LUGARES DE CÓRDOBA DONDE NO PASARÍAS LA NOCHE (3)
La noche y los
fantasmas se llevan bien. Son buenos colegas. Durante siglos han ido de la mano
con el firme propósito de lograr el desasosiego del infeliz testigo. Los
fantasmas, las apariciones, los fenómenos inexplicables, son un tema que vende
muy bien. El ser humano, por naturaleza ávido de congoja, se ve atraído desde el
principio de los tiempos por este tipo de historias. Nos interesan, nos turban,
nos cautivan. La indiferencia no es una opción cuando se trata de este tipo de
temas. Ninguna historia, ningún suceso, escapa sin algún comentario ingenuo,
sarcástico o escéptico. Leyendas, cuentos populares, rumores y folklore
referidos a los fantasmas, testimonian el interés que los hombres tienen
respecto de lo que sucede más allá de la muerte. El miedo a lo invisible y
desconocido continúa arraigado profundamente en nuestras entrañas.
Leyendas… Persiguiendo a una famosa leyenda
encamino mis pasos a un precioso edificio renacentista del siglo XVI, hoy sede
de la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Córdoba. La historia de la “Casa
de los Villalones”, también conocida como “Palacio de Orive” comienza marcada
por un hecho trágico: se levanta sobre el solar de una antigua casa
perteneciente a la familia Hoces, destruida por el singular Pedro I El Cruel
como premio al apoyo que éstos dieron a su querido hermano Enrique II de
Trastámara. Ahí donde los veis, los hermanos Pedro y Enrique son los causantes
de la Primera Guerra Civil española entre los años 1366 a 1369. Angelitos… pero
eso es otra historia.
El motivo de que
fije mis ojos en este palacio, obra cumbre del arquitecto Hernán Ruiz II, no es
Pedro I El Cruel ni su simpático hermano. Esto va de apariciones, fantasmas,
leyendas y hechos inexplicables, como ya sabéis. Mi interés se centra en un
antiguo inquilino de esta mansión: don Carlos Ucel y Guimbarda, corregidor de
Córdoba a finales del siglo XVII. Aunque para ser sincero, me interesa más su
hija Blanca. El fantasma de su hija Blanca. Cada fenómeno inexplicable
tiene su propio origen, causa y significado. El fantasma de la hija del
Corregidor don Carlos Ucel, también tiene su propio origen, causa y significado.
Circulan varias leyendas sobre los trágicos hechos
acontecidos tras los regios muros del palacio de Orive. Sin embargo, la historia
real la relata con todo lujo de detalles don Teodomiro Ramírez de Arellano, en
su libro “Paseos por Córdoba” escrito en el año 1873, libro que podréis
encontrar completamente gratis pues es de dominio público, en la biblioteca
iTunes de Apple, en Google Books o en la web http://www.bibliotecadecordoba.com/index.php/Portada.
Es una historia muy bonita que os trascribo a continuación, tal cual la escribió
Ramírez de Arellano en 1873:
Don Carlos Ucel y
Guimbarda había perdido a su bella y adorada esposa cuando más feliz se juzgaba
con tan buena compañera. El cielo quiso, para consolar la amargura que aquella
pérdida le causara, dejarle una hija, blanca y hermosa como su nombre, y tímida
y sencilla como el espíritu de un ángel. Jamás salía de casa, sino acompañada de
una dueña, en sus primeros años, y después de su padre, que en ella cifraba toda
su ventura y sus esperanzas. Contaba unos 17 años cuando en uno, al llegar la
velada entonces, hoy feria de la Fuensanta, la llevó a beber aquellas puras y
apetecidas aguas y orar por su madre ante la venerada imagen, amor de todos los
cordobeses.
En la esquina del
convento de San Rafael, conocido generalmente por Madre de Dios, se les
interpuso una harapienta gitana de horrible aspecto y penetrante mirada,
pretendiendo decir a Blanca la ventura que le esperaba. La tímida joven demostró
al punto su repugnancia, y don Carlos, que temió un ligero disgusto en su hija,
ordenó a la gitana se apartase, dejando de incomodarla por más tiempo. Ella
insistió, y al fin fue preciso, mal su grado, retirarla, dejándola a un lado del
camino, profiriendo mil palabras, entre las que se percibieron claramente:
"Ellos pagarán su orgullo con raudales de llanto, que la desgracia les hará
verter". Nadie hizo caso de sus palabras, que consideraron desahogo de su mala
educación, volviéndose tranquilos a su casa, como si nada hubiesen oído.
Dos o tres años
habrían transcurrido cuando, a la altas horas de la noche, oyeron llamar a la
puerta; asomáronse y eran unos hebreos que iban a quejarse al corregidor de que
no les querían dar posada en ninguna de las de Córdoba, y pedían o una orden
para ello o que se les dejase pasar hasta el día, aun cuando fuera en el portal
de su casa. Consintió Guimbarda en esto último, y la dueña que había recibido el
recado ponderó a doña Blanca lo extraño de las figuras de los nuevos huéspedes,
hasta el punto que la curiosidad les hizo ir a examinarlos por el agujero de la
llave del portón. Mas cuál sería su sorpresa al ver que leían en un libro a la
luz de una vela amarilla, y que pasaban muy deprisa las cuentas de una especie
de rosario que uno de ellos llevaba pendiente de la cintura.
A poco sonó un ruido
extraño y la tierra se separó dejando una abertura que daba paso a una hermosa
escalera de mármol. Por ella bajó uno, volviendo a poco acompañado de un joven
que apenas frisaba en los tres lustros, de hermoso y gallardo aspecto, y un
cofre, al parecer lleno de alhajas de gran valor. Aquel desgraciado, enterrado
en vida, les rogó repetidas veces para que lo llevasen consigo, siendo inútiles
sus quejas y súplicas, pues después de algunas prevenciones que le hicieron lo
obligaron a bajar por la ancha escalera. Apagaron la vela, y con la luz
desapareció también el hoyo formado en el portal, como si nada hubiese sucedido.
Llegó la mañana
siguiente y los hebreos se despidieron del corregidor, dándole muchas gracias
por la generosidad con que los había hospedado; mas ¡cuánta desgracia se atrajo
con ella! Tanto la dueña como la hermosa Blanca ardían en viva curiosidad por
saber el misterioso arcano del joven prisionero con tantas y codiciadas
riquezas. Examinaron el portal y nada advertían en su pavimento, hasta que la
dueña vio esparcidas por él muchas gotas de cera desprendidas de la vela
encendida por los hebreos. Juntolas cuidadosamente e hizo un cerillo, con el que
creían que se abriría la tierra.
Esperaron la noche,
y cuando todos estaban recogidos, bajaron al portal y encendieron la luz,
logrando por este medio que apareciese de nuevo la escalera, por la cual bajó
Blanca, recorriendo algunas galerías sin hallar el menor rastro. Cuando vio la
dueña que el pabilo se acababa, echaron a correr; pero al salir se le concluyó,
quedando dentro la desgraciada joven que venía tras ella. La pobre vieja empezó
a gritar; a sus voces acudió el corregidor y todos los criados, quienes se
confundían más con sus revelaciones. Luego llamaron a Blanca, que respondía con
acento de dolor desde el centro de la tierra. El corregidor hizo mil
excavaciones, todas inútiles, llorando en su desesperación la pérdida de tan
querida hija.
Varios años pasaron.
Don Carlos Ucel y Guimbarda murió solo y desesperado. Desde entonces se dice que
una sombra misteriosa recorre de noche toda esta casa, atribuyéndolo al alma de
doña Blanca, que aún vaga por aquellos contornos.
Esta es una de las más antiguas leyendas de
fantasmas de Córdoba. Soy muy escéptico con la historia pero lo cierto es que
hay testigos que afirman haber visto el alma de Blanca vagando como una
escalofriante sombra por los fríos pasillos del palacio. Incluso hay quien
sostiene haber oído gritos aterrorizados de mujer, implorando de forma agónica
un socorro que nunca llega. La bella y virtuosa doña Blanca de Ucel, yace bajo
tierra envuelta en tinieblas, en alguna recóndita zona misteriosa del palacio.
¿Seríais capaces de pasar una noche en él?
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