Suele decirse que las peores enemigas de las mujeres somos nosotras mismas. Tendemos a volvernos locas de tanto buscar la perfección en nuestras experiencias.
En HuffPost Women, plantearon una lista de cosas
que convendría dejar de hacer (por supuesto, una cosa es decirlo y otra
hacerlo, pero, para recurrir a otro cliché, si a la primera no lo
conseguimos, no hay que darse por vencidas).
Pedir perdón todo el tiempo.
Múltiples estudios demuestran que las mujeres dicen “perdón” mucho más
que los hombres. Nos parece muy bien asumir la responsabilidad de un
error que hemos cometido, pero decir “lo siento” sin parar, por pedir al
camarero que divida la cuenta, decir a un chico que mejor preferimos
salir otra noche o contarle a una amiga nuestros problemas, no sirve de
nada, sino todo lo contrario. No hace falta explicar todo lo que
hacemos. Tenemos derecho a nuestras propias preferencias y decisiones.
Decir que sí a todo el mundo.
Sí, puedo quedar contigo a tomar un café a pesar de que estoy agotada y
lo único que me apetece es irme a casa y meterme en la cama. Sí, puedo
leerme tu currículum aunque estoy desbordada de trabajo. Sí, podemos
salir con esa especie de novio que tienes y su horrible amigo que está
de paso por aquí. Dejemos de decir “sí” cuando no queremos decirlo. La
gente respeta más a las personas que fijan unos límites.
Decirnos “no” a nosotras mismas.
Muchas mujeres pasan una barbaridad de tiempo decidiendo lo que no
pueden hacer, o no deben hacer, o no son capaces de hacer. No permitamos
que nuestras inseguridades y nuestras angustias decidan por nosotras
porque lo único que conseguiremos es perdernos un montón de experiencias
que merecen la pena. Lo que hay que hacer es hablar con ese grupo de
gente con el que creemos no encajar, trasnochar de vez en cuando aunque
nos parezca que no deberíamos y permitirnos una festín ocasional aunque
no nos haga falta.
Criticar nuestro físico, tanto en voz alta como mentalmente.
Debemos dejar de pensar que estamos horribles, punto. No sirve para
nada, a no ser que estemos tratando precisamente de resolver problemas
de ese tipo con nuestro psicólogo.
Comparar nuestra vida real con la vida virtual de otra persona.
Pasar todo el tiempo obsesionadas con nuestra vida en la red puede ser
angustioso, pero también lo es obsesionarnos con las vidas virtuales de
otros. Los estudios demuestran que la adicción a Facebook tiene una
correlación con la baja autoestima. ¿Cómo no va a sentirse mal alguien
que dedica el lunes por la noche a recorrer las fotos de vacaciones de
su expareja o a leer los comentarios entusiastas de esa amiga que
trabaja en el sector de la moda durante una fiesta llena de famosos? En
vez de compararnos sin cesar, cosa que las investigaciones muestran que
puede multiplicar los sentimientos de depresión, lo que debemos hacer es
apagar el ordenador y disfrutar nuestro momento. Que, por lo menos, es
real.
Aferrarse a los sentimientos de arrepentimiento y de culpa.
“Estoy en contra del arrepentimiento”, dijo Lena Dunham en el New
Yorker Festival de 2012. Estas dos emociones no suelen servir más que
para atormentar a la persona que las siente. Debemos ser conscientes de
ellas y después seguir adelante lo mejor que podamos.
Opinar sobre la vida sexual de otras mujeres.
Ninguna mujer merece ser criticada porque se acuesta con tal persona,
porque se acuesta con muchas personas ni por cómo expresa su sexualidad.
La próxima vez que estemos a punto de llamar a una mujer “mojigata” o
“putón”, más vale que nos callemos. No debemos llamar zorra a nadie, ni
siquiera a Miley Cyrus con su baile obsceno.
Opinar sobre nuestra propia vida sexual.
Nadie tiene por qué saber lo que nos gusta. Y, para ser sinceros, eso
de que nuestra rica (o inexistente) vida sexual indica en parte cómo
somos es algo que nos importa mucho más a nosotras mismas que a los
demás.
Tener miedo a que nos llamen “locas”.
La mejor forma de desacreditar las opiniones o los sentimientos de una
mujer es acusarla de ser demasiado emocional. “No creo que esta idea de
que las mujeres están ’locas’ sea producto de una especie de gran
conspiración”, escribió el autor Yashar Ali en un blog para The
Huffington Post en 2011. “Creo que tiene que ver con los lentos pero
persistentes desprecios y sabotajes a los que se ven sometidas las
mujeres a diario”. Tener miedo a que nos planten la etiqueta de “locas”
hace que las mujeres nos callemos más de la cuenta. Y, al fin y al cabo,
todo el mundo tiene una pizca de locura en su interior,
independientemente del sexo.
Buscar soluciones médicas en internet para todo.
Llevar una semana con las glándulas inflamadas no quiere decir
automáticamente que tengamos un enorme tumor en el cuello. Debemos
apartarnos del doctor internet y, si de verdad estamos preocupadas, ir a
ver a uno real.
Estar con alguien solo porque necesitamos estar con alguien.
Si tenemos terror a estar solas, lo peor que podemos hacer es mantener
una relación sin quererlo de verdad. Atarse a una persona que no es la
que nos conviene solo porque necesitamos emparejarnos es terrible. Como
escribió Nora Ephron cuando inició HuffPost Divorce: “Los matrimonios
pasan, pero el divorcio es para siempre”.
No aprovechar los días de vacaciones.
En Estados Unidos es cada vez más corriente que la gente renuncie a sus
(ya escasos) días de vacaciones, a pesar de que se sabe que la gente
que descansa de vez en cuando tiene más probabilidades de estar sana y
feliz y ser más productiva. En serio, nadie va a morirse porque
apaguemos de vez en cuando el móvil y nos vayamos a pasar el fin de
semana a la sierra.
Estar avergonzadas de lo que nos gusta.
“Quiero ser feminista, joder, y al mismo tiempo llevar un cuello Peter
Pan en la blusa. ¿Qué pasa?”, declaraba Zooey Deschanel en el número de
febrero de 2013 de la revista Glamour. Hagamos como la actriz, tenemos
que dejar de preocuparnos por las cosas que “deben” interesarnos o
gustarnos. Si nos gustan las cosas muy femeninas, pues muy bien. Si no,
pues no pasa nada. Hay que asumir que no sabemos nada de música, que nos
apasiona el hockey y que nos encantan tanto Breaking Bad como el
reality show más cutre de todos. Y si hay un tema del que no sabemos
nada pero conocemos a alguien que sí, aprovechemos la oportunidad para
preguntarle.
Fijarse plazos para los grandes acontecimientos de nuestra vida.
No hay que tratar de planear de forma meticulosa cuándo vamos a
enamorarnos, a tener hijos, a conseguir el trabajo de nuestros sueños ni
a comprar esa casa tan estupenda. Debemos disfrutar de las
incertidumbres de la vida y alegrarnos cada vez que cumplimos una de
esas etapas e incluso sorprendernos agradablemente cuando nos damos
cuenta de que pasamos de una o varias de ellas.