viernes, 10 de enero de 2014

Los violadores no eran demonios






Durante mucho tiempo, los residentes de aquella colonia pensaron que algunos demonios se dedicaban a violar a las mujeres del pueblo por las noches. No había otra explicación. No entendían cómo mujeres de distintas edades podían despertar con las sábanas sucias y con manchas de semen, y no recordar nada de lo ocurrido.
Sara Guenter se despertaba a veces con restos de cuerda atados a las muñecas o a los tobillos, con la piel herida y llena de moretones... Procedía de Alemania y vivía en aquel poblado llamado Manitoba, en Bolivia. Era una comunidad de menonitas, un colectivo ultraconservador semejante a los amish que rechaza la modernidad y la tecnología.


Mantuvieron los hechos en secreto por vergüenza, hasta que una de sus hijas se enteró de que no eran las únicas a quienes les pasaba estos extraños ''incidentes', que les producían también dolores de cabeza. El llamado Consejo de Ministros de la iglesia, un grupo de hombres que gobernaban la comunidad, pensaron que eran ensoñaciones de las mujeres.

Algunos lo llamaron 'imaginación femenina salvaje'. Otros dijeron que era un castigo de Dios, que había enviado demonios para castigar los pecados de la comunidad. Solo quedaba rezar y pedir perdón para evitar estas agresiones, decían los ministros.


Hasta que una noche de junio de 2009, dos hombres fueron sorprendidos intentando entrar en la casa de un vecino. Los dos delataron a otros amigos y todo se vino abajo. Nueve hombres de la comunidad, de entre 19 y 43 años, confesó que habían estado violando a mujeres desde 2005.

Los violadores rociaban por las noches a través de las ventanas el interior de las viviendas con sprays que se utilizaban para anestesiar el ganado, con el que dormían a la familia entera para entrar luego sin ningún peligro.

No fue hasta 2011, tras la celebración del juicio, cuando se conoció toda la historia al trascribirse las declaraciones de los acusados como si del guión de una película de terror se tratase. Las víctimas eran de todas las edades. Había niñas sobre todo, pero también niños. Casadas, solteras, turistas que pasaban alguna noche en la aldea, enfermas mentales...


El veterinario que había suministrado el spray anestésico fue condenado a 12 años de prisión, y los violadores fueron sentenciados a 25 años. Oficialmente, hubo 130 víctimas, aunque se cree que fueron muchas más las mujeres que fueron violadas y no presentaron denuncia.

A las víctimas no se les ofreció terapia ni asistencia. Nadie quiere hablar de ello en la colonia. Con el silencio intentan olvidar lo sucedido, pero hay quien cree que las agresiones sexuales no han terminado tras la celebración del juicio. Pero al menos ya saben que no son demonios los que los llevan a cabo.