miércoles, 23 de abril de 2014

CARAMELO


CARAMELO

Desde el humilde rucio de Sancho hasta el soberbio y faraónico Aznar, pasando por el ilustre y tierno Platero, por poner algún ejemplo, no se conoce burro en la historia que haya andado hacia atrás. Ni siquiera los bíblicos. Jamás. Andar para atrás es para un burro como para un diputado renunciar a las dietas: inconcebible. Desconocemos qué se les infunde, pero se dejarían matar antes que recular. Todos menos el genial Caramelo, de mi pueblo.

Caramelo anda hacia adelante, hacia atrás y de costado, y marcando ritmo como un gastador del tercio. Hace el paso fino, corto y largo; anda como ninguno al trote y al galope, y se luce en el “piaffe” y en el “passage” dejando al auditorio con la boca abierta, y hasta se hace el mortecino divinamente, mejor que Mariano, incluso. Pero donde Caramelo lo borda de verdad es en el paso español. Ahí no lo superan ni los mejores caballos de Domecq, con todo el postín que tienen.

Caramelo, un burro de la plebe, entero, de sangre roja sin pedigríes, con un brillo jacobino y campesino en sus ojos de azabache, es capaz de pasarse por debajo de los corvejones a toda la sangre azul de las caballerizas reales si se encarta. En cuestiones de doma clásica, no me malinterpreten, que Caramelo es un burro serio, con una novia llamada Piruleta, y padre de un hijo. No es como aquel burro de San Roque, lascivo y verriondo, que intentó violentar a una vaca en medio de un prado con resultado de muerte.

No, Caramelo es un burro fino y con magín –ya quisieran otros que no sirven ni para rebuznar en un debate-, y cuando se pone, demuestra que el talento se lleva en el alma y no en los papeles, que es la sangre sencilla –a veces tocada por un don-, y no los apellidos ni los títulos ni las fortunas, la que riega y lustra la inteligencia. Se puede ser brillante siendo una simple bestia de albarda o un zote rotundo siendo un ilustre padre de la patria. Nos toca entenderlo a nosotros, si nacimos con luces para ello.