martes, 16 de septiembre de 2014

El placer de la danza

 MIGUEL ANGEL Toledano 15/09/2014

El placer de la danza, sí, la inmersión en un mundo en el que la música rige el movimiento en el aire y sus pausas de quietud. El espacio se vacía de otras imágenes y abre los lienzos de la belleza. Aún hace buena temperatura y eso permite el aprovechamiento grato de escenarios al aire libre para el arte, la música, el teatro y el cine. Pero, permitidme un momento. ¿Por qué no hablar también de la danza?, se interrogaba Paul Valéry a propósito de las bailarinas de Degás. Y he recordado su pregunta hoy repasando el catálogo de la exposición que Juan Zafra dedicó a La consagración de la primavera . El baile genera toda una plástica y el placer de bailar desata a su alrededor el disfrute de contemplar y vivir la danza. Los cuerpos, en un proceso esencialmente carnal, inician el ritual. La música asciende y se revela como un caballo joven que huye de su sombra. Y entonces el silencio se conmueve y da paso al movimiento.
Es la agilidad de las olas, los cuerpos deslizándose ágiles y hermosos, gravitando y girándose estremecidos. Se elevan y quedan suspendidos hasta descender ajenos por completo a las leyes de la gravitación universal. A mí la danza me devuelve siempre a una noche de verano, asistiendo a un festival interpretado por las alumnas del ballet clásico de Maruja Caracuel que pude contemplar siendo un adolescente en Fernán Núñez. Estoy seguro de que fue aquella la primera vez en que quedé absorto ante aquel espectáculo de cuerpos en movimiento, guiados por los sonidos y extendiendo una estela de tensión y de misterio, de equilibrio, que nos transportaba a un mundo lleno de ejercicio contenido, de belleza y armonía. Era algo que, hasta entonces, solo había sentido dentro de una de las buenas películas de la infancia o en el interior de una gran novela. Y, sin embargo, ocurrió ante la representación de Cascanueces y El lago de los cisnes, interpretados por aquella Escuela de Ballet a la que pudieron asistir muchas niñas que, de ese modo, tuvieron el privilegio de adentrarse en ese mundo maravilloso de la danza.
En el escenario hay un túmulo que se levanta y algunas figuras humanas que vigilan su sombra negra. Aparece un grupo de bailarinas que, moviéndose de manera repentina, con su alboroto de gravilla, hiladas entre las lianas que descienden y entrecruzan, representan todas las figuras de la alegría. Ahora se sientan en el suelo con los brazos cruzados sobre la cabeza. Tras el silencio, se sucede el silencio. El pliegue de la luna se hace más blanco, delgado como la piel. Al fondo, las plantas azules de la noche, los pompones anaranjados se encienden y el cuadro exhala un halo añil, una especie de globos de celofán- Vuelvo a recuperar esas sensaciones de la mano de Toñi Bepa en el baile flamenco, de la de Asunta Ro en danza contemporánea. Y gracias a ellas puedo volver a contemplar cómo, al retirarse, las bailarinas, inclinándose en levísimo pase de la mano, quedan acariciando el suelo, y entonces solo perdura la vida en un sonido, en un silencio nuevo. El movimiento lívido donde da inicio la fragancia. Silencio. La noche cubre ansiosa, leve lava de luz, todos los resquicios de la memoria.
 
 
* Profesor de Literatura