Si en Córdoba existe un lugar que no te puedes perder es el famosísimo Cristo de Los Faroles, un lugar mágico, embriagador y rodeado de misterio, y además no le falta su leyenda. Se encuentra en la Plaza de Capuchinos, una plaza peatonal donde podrás ver la Iglesia Hospital de San Jacinto, y dentro la imagen de la Virgen de la Dolores que tiene gran devoción en Córdoba; podrás ver también la Iglesia Conventual de Santo Ángel y en su interior la imponente Virgen de La Paz y Esperanza; culmina la plaza con el convento de las Hermanas de la Cruz. Ya ves, encantos no te faltan para ir a este lugar, además si vas a media noche te puedes encontrar con un visitante “curioso”.
Todo el mundo recomienda visitar el Cristo de los Faroles al anochecer, ya que la luz baja del sol hace que las fotos sean obras de arte incluso si no eres un experto como nosotros. Pero si se te ha hecho tarde y ya es media noche y sientes un escalofrío por todo tu cuerpo viendo la imponente y sobria imagen del Cristo que se vislumbra gracias a las luminarias que lo rodean y todo ello envuelto en un silencio sobrecogedor no te asustes si oyes unos pasos.
Cuenta la leyenda que a media noche se acerca un hombre encapuchado hasta los pies del cristo, allí susurra una oración que nadie ha conseguido entender para desaparecer sigilosamente después. Lleva mucho tiempo sin aparecer o sin que nadie haya dado noticias del hombre misterioso. Parece ser que una noche dio a conocer su nombre e identidad a las personas que cuidaban y vigilaban la escultura, a partir de ese momento no volvió a aparecer más. Pero claro, esto no hace más que agrandar la leyenda y hacernos muchas preguntas. ¿Quién era ese hombre? ¿porqué acudía a los pies de esta escultura del Cristo? ¿Porqué no volvió a dejarse ver?. Vamos a intentar resolverte alguna de esas dudas.
El hombre en cuestión parece ser que era un soldado del Rey. El hombre un buen día fue atracado por unos bandoleros dándole una paliza tremenda. Medio moribundo fue abandonado. El hombre despertó a los pies del Cristo de los Faroles confundido y desorientado. Eso parece ser que es el origen. Desde entonces, a media noche, un hombre encapuchado, bajo una capa negra sube la Cuesta del Bailío, entra en la plaza y se coloca a los pies del Cristo, todo ello sin tocar el suelo. Allí rezaba unas palabras irreconocibles y se vuelve a ir sigilosamente. Parece ser que su intención no es asustar ni atacar a nadie, más bien parece que es intentar resolver un tema pendiente o una promesa, también podría ser que simplemente acuda a los pies del Cristo para agradecerle que le salvara la vida de aquél brutal ataque. Hace siglos que no se ha vuelto a dejar ver, desde aquella noche en la que reveló su identidad a los vigilantes y cuidadores de la escultura, aunque siguen siendo muchos lo que aseguran verle a media noche a los pies del cristo.
Verdadera o no, creas o no, lo que sí es cierto es que este tipo de historias nos encantan a todos, hay algo en ellas que nos atrapan y nos atraen. El ser humano es la única especie que no necesita tener delante el peligro para sentir miedo. Pero reconozcámoslo, nos encanta pasar miedo. Desde niño nos inculcan estas historias fantásticas para meternos miedo; “duérmete pronto o viene el coco y te llevará”, “cuidado con el hombre del saco”, y todos los cuentos de nuestra infancia tienen el factor del miedo, “el lobo de caperucita”, “la bruja de la cenicienta”, Reconozcámoslo, el miedo buscado nos encanta, nos encanta esa sensación química que provoca en nosotros sudoración, aumento de la actividad cerebral, eleva la tensión., etc. Y una de los temas que más nos gustan son las historias de fantasmas, casi nadie cree, pero a todos nos encanta leer sobre ellas e incluso visitar los lugares donde supuestamente aparecen tanto es así que se han convertido en un reclamo turístico. ¿Te alojarías en una habitación de hotel donde dicen que aparece algún fantasma? (déjanos tu respuesta en los comentarios por favor). Pues en muchos hoteles que lo publicitan es su habitación más solicitada. Aunque queramos ponernos interesantes, transcendentales o místicos la verdad de porqué nos gusta el miedo tienen una explicación científica, simplemente el miedo estimula la misma zona de nuestro cerebro que la del placer la cual activa las hormonas, la testosterona, adrenalina, …y por eso, al igual de las cosas que nos dan placer queremos volver a repetirlas.
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