lunes, 2 de junio de 2014

anapixel Habia salido al alba

 MIGUEL ANGEL Toledano 02/06/2014

Se despierta y fuma: regresa de un brumoso sueño pesadilla útero o muerte. El dormir es como un puente que va del ayer al hoy, al mañana. Por debajo del puente, como un sueño, pasa el agua. Juan Ramón. Abre los párpados lentamente y al alba sale para buscar flores azules. Añil. Violeta y ámbar. Se entretiene y fuma, ama y fuma, padece y fuma, desea y fuma, habla y fuma. ¿O tal vez algún día, cuando no sienta el aguijón de la maldad hecha humo, la amenaza sobre el placer más sencillo, cuando una mañana, al sentarse en el banco del paseo junto al vagabundo de cada lunes, nadie les sermonee ni les requiera, tal vez ambos ese día decidan prepararse para ir dejando de fumar. Porque no es bueno. Qué putada. Ese tipo de cáncer tendría que tocarles a los que tienen cuentas en el basurero suizo, a los que tienen yates o aviones carísimos, a los narcotraficantes, pederastas, mafiosos y todo tipo de delincuentes, un poner, y no a los abuelillos que les han recortado hasta el aliento --respire, no respire-- y solo les quedaba ese rato de liar el cigarrito después de tomar café con leche o su vasito de vino.
El abuelo Miguel se atrevió a dejarlo un día y, aunque aún no sabe bien cómo, lo logró. Y no ha vuelto a probarlo. Pero hoy se despierta y duda, abre los ojos despacio y sale a la calle y no fuma, pero ama y canta y desea, y juega con sus nietos y atiende las redes, las echa al mar cada mañana y recoge en la hora ática las sonrisas, las risas, las palabras. Siente una angustia que le oprime el pecho, que se asfixia, pero se calma --respire, por favor, respire-- y recobra la tentación o el aliento, la color del semblante y extiende la mirada, y desea, y escribe y no fuma. Disfruta con los tibios rayos o rescoldos de la luzde cada día. Goza contemplando, acariciando húmedas muchachas que pasan, inconscientes y altivas, con la clara mirada de los iluminados y los senos firmes bajo leve lava o camisetas de algodones dorados. O que están sentadas a su lado en las cafeterías de alguna esquina con un libro sobre la falda, las miradas ausentes. Las contempla y muere, ama y muere más aún de golpe todavía.
Y se eleva de pronto en un vértigo puro y resurge entre hojas de papel heridas por la tinta azul opaca de un bipolar vahído extraño e incurable. O desde las cenizas de las más crueles, dulces batallas de amor en el pabellón del aire. El abuelo Miguel pasea, toma agua muy fría, da de comer a las palomas, para que no se suiciden, y se detiene muchas vidas, habla lleno de hijos y de viento. Y escribe. Y le disparan. Y queda malherido desangrándose en la acera de cualquier taberna (esquina). Y reposa. Y regresa con los ojos de sus hijos clavados como rosáceas lunas de corinto en la frente. Y calla. Parece que no reza, pero calla. Habla con los adolescentes: dicen que así se gana la vida. Y clama y grita y blasfema hacia el cielo las manos encrespadas. Y se calma y calla. Es vehemente y tierno. Cuando regresa, ya cerca de la noche, trae la boca llena de rosas, rojas, rotas. Y un puñado de tierra, un puñado de arena en el bolsillo. Y recuerda: -"Había salido al alba para buscar flores añil, violeta y ámbar-". El vive, y sueña, y muere, y resucita. Yo, tampoco.
* Profesor de Literatura