MIGUEL ANGEL Toledano 23/12/2013
Un crustáceo blando al fondo en la tercera pared. Colgando de un cordón poderoso que baja hasta un capullo de plata, al que soporta con liviandad y conecta con la matriz. Un embrión humano recogido sobre sí mismo en penumbra y permanece inmóvil, sin hálito y sin color, sin sonido, lentamente agazapado en la pared a la espera. No hay luz. No hay palabras. La quietud de una crisálida apenas perceptible ha centrado la atención de los viandantes que han ido entrando por la cuarta pared y asentándose en las gradas, ocupando apaciblemente sus localidades. Hace frío en la tierra pobre de los significados. Uno intenta crear vínculos mientras otros roban. Pero nos vamos sentando. No hay nada más hermoso que una expectación, y aquí estamos, a ello hemos venido. Aunque nadie presentir pudiese tanta emoción.
Cuando todo comienza en el solo acto de reincorporarse, los muchachos de Panificadora afinan, apenas se les nota, pero se mueven sigilosamente para permitir el inicio. Angeles perdidos e invisibles que hacen posible y abren. Silencio. Y entonces comienza el crujir de huesos del feto, y, con cada crujir, los nuestros. Baja la luz hasta el misterio y da su inicio la fragancia, que se descuelga bella, matemáticamente bajando entre los crujidos de cada articulación, cada tendón, un animal neonato que respirar ansía y va desentumeciéndose hasta llegar al suelo donde un viento nuevo arrastra los pies hacia una humildad que no vemos y hacia la tierra pobre de los significados. Ella cruje desde los hondos confines del sobresuelo hasta la imagen pura y desnuda. Un, dos. El suelo reverdece bajo sus plantas, sus pasos inician la antigua danza de la fertilidad y el desasosiego, un, dos, en giros ágiles e intensos, bordando una cartografía invisible y quiescente de esfuerzos no compensados, de sentimientos en ebullición, tras las veladuras que va trazando ante nuestros ojos despiertos y donde se configuran los pasos, las imágenes, los suaves crueles claroscuros de la vida.
A través de las telas asciende y se enreda batiendo el pecho de la gravedad en imágenes, figuras, hasta enhebrar en lo más alto un lienzo donde se dibujan cuerpos de ángeles cayendo desde un extraño mundo. Extiende los brazos y retuerce cuellos de cisne. Desplaza los muslos y vuelan ciervos indemnes, recoge el vientre, extiende las piernas y regresan las aves dormidas, hasta que, en pleno vuelo, se precipita hacia el grito, con contención, sin concesiones. La danza es potente, leve lava de lo ardido en movimiento que parte de la belleza de los cuerpos que se abren en silencio. Iniciando, desentumeciendo, pisando. Y volando. Es la lírica del teatro, la épica de la danza en un mismo espacio donde se percibe la timidez de las estrellas, la fiebre de los suicidas, el poder del arte que provoca emociones. Panificadora Teatro ha presentado en Fernán Núñez a Anita Brandolini, danza contemporánea desde Florencia. A ellos dedico las cenizas de estas palabras que caen también desde un extraño lugar como copos de nieve.
* Profesor de Literatura