Este
artículo señala los cambios que ocurrieron en el PSOE durante la
Transición y los costes que estos cambios han supuesto para España.
En España
siempre ha habido, a lo largo de su historia, dos concepciones de
España. Una, la España de siempre, continuadora de la España imperial,
basada en la Corona de Castilla (lo que explica que la lengua oficial de
España sea el castellano), con una visión jacobina del Estado, dominado
este por la Monarquía, el Ejército, la Iglesia y los poderes fácticos
–económicos y financieros– que dominan la vida económica y política del
país. Esta España, centrada en Madrid, la capital del reino, es la que
tiene como himno la Marcha Real, y como bandera la bandera borbónica. Su
jefatura ha ido variando de monarcas a dictadores, y de dictadores a
monarcas. Su Estado nunca ha respetado la plurinacionalidad de España.
Un indicador de esta visión de España se conserva todavía en su sistema
de transporte ferroviario, de claro carácter radial. Ir de Barcelona a
Madrid lleva dos horas y media en AVE. Ir de Barcelona a Bilbao, la
misma distancia, lleva algo más de seis horas.
La otra visión de España es la republicana y pluricéntrica, que apareció
(sin nunca poder desarrollarse), en sus inicios, durante las dos
repúblicas, y que ofrecía el potencial de posibilitar otra España, una
España más democrática, poliédrica y policéntrica y no radial, laica,
plurinacional y federal. Ni que decir tiene que la II República no fue
la máxima expresión de esta otra España. Pero sí que permitía poder
desarrollar otra vía. Esta otra visión apareció en los programas de la
futura España democrática de la mayoría de los partidos de izquierda,
incluido el PSOE, en la clandestinidad. Así, el PSOE tenía en su
programa el establecer una España federal, en la que cada nación tendría
el derecho de autodeterminación (lo que ahora se llama derecho a
decidir), definiendo el tipo de articulación con el Estado español que
desearan. Este respeto a la plurinacionalidad de los Estados era una
característica de las izquierdas.
De ahí que el PSOE, en una fecha tan reciente como octubre de 1974,
subrayara en el Congreso de Suresnes que “la definitiva solución del
problema de las nacionalidades y regiones que integran el Estado español
parte indefectiblemente del pleno reconocimiento del derecho de
autodeterminación de las mismas, que comporta la facultad de que cada
nacionalidad y región pueda determinar libremente las relaciones que va a
mantener con el resto de los pueblos que integran el Estado español”
(Resolución sobre nacionalidades y regiones). Y más tarde, en el 27
Congreso del PSOE en diciembre de 1976, se aprobó que “el Partido
Socialista propugnará el ejercicio libre del derecho a la
autodeterminación por la totalidad de las nacionalidades y
regionalidades que compondrán en pie de igualdad el Estado federal que
preconizamos… La Constitución garantizará el derecho de
autodeterminación”, manteniendo que “el análisis histórico nos dice que
en la actual coyuntura la lucha por la liberación de las nacionalidades…
no es opuesta, sino complementaria con el internacionalismo de la clase
trabajadora”.
¿Qué pasó durante la Transición?
Pero este compromiso desapareció durante la Transición, y ello como
resultado en gran parte de las presiones de la Monarquía y del Ejército.
De ahí que la Constitución hable de España como la única nación,
asignando al Ejército (que era sucesor en aquel momento del Ejército
golpista que había realizado el golpe de militar en parte para evitar el
establecimiento de la plurinacionalidad de España) la misión de
garantizar su unidad. Creer que la Transición fue modélica y que fue el
producto del pacto entre iguales es de una inmensa frivolidad. Las
derechas, herederas de los vencedores de la Guerra Civil, controlaban
todas las ramas del Estado y la gran mayoría de los medios de
información, mientras que las izquierdas acababan de salir de la
clandestinidad. No era posible que fuera un pacto consumado entre
iguales. Y no lo fue. Las derechas dominaron el proceso y el producto
que este determinó: una democracia muy limitada que no resolvió el
enorme retraso social de España ni tampoco resolvió su problema
nacional. Ni que decir tiene que la democracia, sobre todo en la época
de gobierno del PSOE, significó un adelanto de gran valor e intensidad
en la historia de España, donde la democracia ha sido una experiencia
muy limitada. Y a pesar de los grandes avances desarrollados, el hecho
es que el dominio del Estado por parte de las fuerzas conservadoras
explica que el gasto público social por habitante sea todavía de los más
bajos de la UE-15. Y el tema nacional continúa sin resolverse. Es
cierto que el Estado ha sido descentralizado en las CCAA,
estableciéndose el Estado de las Autonomías, pero este Estado no ha
resuelto el tema nacional. Su “café para todos” no es, como a veces se
afirma, una forma de federalismo. Todo lo contrario, diluye, cuando no
niega, la plurinacionalidad del Estado. Es más, aun cuando las CCAA
significaron una descentralización, el Estado continuó siendo de una
normativización muy centralizada. Referirse al Estado español como un
Estado federal no se corresponde con la realidad. He vivido en varios
países federales y España no es como uno de ellos.
La situación en Catalunya: separatismo o redefinición de España
Por extraño que parezca, en Catalunya el separatismo, en cuanto al deseo
de establecer una Catalunya independiente de España, ha sido siempre un
sentimiento minoritario. ERC, por raro que parezca, no fue un partido
independentista hasta hace poco. Y el President Companys, que fue
ministro del gobierno republicano español, quería establecer un Estado
catalán dentro de una federación española. La casi totalidad de las
izquierdas catalanas (y las españolas) eran federalistas, no
separatistas. Fueron las derechas y algunas voces de las izquierdas
nacionalistas españolistas las que, intolerantes frente a cualquier otra
visión de España que no fuera la suya, definieron a esas fuerzas
políticas como separatistas o incluso anti España. Muchos de estos
supuestos separatistas tienen banderas españolas republicanas y banderas
catalanas en su tumba. Lo sé porque tengo familiares entre ellos.
Murieron por Catalunya y por otra España distinta de la que tenemos.
De ahí que la gran mayoría de las izquierdas catalanas fueran siempre
auténticamente y sinceramente federalistas. Y así lo habían sido las
españolas hasta que vino la Transición. Ello creó claras tensiones entre
el socialismo catalán y el español. El primero quería una España y
policéntrica y no radial, que respetara el carácter nacional –es decir,
que se la considerase como nación– de Catalunya. El tripartito
claramente reflejó esta postura. Y ello no fue debido a la alianza con
ERC (que había dejado de ser federalista y que se opuso al Estatuto de
Catalunya), sino a la presión del PSC y de los herederos del PSUC (esta
última siendo la fuerza política que mejor conjugó la lucha de clases
con la lucha nacional). Fue el President Maragall (que siempre tuvo muy
mala prensa en el establishment basado en la capital del Reino) el que
introdujo el Estatuto que representaba, en su versión original, la
postura alternativa y distinta a la España radial. La respuesta de la
dirección del PSOE fue decepcionante. Incluso se insultó al President
Montilla y a una de las dirigentes socialistas más populares (Manuela de
Madre), presentándolos como contaminados por el nacionalismo catalán.
Tras esta respuesta estaba la defensa acérrima del nacionalismo
españolista, que es el más fuerte, dominante y asfixiante de todos los
nacionalismos existentes en España, y que incluso niega ser
nacionalista. Los “cepillados” para adaptar el Estatuto a la sacrosanta
Constitución y el veto de sus elementos clave por el Tribunal
Constitucional del Estado español, eran el indicador para muchos
catalanes de que Catalunya nunca alcanzaría a tener la personalidad
deseada dentro del Estado español. El enorme crecimiento del
independentismo en Catalunya explica el redescubrimiento del federalismo
por parte del PSOE, proponiéndose un tipo de federalismo tardío e
insuficiente.
Añádase a ello el sinnúmero de artículos en los medios del establishment
español, centrado en Madrid, que constantemente insultan a las fuerzas
soberanistas, algunas independentistas y otras no, definiéndolas como
“insolidarias”, “victimistas”, “egoístas” y una larga retahíla de
epítetos que muestran su grado de insensibilidad. Por lo visto, el
quejarse del enorme centralismo del sistema de transporte, o que todas
las instituciones del Estado central español estén en Madrid, o que el
permiso del ministerio se necesite para aprobar asignaturas en un
programa docente, se presentan, predeciblemente, como características
del “victimismo”. Y así un largo etcétera.
El hecho más llamativo de lo que ocurre en Catalunya
De ahí el creciente hartazgo en Catalunya. El fenómeno más llamativo hoy
en Catalunya es el número creciente de personas que se sienten
españolas y de izquierdas que no creen que el Estado español tenga la
capacidad de transformarse en un Estado auténticamente democrático y
federal, con una democracia auténticamente representativa y
participativa, con amplias formas de democracia directa, como
referéndums, con una política fiscal progresiva, y con un Estado social
más desarrollado que el que tiene. Y de ahí que muchos de ellos votarían
hoy por la independencia de Catalunya.
Por cierto, que este rechazo y hastío se da también en España, donde el
82% de la población no cree que el Estado los represente. El famoso
eslogan “no nos representan” del movimiento 15-M está ampliamente
asumido por la mayoría de la población española. De ahí que haya una
gran simpatía y afinidad a los dos lados del Ebro en su lucha para
cambiar profundamente Catalunya y España. Ayuda a ello el hecho de que
la gran mayoría de catalanes no son antiespañoles. El grupo mayor de los
distintos grupos que se definen por su identidad son los catalanes que
se sienten también españoles. Pero desear (como lo desea la gran mayoría
de la población que vive en Catalunya) el derecho a decidir para
Catalunya no es ser antiespañol, como maliciosamente se presenta en gran
parte de los medios.
Una última observación. Creerse que el movimiento popular demandando el
derecho a decidir es resultado de una campaña de la derecha catalana
para ocultar sus políticas regresivas es no entender lo que ha estado
ocurriendo en Catalunya y en España. No hay duda de que el gobierno
catalán así lo intenta. Pero el movimiento surgió mucho antes,
precisamente durante el tripartito, y continuará mucho después. En
realidad, el sentimiento de empoderamiento que le ha dado a la población
el éxito de las manifestaciones explica que en caso de que el President
de la Generalitat cediera y no convocara la consulta, quedaría
desbordado por este movimiento, un movimiento que se está radicalizando
pues lo que le mueve cada vez más es cambiar Catalunya también. Y es ahí
donde las izquierdas catalanas debieran presentarse como lo que son,
como las auténticas defensoras de Catalunya, es decir, de las clases
populares de Catalunya, mostrando la falta de credibilidad de las
derechas catalanas cuando se presentan como las grandes defensoras de
Catalunya, llevando a cabo políticas sumamente dañinas para aquellas
clases populares. Pero esta labor constantemente se ve dificultada
cuando las izquierdas españolas continúan estancadas en su visión
españolista de España (habiendo abandonado sus raíces), dificultando la
redefinición del Estado español para representar mejor la España real.
Dejar a las derechas la defensa de la soberanía de Catalunya es, llámese
como se llame, un enorme error político y una renuncia a sus
antepasados, pues fueron las izquierdas las que siempre lucharon en
Catalunya y en España para que todas las naciones y regiones pudieran
estar juntas voluntariamente y no por imposición. Si las izquierdas en
España no dejan que la ciudadanía vote en una consulta, se disparará más
y más el separatismo independentista, alejándose del socialismo.
Y una última petición. Los ánimos en España y en Catalunya están muy
agitados y es casi imposible tener una conversación sin sarcasmos,
insultos o notas ofensivas. Creo que, a lo largo de mi vida, he mostrado
mi compromiso con Catalunya y con la España republicana, que heredé de
mis antepasados. Presentar esta postura, distinta a la ortodoxia, me ha
significado una enorme avalancha de ofensas. La clara falta de cultura
democrática en nuestro país hace difícil sostener puntos de vista
distintos a los que se suponen oficiales. Pero invito a mis compañeros
socialistas del resto de España a que consideren que hay muchas maneras
de entender España, y creo que la que han sostenido los equipos
dirigentes del PSOE por muchos años dificulta el desarrollo del
socialismo en aquellas partes del país que siempre fueron su granero.