La conspiración judía. El judaísmo, según afirma Adolf Hitler en Mein Kampf, no es una religión sino un intento de imponer una “dictadura mundial” a través del marxismo y del capitalismo, que ve como una misma cosa. El judaísmo “azuza al obrero contra el burgués” para destruir la economía y que sobre sus ruinas “triunfe la Bolsa”. Cita como prueba el Protocolo de los Sabios de Sion, una burda falsificación aparecida en Rusia a principios de siglo. “Si los judíos fueran los habitantes exclusivos del mundo, no solo morirían ahogados en suciedad y porquería sino que intentarían exterminarse mutuamente, teniendo en cuenta su indiscutible falta de espíritu de sacrificio, reflejado en su cobardía”. Añade que no serían capaces de gestionar un territorio. “Su inteligencia nunca construirá ninguna cosa”.
La raza. “Es un deber para con lo más sagrado velar por la pureza racial”, proclama. Confunde raza y especie al explicar que en la naturaleza “todo animal se apareja con un congénere: la abeja con la abeja, el pinzón con el pinzón...”. Y en su obsesión por la superioridad aria llega a decir: “Seguramente la primera etapa de la cultura humana se basó menos en el empleo del animal que en los servicios prestados por hombres de raza inferior”. A los negros los llama “medio-monos”, “hotentotes” y “cafres”. Darles educación es una pérdida de recursos en “un adiestramiento como el del perro”. Francia, “presa de la bastardizacion negroide”, es una “amenaza para la raza blanca”. Los hijos mestizos son “monstruos, mitad hombre, mitad mono”. Alerta: “Millares de nuestros conciudadanos se hallan ciegos ante el envenenamiento de nuestra raza, sistemáticamente practicado por el judío”. Y se plantea crear comunidades de “elite racial”, colonias con los individuos de sangre mas pura y mejor capacidad. “Será el más preciado tesoro de la nación”, dice.
Primera Guerra Mundial. Hitler dedica muchas páginas a explicar que el Ejército alemán no fue derrotado en el frente sino por la “puñalada en la espalda” de la revolución “judía-bolchevique” de noviembre de 1918 en Alemania (“el más miserable y vil acto de la Historia alemana, la más baja traición a la Patria”). Para el historiador Antony Beevor, es una falsedad manifiesta: la derrota alemana se precipitó tras la batalla de Amiens (el 8 de agosto) y la Ofensiva de los Cien Días. Al narrar su participación en la guerra, Hitler da a entender que combatía en primera línea, cuando sirvió de correo.
Expansión territorial. Hitler cree prioritario expandir el suelo alemán hacia el Este. “Solo un territorio suficientemente amplio puede garantizar a un pueblo la libertad y su vida”. La idea de una conquista económica, en vez de militar, le parece “ridícula”. Ignora deliberadamente el potencial de mejora de la productividad agraria, como subrayó el historiador Timothy Snyder, para justificar las invasiones de otros países. Dice el Mein Kampf: “La política exterior del Estado racista tiene que asegurarle a la raza que constituye ese Estado los medios de subsistencia sobre este planeta, estableciendo una relación natural, vital y sana entre la densidad y el aumento de la población por un lado, y la extensión y la calidad del suelo en que se habita por otro”. Como escribe Martin Amis, es “un anacronismo ridículo” cuya argumentación es “preindustrial”. Y plantearse la ganancia territorial a costa de Rusia era una insensatez desde el punto de vista geográfico y demográfico.
Alianzas. Dos descartes y una preferencia: “El enemigo mortal inexorable del pueblo alemán es y será siempre Francia”. “Rusia no puede ser aliado. No puede haber dos potencias continentales en Europa”. “Solo nos queda un entendimiento posible y ese es con Inglaterra”. Hitler imagina un pacto que permita a Alemania expandirse en el Continente dejando a los británicos el dominio marítimo y colonial (que aparentemente no le interesan). Años después, Rudolf Hess, trascriptor del libro, viajó a Reino Unido buscando un acuerdo antes de la invasión de Rusia. Fracasó y fue detenido.
Ciudadanía. Hitler plantea clasificar a los habitantes en ciudadanos, súbditos y extranjeros. Por nacer en Alemania solo se es súbdito. Para obtener la carta de ciudadanía —”el título más valioso de su vida terrenal”— se exigiría pureza racial y cumplir el servicio militar; las mujeres accederían con el matrimonio o en función del “ejercicio autorizado de una profesión”.
Discapacidad. Lamenta el coste de la asistencia a enfermos o discapacitados, a quienes ve como un peligro para la raza. Considera un deber del Estado evitar “un oprobio único: engendrar estando enfermo o siendo defectuoso”. Así que apuesta por la esterilización forzosa. “Sólo una prohibición, durante seis siglos, de procreación de los degenerados físicos y mentales no sólo liberaría a la Humanidad de esa inmensa desgracia sino que produciría una situación de higiene y de salubridad que hoy parece casi imposible”.
Educación.En su empeño por mejorar la raza aria, Hitler quiere aumentar a un mínimo dos horas diarias la educación física de los escolares. Quiere además promover el boxeo: “No existe deporte alguno que fomente como éste el espíritu de ataque y la facultad de rápida decisión”. Y las demás materias, salvo el adoctrinamiento ideológico, le interesan poco. Apuesta textualmente por “sintetizar la enseñanza intelectual reduciéndola a lo esencial”.
Cultura. Detesta las tendencias artísticas de principios de siglo: cubismo, dadaísmo y futurismo. “Es un deber de las autoridades prohibir que el pueblo caiga bajo la influencia de tales locuras. Un tan deplorable estado de cosas debería un día recibir un golpe fatal, decisivo”. Así que fija como objetivo perseguir “todas las tendencias artísticas y literarias pertenecientes a un género capaz de contribuir a la disgregación de nuestra vida como nación”.
Sexualidad. Alarmado por la sífilis, y para evitar el “oprobio” de la prostitución, Hitler apuesta por facilitar las bodas a edad temprana. De esta forma, los jóvenes dejarían de acudir a burdeles. “Nos referimos sobre todo a los hombres, pues en esos asuntos la mujer es siempre pasiva”.
Religión. Hitler hace abundantes menciones a Dios, a menudo como “el creador”, “la divinidad” o “la “providencia”. Y dice que “solo los locos o los crimínales podrían atreverse a demoler la existencia de la religión”. Apuesta por un “cristianismo positivo” del que no da detalles. Promete libertad para practicar las religiones mientras no perjudiquen los intereses nacionales, por supuesto no para el “materialismo judío”. Algunos historiadores, como Alan Bullock, sostienen que Hitler expresó más adelante su desprecio por los valores del cristianismo, una religión “apta para esclavos”, pero al escribir el Mein Kampf se cuida mucho de no ofender a los católicos ni a los protestantes.
Darwin. Hitler no cita a este científico por su nombre pero utiliza las ideas de evolución y de selección natural para dar un barniz científico a sus teorías racistas. Beevor cree que Hitler está más influido por Herbert Spencer y el llamado darwinismo social cuando escribe que “el exterminio del más débil representa la vida del más fuerte” o que "las leyes eternas de la vida en este mundo son y serán siempre una lucha a muerte por la misma vida".
Marx. Hitler admite que ha leído a fondo El capital de Karl Marx: “Llegué a penetrar el contenido de la obra del judío Karl Marx. Su libro El capital empezó a hacérseme comprensible y, asimismo, la lucha de la socialdemocracia contra la economía nacional, lucha que no persigue otro objetivo que preparar el terreno para la hegemonía del capitalismo internacional”. Y concluye: “Karl Marx fue, entre millones, realmente el único que con visión de profeta descubriera en el fango de una Humanidad paulatinamente envilecida, los gérmenes del veneno social, agrupándolos, cual un genio de la magia negra, en una solución concentrada, para poder destruir así, con mayor celeridad, la vida independiente de las naciones soberanas del orbe. Y todo esto sólo al servicio de su propia raza”. Eso sí, considera al pensador socialista un ejemplo de uso de la propaganda: “Lo que al marxismo le dio el asombroso poder sobre las muchedumbres no fue de ningún modo la obra escrita, de carácter judío, sino más bien la enorme avalancha de propaganda oratoria que en el transcurso de los años se apoderó de las masas”. Una conclusión chocante: “El mundo burgués es ‘marxístico”.
Democracia. Rechaza el parlamentarismo, que hace del Gobierno “mendigo de la mayoría ocasional”. En ese régimen “la responsabilidad prácticamente deja de existir”. “Es insensato imaginar que, con los recursos de la democracia liberal, es posible resistir a la conquista judaica del mundo”.Genocidio. Uno de los 25 puntos del programa nazi: “Exigimos la persecución despiadada de aquellos cuyas actividades sean perjudiciales para el interés común”. Otro objetivo explícito en el libro: “que el Estado aniquile tanto al judío como su obra”. Y apunta cómo hacerlo: “Si en el comienzo y durante la guerra se hubiera sometido a la prueba de los gases asfixiantes a unos 12.000 o 15.000 de esos judíos (…), no se habría cumplido el sacrificio de millones de nuestros compatriotas en las líneas del frente”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario