos. Agarró con fuerza la maleta, como queriendo a toda costa retener al presente y echó a andar por el pueblo, seguro de no perderse por aquellas calles que lo vieron nacer y correr, reír y llorar, enamorarse para toda la vida y despe­dirse para siempre.
Soportando la tortura del sol se acercó con timidez al mirador, dejó la maleta en el suelo y comprobó con injustificada sorpresa que los riscos y los cerros, las peñas, los tajos y el mismísimo horizonte guardaban exactamente el mismo orden que hacía cincuenta y seis años. Les volvió la espalda asustado y tembloroso, con vértigo hacia la lejanía y hacia el tiempo y justo en la puerta de la biblioteca muni­cipal se dejó caer abatido en un banco de piedra, junto a un árbol del amor cuyas flores rosa púrpura dejaron en el paladar de su memoria un cierto regusto a impotencia y a miedo.
Sin pretenderlo recordó el día del levantamien­to, tan caluroso como aquel, el nerviosismo incontrolado del corazón y la mañana que llegó al pueblo la gente de Ronda y Montejaque, una tropa colecticia de paisa­nos y carabineros que en la calle Nueva y en la iglesia de la Aurora lanzaron proclamas en favor de una república que sin él saberlo tenía ya los días contados. Los vio reunirse en la plaza con el ánimo exaltado, incitar a la población y dirigir­se presurosos al cuartel de la Guardia Civil. Se refugió en su casa como un niño acobardado, intimidado por los gritos de la gente, presintiendo la sangre como ahora presentía la fugaci­dad de la vida, sabiendo que habría de tomar partido por aquella república que nunca le dio otra cosa que trabajo pero que siempre intuyó benefac­tora y justa, contradictoriamente próxima a las ácratas teorías que aprendió de don José Sánchez Rosa en La Voz del Campesi­no y El Abogado del Obrero.
El recuerdo de la guerra le acercó la mirada de Carmen Escobar, a quien descubrió recostada en los caños de la Pontezuela, amparada en la penumbra tenue de una luna vera­niega, oliendo a jazmines y a damas de noche, acompasando el murmu­llo de sus palabras con el sonido del agua y el canto de los grillos. Y como si Carmen Escobar lo hubiera tomado de la mano, se incorporó, cogió de nuevo la maleta y caminó por las calles como los perros vagabundos, pegado a unas paredes que parecían haber desterrado a su sombra, como los fantasmas. Entonces evocó lejanas palabras de amor al pie de una venta­na cuajada de gitanillas, disfrutó el perfume de unos jazmi­nes fantasmales que transmigraron hasta su alma de viejo y volvió a experimentar el incontrolable romanticismo de una juventud al pie de la guerra, el desafuero de unas palabras que el frente estancado en la sierra hacía parecer eternas aunque fueran tan huidizas como el vuelo de aquel avión que los moros mandaban al pueblo para ablandar la resistencia.
En la calle Nueva, el sol, como el aeroplano del enemigo que bombardeaba su recuerdo, logró hacer blanco y lo obligó a cobijarse bajo la sombra de los rosales. Allí contem­pló de nuevo los ojos negros de Carmen Escobar, que lo obser­vaban escapados del pasado, con la in­quietud vivaracha de una novia dispuesta a dar la vida, pero no el amor, por dete­ner la guerra; y en voz alta se sorpren­dió, con la misma delicadeza que cincuenta y seis años atrás, recitándole versos de Sánchez Rosa: “Busca siempre la verdad aunque la sombra la ocul­te”; y de una forma instintiva y animal volvió a jurarle que sobre­viviría a la guerra, que siempre la llevaría en el corazón y que los moros no entrarían jamás en Grazalema, pero el compás de aquellas palabras que circularon por medio mundo guardadas en su corazón lo asustaron tanto y le pare­cieron tan extrañas en aquel lugar, que abandonó el refugio insufi­ciente de los rosales y siguió reco­rriendo los callejones serpentinso del pueblo.
Casi sin darse cuenta desembocó en la calle Agua, entró en un bar de techos bajos y paredes gruesas y sin decir buenas tardes pidió café. Una vez dentro cayó en la cuenta de que aquella familiaridad suya rayaba con la impru­dencia y la descortesía, pues aunque el lugar pareciera haber igno­rado al tiempo, era evidente que éste había pasado, y cuando estaba removiendo el azúcar en el fondo de la taza, una fotocopia del Diario de Cádiz sujeta a la pared tomó las riendas de su corazón y lo hizo galopar desbocado por la pradera de sus re­cuerdos: “Homenaje popular a un líder anar­quista”. Nervioso, abandonó la taza y se acercó. Era él, seguro. Buscó la fecha del artículo: “Domingo 5 de julio”. Respiró aliviado; había llegado a tiempo. Era verdad entonces lo que había leído en la prensa ácrata de París. Recogió el café de la barra y se entregó a la lectura de aquel recor­te que le recordó a los pasquines de la guerra. A su espalda, una voz de viejo lo sobresaltó.
-Qué poco hemos cambiado en medio siglo, ¿eh, Damián?
Damián Sánchez giró bruscamente sobre su eje en un acto que sus reflejos cansados no pudieron identificar como un gesto puramente defensivo. Frente a él, el rostro arrugado de un hombre lo miraba sonriente, y como si ambos hubieran planeado burlarse del tiempo, como si hubiera sido ayer cuando se despidieron en la ribera de Gaidovar divididos por la guerra, los dos se acer­caron a la barra y se reclina­ron en ella. Damián Sánchez sacó un pañuelo y enjugó el sudor de su frente.
-Sí que hemos cambiado poco -respondió-, o mejor, no hemos cambiado nada.
Y como solían hacer medio siglo atrás frente a una taza de café, se entregaron desenfrenados a la tertulia; el hombre del rostro arrugado contó que salvo las personas, todo se había transformado un poco: las casas, los barrios, las fiestas… dijo también que ahora sólo había un “toro de cuer­da”, que los jóvenes seguían corriendo delante de él pero que habían cambiado los merengues por la cerveza y los cuba­tas.
– Las cosas de la juventud -agregó.
Damián Sánchez, como temiendo a las preguntas, se anticipó a ellas. Quiso saber de su juventud, de los paisa­nos dejados atrás, de los que aún vivían y de los que se llevó la muerte. Preguntó por Ramijo, El General, Milhom­bres, El Galápago, Cagarratas, Pichalantes…
-Pichalantes está en Castellón -dijo el hombre-, en un pueblo que se llama Nures…
Y luego, verdaderamente engañado por el tiempo, como si tuviera medio siglo menos, agregó: “Pero está ya muy viejo”.
Rieron y siguieron charlando, y así supo Damián Sánchez que Juan Dianez Pozo estuvo mucho tiempo encarcelado, que a pesar de sus ochenta y cuatro años tenía la memoria de un elefante y que había grabado una cinta con todos los motes del pueblo. Volvieron a reír como si fueran adolescentes, a recordar a los zagales haciendo canillas en los telares, a disfrutar con el sabor de los meren­gues, las fiestas del Carmen y las carreras delan­te del toro. Y justo cuando Damián iba a contar que ni en Francia ni en Inglaterra había conocido a nadie capaz de ponerse delante de un toro, el hombre del rostro arrugado disparó a bocajarro sobre su corazón, sin querer, pero con la precisión y la crueldad de un Mauser: “Carmen Escobar todavía vive” dijo, “ha enviudado y tiene tres hijos y ocho nietos”.
Damián Sánchez, desconcertado por la sorpresa del comentario, se refugió en la figura de Sánchez Rosa como años atrás lo hizo en sus teorías anarquistas, como recien­temente lo había hecho en París y ante sí mismo, llevado por el impulso irrefrenable del regreso, amparado por fin en una excusa poderosa que pudiera justificar su presencia.
-He venido por el homenaje de don José -dijo aparentando una indiferencia tan mal disimulada que hizo caer al hombre del rostro arrugado en la cuenta de su imprudencia-, y no sé si irme o quedarme, porque no tengo a nadie ni aquí ni en Fran­cia.
Luego miró las lajas de la calle con aire distraído mientras el hombre imprimía un giro brusco a la con­ver­sación y empezaba a contar cosas de la democracia y de los polí­ti­cos, del paro, de la exposición universal de Sevilla y de las pagas de los pensionistas. Cuando el otro terminó de hablar, él seguía mirando aún el destello del sol en las paredes enjalbegadas.
-¿Qué piensas, Damián? -le preguntó.
Damián Sánchez, llevado por ese reflejo incon­trolable y a veces delator de la inconsciencia, respondió: “En la maldita guerra”.
Y en ella seguía pensando cinco horas después, cuando el sol amenazó con abrazarse a la sierra, cuando salió a la calle tras haber dejado la maleta en la fonda de Jacinto. Entonces tuvo el valor de reconocer que aquella obsesión por la guerra estaba cimentada en la presen­cia incorpórea de Carmen Escobar, en la magia de aquella mirada que lo acompañó a Francia, a los campos de concentración nazis, a Italia y a Inglaterra, en el hechizo de una novia a quien ahora no podía imagi­nar con el rostro cuar­teado por los años, sin aquella vivaracha expresión en los ojos y vencida por el reuma.
Injustificadamente supuso que Carmen viviría aún en casa de su padre, y allí se dirigió casi con la misma ilusión de su juventud, confiando en poderla ver tras el encaracolado de la ventana, conchabado otra vez con la oscuri­dad de una noche veraniega que no se decidía a caer sobre el pueblo. Sin saber cómo desembocó en la calle Postiguillo y apenas se atrevió a levantar la cabeza para ver el rótulo temiendo que algún vecino lo reconociera, pues el intenso bombardeo del sol había cesado y la gente comenzaba a salir de los refugios. A pocos pasos se tropezó con la enorme palmera de una plazuela flanqueada de gitanillas y de rosales y allí se sentó confiado en la reconditez del lugar. Entonces sí alzó la mirada: “Plaza de Andalucía”. Se arrellanó en el banco de piedra y se dejó llevar por la sugestión de aquel nombre. Volvió a recordar a don José Sánchez Rosa, primer diri­gente de la CNT en Andalucía y comprobó con asombro que aún recordaba frases e incluso párrafos enteros de “La Gramá­tica del Obrero” y “La Aritmética del Obrero”; pensó, no sin un dejo de orgullo, que muy pocos anarquistas quedarían ya de aquella época, que la guerra, las calamidades y el tiempo los habrían eliminado y que probablemente se viera solo frente al busto de don José, como un fantasma del pasado, como el testi­monio mudo de un pensamiento que seguía vivo a pesar de los años y de los cambios.
Entonces recordó el talante humanitario de Rosa y la consideración y el respeto que toda una época le había consagrado, y lo comparó con quien la gente lo comparaba entonces, con aquel alcal­de de Cádiz que rechazó un indulto real para luego fugar­se del Peñón de la Gomera, el fundador de El Socialista y el traductor de Kropotkin: Fermín Salvochea. Y queriendo recordar algunos párrafos de “Cada mochuelo a su olivo”, lo sorprendió la risa nerviosa de un niño que caminaba de la mano de una anciana… Era ella, Carmen Escobar, la única mujer a quien hubiera reconocido entre un millón de ancianas.
La sorpresa del encuentro lo privó del arma del disimulo, pero los arriates de la plazoleta y las sombras de la tarde tuvieron la misericordia de ocultar el temblor de sus manos y el rostro contraído de un hombre que había perdido en una tarde el norte de la vejez, que había comprendido en un segundo la parodia de viajar al pasado para homenajear a un maestro. La realidad, disfrazada de fiscal en su cora­zón, lo señaló con el dedo y lo acusó de mentiroso, de cobarde y de ampararse en un muerto para encontrarse con un vivo. No pudo ni quiso evitarlo: la siguió, y justo al salir de la plaza, el mismo impulso incontrolable que lo obligó a disparar en la guerra lo tomó de la mano y sin la menor consideración la depositó en el hombro de la anciana.
-Carmen Escobar -dijo-, ¿ya no me conoces?
La mujer se volvió con una lentitud que a Damián Sánchez le resultó sospechosa. En un segundo intuyó que estaba al tanto de su llegada.
-Ha pasado mucho tiempo desde el 13 de septiembre del 36 -respondió-; tanto, que ya no me acuerdo de usted. Lo siento.
Damián Sánchez vio de cerca su rostro y no pudo por menos que darle la razón: había cambiado tanto que también a ella costaba trabajo reconocerla. No obstante siguió hablando con el convencimiento del que ha recorrido medio mundo para hablar.
– Si me permite acompañarla -dijo-, podré explicarle el motivo de mi regreso.
Carmen Escobar asintió con la cabeza y echó a andar, y antes de que él pudiera reponerse de sus primeras palabras, se detuvo y lo miró a los ojos: “Usted ha venido al pueblo para el homenaje que piensan hacerle a don José Sánchez Rosa. Nada más.”
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Damián Sánchez pensó decirle que había regresa­do para ver otra vez a la única mujer que amó en su vida, para compro­bar si eran verdad los sueños y las pesadillas que tuvo en el extranjero; pero mirando su rostro comprendió que hay cosas que el tiempo no perdona, que aunque el corazón siga siendo el mismo, la vida puede transformar las circunstancias hasta el punto de crear muros insalvables. Supo también que la guerra había terminado hacía cincuenta y seis años y que el 13 de septiembre del 36 había logrado burlar a los moros, pero que estos habían levantado una muralla entre la esperanza y la realidad, una muralla que ahora se erguía frente a él demostrando que la verdad, como el paso del tiempo, solo tiene un camino. Quiso decirle que los años no habían pasado por él, pero la magnitud de su mentira lo asustó; quiso hablarle de la crueldad de la guerra, que a quien no mata lo hiere de muerte, pero supuso que ya lo sabía; y por fin quiso decirle que nunca es tarde para empezar de nuevo, pero la osadía del pensamiento y el rostro anciano de Carmen Escobar lo obligaron a agachar la cabeza y a seguir caminando junto a ella. El niño había dejado de reír y el canto de los grillos se dejaba oír como cincuenta y seis años atrás. Al pasar por la Pontezuela no pudo evitar tomarla del brazo y como antaño recitarle versos de Sánchez Rosa:
“No quisiera oír más música
que la del ave y la alberca.
¡Vivir !… y morir después
en los brazos de mi tierra.”

jose antonio illanes

La reina ninfómana, Isabel II de España

Isabel nació, el diez de octubre de 1830, en Madrid. Su padre era Fernando VII y su madre María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, que era la cuarta esposa del rey y  además era su sobrina carnal. En sus tres anteriores matrimonios no había tenido descendencia. Después de tener a Isabel II tuvo otra hija, la infanta Luisa Fernanda, que nació en 1832.
Sube al trono cuando todavía no había cumplido los tres años. Esto se produjo por el fallecimiento del rey en 1833 y por no haber tenido hijos varones. Fernando VII promulgó antes de fallecer la Pragmática Sanción, por lo cual se derogaba la Ley Sálica, que impedía a las mujeres acceder al trono. Este hecho provocó la sublevación del infante Carlos María Isidro de Borbón, que era hermano de Fernando VII y en consecuencia heredero al trono de España.


Retrato de Isabel II con la princesa de Asturias, Isabel, niña, de Franz Xavier Winterhalter (Palacio Real).
Este hecho marcó para siempre el reinado de Isabel II, puesto que los absolutistas se agruparon en torno a los derechos dinásticos del infante Carlos María, provocando las conocidas tres guerras carlistas, que ensangrentaron al país a lo largo del siglo XIX.
Como no tenía Isabel II edad para reinar, fue nombrada como Regente su madre, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias que duró desde 1833 a 1840. A los dos meses de quedarse viuda y siendo ya regente en nombre de su hija tuvo un nuevo amante, Fernando Muñoz, que era sargento de la guardia real, dos años más joven que ella. A pesar de todos los intentos de ocultarla, fue en vano, pues cada año quedaba embarazada, lo que delataba ante la población una situación difícilmente justificable cuando seguía siendo viuda.

En las tabernas y conciliábulos del país se decía “La regente es una dama casada en secreto y embarazada en público”. Los carlistas enemigos de ella, popularizaron una copla alusiva:
Clamaban los liberales
Que la reina no paría
¡Y ha parido más muñecones
Que liberales había!
Ante los escándalos que había en la Corte, hace que sea sustituida por el primer espadón de la época, el general Espartero, hasta que éste fue obligado a abandonar el cargo a mediados de 1843. Con la finalidad de evitar una tercera Regencia, se adelantó la mayoría de edad de Isabel II a trece años.
SU EDUCACIÓN
La Regente María Cristina no se preocupó de la preparación educativa y política de su hija para el desempeño de tal alto cargo. Exclusivamente se dedicó a su nuevo amante. Isabel II careció de un ambiente familiar y de la afectividad de su madre, a todo ello hay que unirle la ausencia de una  educación adecuada y de una preparación política para una persona destinada a ser Reina de España.
Su educación además dependía de los vaivenes políticos, como ocurrió en 1841 cuando se produce un cambio radical cambiando  al preceptor. A ello hay que unir que con trece años es nombrada Reina de España, podemos entender como  fue fácil presa de la manipulación partidista e interesada
Tampoco el poder político, ya fueran los progresistas o moderados, se preocuparon de preparar a Isabel II, pues todos partían del principio básico, de que cuanto más ignorante permaneciera, mejor resultaría servirse de ella y de su cargo.

El preceptor mayor era Agustín Arguelles, su profesor general José Vicente Ventosa, su maestro de música, Francisco Frontela, también llamado Valldemosa y también formaba parte de los preceptores Salustiano Olózaga, hombre inteligente y que destacaba por su gran preparación jurídica. Recibió una educación basada en la formación doméstica, en la religión y el estudio del piano. Despojada de cualquier estudio humanístico y político.
Estos preceptores están en el inicio de las habilidades sexuales de Isabel II. José Vicente Ventosa fue expulsado de palacio por razones graves. Francisco Frontela, se le conocía como el amante de la reina y ésta le concedió la Cruz de Carlos III. Salustiano Olózaga fue el encargado de desflorarla y de iniciarla en los principios amorosos.
Isabel II tenía un carácter temperamental y apasionado, al mismo tiempo que mostraba una ardiente sensualidad probablemente heredada de su madre. Otro aspecto muy reseñable era su gran generosidad y su ánimo alegre y vivaraz, que hacía muy agradable su presencia.
Isabel II  se vio fácilmente manipulada por los intereses partidistas, tanto por sus familiares como por las camarillas cortesana y determinados políticos. Al mismo tiempo, se veía las dificultadles que tenía para cumplir de forma eficaz las funciones políticas que el sistema constitucional le confería.
De esta época podemos valorar la descripción que hace el conde de Romanones de Isabel II:
A los diez años Isabel resultaba atrasada, apenas si sabía leer con rapidez, la forma de su letra era la propia de las mujeres del pueblo, de la aritmética apenas sólo sabía sumar siempre que los sumandos fueran sencillos, su ortografía pésima. Odiaba la lectura, sus únicos entretenimientos eran lo juguetes y los perritos. Por haber estado exclusivamente en manos de los camaristas ignoraba las reglas del buen comer, su comportamiento en la mesa era deplorable, y todas esas características, de algún modo, la acompañaron toda su vida”.
Isabel II era una mujer con escasas cualidades intelectuales, como se puede comprobar en las Cartas que se conservan de la Reina en la Academia de la Historia de Madrid. podremos observar la simpleza de sus planteamientos.

SU MATRIMONIO
El ocho de noviembre de 1843, Isabel II es declarada mayor de edad con trece años. El primer problema que debe afrontar es del matrimonio. Este matrimonio se convierte no sólo en una cuestión de Estado sino en un problema europeo, pues lo que todos quieren es que no se rompa la actual situación de alianzas y equilibrios, que había en ese momento en Europa. Todos los países maniobran para que la nacionalidad del nuevo Rey no perjudicase sus alianzas e intereses.
Su madre María Cristina, plantea como marido al conde de Trapani, que era hermano de su madre y en consecuencia tío carnal. Francia plantea la candidatura del duque de Montpensier, que era hijo de Luis Felipe. También aspiraba el infante Enrique que era el segundo hijo de Francisco de Paula y de Luisa Carlota, hermana de su madre María Cristina, pero esta candidatura se vino abajo por su colaboración en el alzamiento carlista de Galicia.
Mientras sectores sociales españoles apoyan la idea de casarla con Carlos Luis de Borbón y Braganza, conde de Montemolín, hijo de Carlos María Isidro, el cual abdicó para facilitar el enlace, con lo que el problema dinástico se hubiera evitado, pero Isabel II no aceptó. Para ello contó con el apoyo de los liberales, y ahí está el origen de la segunda guerra carlista.

El general Narváez propuso a Francisco de Paula de las Dos Sicilias, conde de Trapani, pero este fue rechazo por los progresistas. La madre reina, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, propone a Leopoldo de Sajonia-Coburgo-Saalfeld, que era pariente de la reina Victoria. Luis Felipe de Francia apoya la candidatura de cualquiera de sus dos hijos, Enrique de Orleans, duque de Aumale o de Antonio, duque de Montpensier, que acabó casándose con la hermana de Isabel II, la infanta Luisa Fernanda de Borbón.
Se celebra la conferencia de Eu, donde tanto  Francia como Inglaterra renuncian a que sus candidatos se casasen con Isabel II, por lo que se opta por Francisco de Asís de Borbón, que era considerado un hombre apocado y de poco carácter, que no iba a interferir en la política
Francisco de Asís de Borbón, hijo del Infante Francisco de Paula y de Luisa Carlota, era además primo hermano de Isabel. Esta elección satisfacía a todos los sectores políticos del país, porque lo consideraban un personaje políticamente inocuo y además se fundían en una sola las dos ramas reales.
La boda se celebró en Madrid, el 10 de octubre de 1846, cuando Isabel cumplía dieciséis años, siendo una boda doble pues también se casó su hermana Luisa Fernando de Borbón, que tenía catorce años con el príncipe Antonio de Orleans, duque de Montpensier e hijo menor de Luis Felipe I de Francia
La expresión que se oía esos días en España era: ¡Pobres niñas, condenadas a sendos matrimonios de conveniencia para salvar el trono!

Al conocer el nombre de su futuro marido, Isabel II se negó diciendo ¡No, con Paquita, no! Pero su madre María Cristina y una monja oscura, que estará presente en toda su vida, sor Patrocinio, le presionaron para que aceptara. Así el día antes del matrimonio Isabel II dijo a su madre: “He cedido como reina, pero no como mujer. Yo no he buscado a este hombre para que fuese mi marido; me lo han impuesto y no lo quería”.
Su noche de boda fue un fracaso. Es conocido el comentario que hace Isabel II al diplomático León y Castillo “que voy a decir de un hombre que en la noche de bodas llevaba en su camisa más bordados que yo en la mía”.
La presencia de Francisco de Asís enseguida levantó muchos dichos populares y se crearon numerosas coplas como la siguiente:
Isabelona / Tan frescachona / y don Paquita / tan mariquita
Desde el principio de su matrimonio ambos mostraron una mutua antipatía.   Francisco de Asís era homosexual, mientras que era conocida la escandalosa afición de la reina Isabel por los hombres.   Esto producía constante separaciones.   Son conocidas, como determinadas personas debían intermediar entre la pareja regia, como fue el general Narváez,  el confesor de la reina, el arzobispo Antonio María Claret y hasta el mismo Papa, Pío IX
SUS AMANTES
La vida de Isabel II se basa en una fiesta continua. Se acostaba a las cinco de la mañana y se levantaba a las tres de la tarde. Este modo de vida levantaba fuertes críticas en la sociedad española.

El primer amante oficial fue el general Serrano a quien Isabel II le calificaba “el general bonito”, y producía un auténtico escándalo porque la reina lo perseguía por todos los cuarteles de Madrid. Llegó a tal nivel el escándalo, que el ejército decidió trasladarlo fuera de Madrid.
Otros amantes reconocidos son el cantante José Mirall, cuya voz entusiasmaba a la reina. El conocido compositor Emiliano Arrieta, el coronel Gándara, también Manuel Lorenzo de Acuña, marqués de Bedma. Destaca el capitán José María Arana, conocido como ”el pollo Arana”, en esta relación hay una anécdota, que su marido Francisco de Asís, un día le dijo a la reina que tuviera cuidado con el pollo Arana, que le estaba poniendo los cuernos. Lo ascendió a coronel y le otorgó la Cruz Laureada de San Fernando.  Fruto de esa relación nació la infanta Isabel, que sería llamada popularmente la Araneja y también la Chata.
Otra relación también muy conocida fue con el capitán de ingenieros Enrique Puig Moltó conocido como “el pollo real”, que fue el padre de Alfonso XII, al que llamaron puigmolteño. Se dice que un día hablando Isabel con su hijo Alfonso XII de dijo “Hijo mío, la única sangre Borbón que corre por tus venas es la mía”.
Otro amante reconocido fue el general O´Donnell que había llegado al poder con la Vicalvarada, iniciándose un periodo histórico conocido como el bienio progresista, dirigido dicho gobierno por la Unión Liberal (1854-1856). O´Donnell se sintió atraído por Isabel II y ésta le respondía, cultivando un amor platónico, que aumenta su comprensión y confianza mutua. La diferencia de edad entre ambos, veintiún años no les importaba nada. Sin embargo, este entendimiento fue cambiando por la influencia conservadora, que ejercían sobre la Reina, el padre Claret y sor Patrocinio, conocida como la monja de las Llagas, que intentaban neutralizar las medidas liberales que el gobierno de O´Donnell tomaba sobre la Iglesia. Esto llevó, a que Isabel II humillara públicamente a O´Donnell, provocando su cese.

Cabe destacar la anécdota, de que en el año 1860, O´Donnell va a despedirse de Isabel II antes de iniciar una nueva guerra en Marruecos, la Reina le dice cariñosamente que si ella fuera hombre iría con él. Francisco de Asís que estaba presente, añadió “lo mismo te dijo O´Donnell, lo mismo te dijo”.
Otros amantes fueron el secretario Miguel Tenorio; el cantante Tirso Obregón; José de Murga y Reolid, marqués de Linares por concesión real; el gobernador de Madrid y posterior ministro de Ultramar, Carlos Marfori y Calleja, que le acompañará a París cuando se exilia por el triunfo de la Gloriosa de 1868. El capitán de artillería, José Ramón de la Puente.
Fruto de estas relaciones tuvo los siguientes hijos:
- El 20 de mayo de 1849 da a luz un varón fallecido en el parto, hijo del marqués de Bedmar.
- El 12 de julio de 1850 dio a luz un nuevo varón que falleció a los cinco minutos de nacer, enterrado en el Panteón de príncipes de El Escorial y que probablemente fuera hijo del rey consorte Francisco de Asís de Borbón.

- El 20 de diciembre de 1851, dio a luz a la infanta María Isabel Francisca de Asís, popularmente conocida como la Chata, princesa de Asturias, hasta el nacimiento de Alfonso XII, hija del capitán José Ruiz Arana.
- El 5 de enero de 1854, nace la infanta María cristina, muerta al poco de nacer y que fue enterrada en el Panteón de El Escorial, de padre desconocido.
- El 24 de noviembre de 1855, tuvo un aborto avanzado, tras haberse publicado en la Gaceta de Madrid el embarazo real, de padre no conocido.
- El 20 de junio de 1856, hay un nuevo aborto de padre no conocido.
- El 28 de noviembre de 1857; Alfonso, príncipe de Asturias y más tarde rey de España, era hijo del capitán de ingenieros Enrique Puig Moltó.   A punto de dar a luz al futuro Alfonso XII, la Reina pregunto al médico que la atendía Tomás Eustaquio del Corral y Oña, si la criatura sería varón o hembra. Le contestó “Varón”, por ello y en señal de agradecimiento  le nombró marqués del Real Acierto.
- El 26 de diciembre de 1859, da a luz a la infanta Concepción, muerta a los veintiún meses, hija del rey consorte.

- En el año 1861 tuvo a María del Pilar Berenguela fallecida a los dieciocho años.
- En el año 1862 tuvo a María de la Paz de Borbón y Borbón, que fue casada con Luis Fernando de Baviera.
- En el año 1864 tuvo a María Eulalia de Borbón y Borbón, duquesa de Galliera, fue casada con Antonio de Orleans y Borbón.
- En el año 1866 nació Francisco de Asís Leopoldo de Borbón y Borbón, fallecido a las pocas semanas de nacer.
EL REY FRANCISCO DE ASÍS
Mientras todo esto sucedía su marido Francisco de Asís y Borbón tuvo un amigo de por vida, Antonio Ramón Meneses, con el que convivió toda su vida. Ante los continuos amantes de Isabel II, los asumió con naturalidad. Por el reconocimiento de la paternidad de los hijos de Isabel II, recibía a cambio un millón de reales por hacer la presentación de cada uno de ellos.
Como dice Isabel Burdiel “casada a los dieciséis años con su primo Francisco de Asís, a quien aborrecía, Isabel II tuvo en ese marido a su más ferviente enemigo, el espía de todos sus actos, el deslegitimador de sus derechos al trono”.
Una copla popular decía de Francisco de Asís:
Gran problema es en las Cortes
Averiguar si el consorte
Cuando acude al excusado
Mea de pie o mea sentado

Destacaba por su capacidad de intrigar en las Cortes, su gusto por las conspiraciones, su tendencia a clericalizar el juego político mediante el apoyo a personajes oscuros de la Iglesia.   Debe destacarse el papel del confesor del rey, el padre Fulgencio y de sor Patrocinio, que ejercieron una nefasta influencia en las relaciones entre ambos cónyuges.
Francisco de Asís prefería el palacio segoviano de Rio Frío a la cercanía de su esposa en el Palacio Real de Madrid.    Ya en el exilio se instaló en Epinay retirado de la vida pública y dedicado a su afición a los libros y al coleccionismo de obras de arte, hasta que muere en 1902, dos años antes que la Reina
EL FINAL DE ISABEL II
El 28 de septiembre de 1868, se produce el levantamiento de la Gloriosa, encabezada por los generales Prim, Serrano y el almirante Topete que contó con un gran apoyo popular que cantaban el himno de Riego y gritaban ¡Mueran los Borbones! Y que en algunos momentos se convirtió en ¡Mueran los bribones!. Esto supuso la salida de Isabel II al exilio de París. Desde él, no dejó de conspirar e hizo todo lo posible para que su hijo Alfonso XII recuperara el trono, como así sucedió en el año 1874.

Isabel II muere el 16 de abril de 1904. El historiador conservador José Luis Comellas hace un retrato de Isabel II “Desenvuelta, castiza, plena de espontaneidad y majeza, en la que el humor y el rasgo amable se mezclan con la chabacanería y con la ordinariez, apasionada por la España cuya secular corona ceñía y también por sus amantes".
El escritor Valle Inclán en su obra “la corte de los milagros“ hace la siguiente descripción: “La Católica Majestad, vestida con una bata de ringorrangos, flamencota, herpética, rubiales, encendidos los ojos del sueño, pintados los labios como las boqueras del chocolate, tenía esa expresión, un poco manflota, de las peponas de ocho cuartos”.
Ya al final de su vida, Isabel II, en una entrevista con el escritor Benito Pérez Galdós le decía: “¿Qué había de hacer yo, jovencilla, reina a los catorce años, sin ningún freo a mi voluntad, con  todo el dinero a mano para mis antojos y para darme el gusto de favorecer a los necesitados, no viendo al lado mío más que personas que se doblaban como cañas, ni oyendo más voces de adulación que me aturdían ¿Qué había de hacer yo? Póngase en mi caso…
Así describia Pérez Galdós a Isabel II en 1902. “El reinado de Isabel II se irá borrando de la memoria, y los males que trajo, así como los bienes que produjo, pasarán sin dejar rastro. La pobre Reina, tan fervorosamente amada en su niñez, esperanza y alegría del pueblo, emblema de la libertad, después hollada, escarnecida y arrojada del reino, baja al sepulcro, sin que su muerte avive los entusiasmos ni los odios de otros días. Se juzgará su reinado con crítica severa: en él se verá el origen y el embrión de no pocos vicios de nuestra política; pero nadie niega ni desconoce la inmensa ternura de aquella alma ingenua, indolente, fácil a la piedad, al perdón, a la caridad, como incapaz de toda resolución tenaz y vigorosa. Doña Isabel vivió en perpetua infancia, y el mayor de sus infortunios fue haber nacido Reina y llevar en su mano la dirección moral de un pueblo, pesada obligación para tan tierna mano”.
Para Isabel Burdiel “Isabel II no fue una ninfómana; simplemente estuvo mal casada. Es cierto que tuvo muchos amantes, pero eso era habitual entre la aristocracia y la realeza de la época”. Sin embargo, para mí si fue una ninfómana y no valen excusas de justificación.

NOTA EXPLICATIVA
Tras la caída de la reina Isabel II y su posterior exilio a Francia, los hermanos Bécquer, Gustavo Adolfo Bécquer el poeta y Valeriano Domínguez Bécquer, firmaban bajo el pseudónimo de SEM, la obra “Los Borbones en pelotas” realizada entre los años 1868-1869, una serie de acuarelas de amplio contenido satírico y pornográfico
Esta obra consta de 107 originales, que nunca fue publicada pero circuló de forma clandestina. Esta obra fue descubierta en 1986 pero solo se conservan 89 ilustraciones. Todas las ilustraciones menos la primera corresponden a esta obra de los hermanos Bécquer