La
mañana ha amanecido lluviosa y gris. Desde mi ventana se oye el
murmullo del tráfico rodado de la avenida. Lo normal. Y entonces escucho
algo, un ruido opaco y seco; “taca-taca-tac”.
Me
asomo a la ventana y veo coches pasando. Algunos transeúntes están
parados, mirando algo. Unos minutos después oigo sirenas, varias, que
enmudecen al pasar la avenida. Ya en la calle, el tráfico, espeso a
primera hora, está colapsado. Hace frío y cae una fina llovizna. A la
altura de la ermita del Pretorio, en la confluencia de la plaza de Colón
con la avenida de América, hay un nutrido grupo de personas agolpadas
en torno a algo. Me acerco. Murmuran unos con otros. En el desvío que
pasa por detrás de la ermita del Pretorio, hay un coche de la Policía
Local parado con las ventanillas delanteras bajadas. Delante de él, una
ambulancia. El perímetro está acordonado por una cinta. Llegan varios
coches más de la Policía Local y Nacional. Los agentes hacen retroceder a
todos los presentes, despejando el lugar. Al parecer, dentro del
vehículo hay dos cuerpos; el de dos agentes.
Miércoles,
18 de diciembre de 1996. Ocho treinta de la mañana. Cuatro atracadores
toman al asalto la sede del Banco de Santander de la calle Gondomar,
haciéndose con un botín de 50 millones de pesetas (300.000 euros), oro,
joyas y documentos. En su huida, toman como rehén al guardia de
seguridad Manuel Castaño. Dado el aviso, una dotación de la policía
local, compuesta por las agentes María de los Ángeles García García, de
40 años, y María Soledad Muñoz Navarro, de 36, localiza el vehículo de
los atracadores, robado a punta de pistola, en la plaza de Colón.
A
la altura de la ermita del Pretorio, y viéndose perseguidos, los
delincuentes se detienen. Uno de ellos se baja y espera parapetado tras
la ermita, armado con un subfusil. Cuando el vehículo policial llega, le
sale al paso y descarga una ráfaga de disparos a sus ocupantes.
Algo
más tarde, en la avenida de Los Omeyas, la Policía Nacional alcanza el
coche donde intentan escapar los delincuentes, produciéndose un
intercambio de disparos en el que, además de dos de los atracadores y
dos policías nacionales, resulta herido de gravedad el guardia de
seguridad que llevan como rehén, Manuel Castaño. Los otros dos
delincuentes consiguen huir, aunque uno de ellos es localizado y
detenido poco después en un bar de las proximidades del tiroteo.
El
cuarto integrante de la después conocida como «banda de la nariz»
permanece huido durante toda la jornada. Finalmente, es detenido en un
bar de Bujalance, después de haber secuestrado un taxi para huir por la
ciudad y más tarde utilizar un todoterreno, según contaba Diario CÓRDOBA
en su edición del jueves 19 de diciembre. El botín es recuperado.
La
tarde de los hechos, los féretros con los cuerpos de las dos agentes
asesinadas son trasladados al Ayuntamiento. La capilla ardiente es
instalada en el Salón de Plenos, donde, en medio de un respetuoso
silencio, montan guardia dos de sus compañeros en uniforme de gala.
El
alcalde, Rafael Merino, decreta tres días de luto oficial y el
Ministerio del Interior concede a las dos policías la Medalla al Mérito
Policial. Un monolito en el lugar donde cayeron las dos agentes en acto
de servicio, en la esquina de la Diputación con la avenida de América,
rememora aquel luctuoso suceso.
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